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Después de una feliz y relativamente despreocupada niñez, consideré...

Del número de julio de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después de una feliz y relativamente despreocupada niñez, consideré tener en el futuro una carrera en las artes. Pero, en su lugar, y mientras aún estaba en mi adolescencia, mi familia sufrió severos reveses económicos y, como resultado, vine a América, donde tuve que arreglármelas por mí misma. Aunque una excelente educación me había dado un buen conocimiento del inglés, y yo estaba dispuesta a hacer cualquier trabajo honorable, no tenía realmente un oficio específico, y sólo suficiente dinero para un modesto alojamiento. No conocía a nadie que me pudiera ayudar o aconsejar. Para sobrevivir, comencé en posiciones humildes, observando y aprendiendo en un trabajo hasta que estaba lista para ir a otro. Siempre obtenía alguna experiencia, pero todavía no tenía una dirección definida en mi vida. Durante esos años difíciles, frecuentemente me preguntaba: “¿Por qué? ¿Qué es la vida?” Pero no encontré respuestas alentadoras.

Una vez, llegué a la conclusión de que la vida no valía la pena vivirla. Pero no sabía qué hacer con respecto a esto. Entonces, una noche, soñé que me estaba ahogando y que no parecía importarme. De pronto apareció una luz en un sitio y salí a la superficie, y desperté del sueño. Poco después, conocí a una joven mujer cuya actitud me impresionó. Nos hicimos amigas, y, a la larga, alquilamos un apartamento. Después de esto, cada mañana, mientras yo preparaba mi desayuno, noté que ella leía un libro. Cuando le pregunté qué era lo que leía tan temprano en la mañana, me dijo que era la Biblia. Esto me pareció muy peculiar. (¡Hasta me pregunté si sería una fanática religiosa!) Entonces le dije que yo no creía en Dios, y que no estaba interesada en la Biblia. Sin embargo, un día ella empezó a hablarme de Dios. La escuché a regañadientes, pero cuando ella indicó que Dios era la causa y creador único, me interesé y empecé a hacerle preguntas. Me dijo que ella era estudiante de la Ciencia Cristiana. Muy pronto compré un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y con una Biblia, comencé a leer las Lecciones Bíblicas. Más tarde, por mediación de esta amiga, conocí a otros Científicos Cristianos que me agradaron, y me pidieron que fuera a la iglesia con ellos.

Nunca me olvidaré de ese primer culto al que asistí. Aunque comprendí muy poco de lo que se leyó (yo no sabía ni siquiera el Padre Nuestro), me impresionaron las caras alegres y lo bien que cada uno se veía. Desde ese momento, nunca falté a un culto, y estudié las lecciones semanales más detenidamente. Sin embargo, tuve dificultad en aceptar de que hubiera algún bien reservado para mí.

Los tiempos difíciles que yo había pasado durante mis primeros años en este país, me habían dejado con sentimientos de rechazo e inseguridad. Esto me hizo mantener en mi fuero interno el bien y la belleza que yo había conocido en mi niñez, y defender cuidadosamente esas preciosas memorias. Aunque me hice miembro de La Iglesia Madre [La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts] y de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y estuve muy activa en el trabajo de la iglesia, acepté de una manera irresoluta la idea de que el bien estuviera presente y fuera real, y continué más o menos en la defensiva.

Pero, a medida que gradualmente obtuve una mejor comprensión de la Ciencia Cristiana, las cosas empezaron a mejorar. Examiné mi vida y decidí seguir una carrera de negocios. También empecé a darme cuenta de que, en realidad, yo reflejaba a Dios, la Mente divina. La pericia que necesitaba para la mayoría de los trabajos que tomé después de ese descubrimiento, se fue desarrollando a medida que continuaba en el camino, orando a la Mente divina y escuchando su dirección.

Por un tiempo, mi trabajo incluyó viajar a distantes países, casi siempre sola. Aunque en algunos vuelos tuve que saber con firmeza que, como dice el Himno 53 (Himnario de la Ciencia Cristiana), los “Brazos del eterno Amor / guardan a Su creación”, ni una vez estuve en un accidente mientras viajaba. También tuve curaciones. Pero la mayor parte del tiempo comprobé que la oración consecuente fue un excelente preventivo.

Una vez, cuando me encontraba en el Lejano Oriente, me enfermé de diarrea. Me habían prevenido que el cambio en los alimentos y el agua podían tener efectos adversos, pero no me ocupé de tomar las debidas precauciones contra esta creencia. Como yo vivía en un club, el gerente del club me dijo que si yo no estaba mejor al día siguiente, debería tener atención médica. Después de esto, empecé a orar usando la “exposición científica del ser” (pág. 468) de Ciencia y Salud. Muy pronto, parte de un amado himno me vino a la mente (Himnario, N.°148):

No teme cambios mi alma
si mora en santo Amor;
segura es tal confianza,
no hay cambios para Dios.

De pronto me di cuenta de que, desde un punto de vista espiritual, yo no había cambiado de un lugar para otro, porque, como idea de Dios, moraba por siempre “en santo Amor”. A la mañana siguiente, ya estaba bien.

Hace poco tiempo, mi auto chocó con una motocicleta, pero no sufrí daño. Aunque el impacto fue recibido en la puerta del lado donde yo estaba, salí ilesa. De hecho, sentí completa paz, habiéndome dado cuenta, por medio de la Ciencia Cristiana, de la irrealidad de los accidentes. (En más de cuarenta años de manejar nunca había tenido un accidente, ni había visto uno). Después de estacionar el automóvil, fui a donde estaba el ciclista, que estaba tendido en la calle. Cuando me acerqué a él, estaba rodeado de personas que trataban de hacerlo sentir cómodo, hablándole, y ofreciéndole llamar una ambulancia. Nadie se dio cuenta de mi presencia, por lo que me sentí muy agradecida, ya que me dio la oportunidad para silenciosamente declarar la verdad, como aprendemos a hacer en la Ciencia Cristiana. El primer pensamiento que me vino a la mente fue de que solamente hay una Mente en operación. Me di cuenta entonces de que nada sino la armonía estaba presente, abrazando y gobernando todo. Di gracias a Dios por Su cuidado y protección.

Cuando llegué a casa, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que me sostuviera por medio de la oración. Más tarde, habiendo obtenido el nombre del ciclista, llamé al hospital para inquirir sobre su estado, y me dijeron que había sido dado de alta. Después, lo llamé a su casa, y me dijo que estaba bien. Durante toda esta experiencia no se dijo ni una sola palabra de recriminación o de crítica. Más tarde, busqué la palabra “armonía” en las Concordancias de los escritos de la Sra. Eddy, y encontré la siguiente declaración (Ciencia y Salud, pág. 412): “Percibid la presencia de la salud y la realidad del ser armonioso, hasta que el cuerpo corresponda a las condiciones normales de la salud y armonía”.

En retrospección, no encuentro palabras con que realmente pueda expresar mi gratitud por la Ciencia Cristiana, la que conocí cuando me encontraba en el momento más crucial de mi vida. Ahora puedo testificar de que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8:28). La “clave” que la Sra. Eddy da en Ciencia y Salud, que abre la puerta a una más profunda comprensión de la Biblia, es, por supuesto, muy apreciada.

He aprendido que nunca puedo estar separada de Dios. La creencia de un solitario yo, privado de un hogar y de una herencia, ha cedido a una gloriosa seguridad de que vivo, me muevo y tengo mi ser en Dios, como Pablo nos dice (ver Hechos 17:28); que yo reflejo Su actividad, inteligencia y sustancia imperecedera. ¡Qué herencia!

Estoy muy agradecida por el constante cuidado de Dios y por los muchos amigos que me han ayudado a lo largo del camino; por ser miembro de La Iglesia Madre y por la instrucción en clase de Ciencia Cristiana. Estoy especialmente agradecida por todas las publicaciones de la Ciencia Cristiana, incluso el The Christian Science Monitor, y por las Lecciones Bíblicas, nuestro “pan de cada día”. La definición de “Iglesia” en el Glosario de Ciencia y Salud (ver pág. 583), fue el punto decisivo para mí; removió todas las dependencias y opiniones materiales que originalmente me habían distanciado de la religión. ¡Qué sabia y generosa fue la Sra. Eddy! Todo lo que ahora comprendo y he demostrado se lo debo a la Ciencia Cristiana, y continuaré en mis empeños porque mi vida refleje la belleza de la gracia de Dios.


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