Hace más de cuarenta y cinco años, mi madre conoció la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) por intermedio de una vecina, quien, con gran amor, le habló de esta religión cuando mi abuelo falleció. ¡Cuán agradecida ha estado mi familia por este “vaso de agua fría” dado con tanta liberalidad y aceptado con mucho anhelo. Ha bendecido y continúa bendiciéndonos a través de tres generaciones.
Cuando era estudiante de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, obtuve una comprensión de Dios que me capacitó para aplicar verdades espirituales a mi experiencia diaria. A través de buenos y malos tiempos, el estudio y la práctica de esta Ciencia me han sostenido y han llegado a ser para mí una manera de vivir.
Ha habido tantas curaciones; algunas han ocurrido instantáneamente, y otras han sido el resultado de mucho orar y de la perseverancia. ¡Cuán verdaderas son las siguientes palabras de Ciencia y Salud con Clave de la Escrituras por Mary Baker Eddy (pág. 66): “Las pruebas son señales del cuidado de Dios... Cada fase sucesiva de experiencia descubre nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos”.
Una curación que ocurrió hace más de veinte años me ha servido como señal iluminadora y de esperanza. La comparto por el gran amor y gratitud que siento para con Dios, y con un sincero deseo de alentar a mis semejantes.
Durante los primeros meses de 1963, en la primavera, súbitamente me enfermé de gravedad. Estuve confinada en cama por un período de más de tres semanas, y durante parte de ese tiempo estuve en un estado semiinconsciente. Jamás podré expresar con palabras mi gratitud por las dos practicistas que me apoyaron en diferentes oportunidades durante esta experiencia. (Por supuesto, una a la vez.) Las verdades sanadoras de Dios que ellas compartieron fluyeron a mi consciencia, y me ayudaron a ver que yo no era en realidad una mortal enfermiza, sino una eterna y por siempre perfecta idea espiritual de nuestro Padre-Madre Dios.
Recibí la ayuda de una dedicada enfermera de la Ciencia Cristiana por varios días; y después, miembros de mi familia, incluso mis dos hijos jóvenes, ayudaron a hacerse cargo de mis necesidades. Estoy profundamente agradecida a toda la familia, incluso a mi esposo, quienes son Científicos Cristianos, y que me apoyaron en todo el camino. Pero, más que todo, estoy agradecida a Dios por Su omnipresente y omnipotente cuidado, y por una comprensión más clara de mi relación espiritual con El.
Durante ese tiempo, no sentí temor, aunque no podía leer o estudiar la Ciencia Cristiana. Dormía poco, pero no sentía agotamiento. Las dos citas que me alentaron más, y que yo constantemente recordaba, eran éstas: “Este es el día hizo Dios; / las gracias da, feliz” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 342); y: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de Jah” (Salmo 118:17).
Hubo progreso, pero todavía tenía mucho que resolver. Había perdido más de doce kilos y parecía estar muy débil. Sin embargo, apoyándome en Dios como la fuente de mis fuerzas, en menos de tres semanas pude empacar y salir con mi familia en un viaje de unos dos mil kms. en automóvil. Pasamos el verano en otro estado, donde mi esposo iba a asistir a una escuela para graduados.
Aquel verano, tuve una extensa pérdida de cabello, y esto fue más traúmatico para mí que los síntomas anteriores. Las palabras de Cristo Jesús: “Aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues...” (Lucas 12:7), se convirtieron en mi consigna en mi lucha contra el desaliento. Una mañana, durante el verano, me desperté y vi que todo el cráneo estaba cubierto de cabellos suaves y nuevos. Me brotaron lágrimas de agradecimiento.
Después de nuestro regreso a California, comencé a mostrar síntomas de una extrema condición nerviosa. Los meses siguientes los pasé “pegada a los libros”: la Biblia y Ciencia y Salud. Fueron mis constantes compañeros; me alimentaron y me estimularon a continuar hasta que obtuviera la completa libertad. Aunque algunas veces me sentí desesperada, yo sabía que esta admonición era la verdad: “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación” (Ciencia y Salud, pág. 167). Y también yo sabía que Dios no nos lleva parte del camino; nos lleva todo el camino.
Se destruyó el temor por medio de una firme confianza, y, finalmente, ¡estaba libre! Ciertamente, la curación física fue maravillosa, pero el crecimiento espiritual que obtuve durante los nueve meses que pasé en intensa oración y estudio, fue la más grande bendición de todas.
Al compartir este testimonio, ofrezco pruebas de la sanadora eficacia del Cristo, la Verdad. Y espero alentar a otros, que puedan estar luchando duramente y por mucho tiempo, a que perseveren hasta obtener la completa curación. La Ciencia Cristiana ciertamente es eficaz, y es para toda la humanidad.
Bakersfield, California, E.U.A.
