Después de una feliz y relativamente despreocupada niñez, consideré tener en el futuro una carrera en las artes. Pero, en su lugar, y mientras aún estaba en mi adolescencia, mi familia sufrió severos reveses económicos y, como resultado, vine a América, donde tuve que arreglármelas por mí misma. Aunque una excelente educación me había dado un buen conocimiento del inglés, y yo estaba dispuesta a hacer cualquier trabajo honorable, no tenía realmente un oficio específico, y sólo suficiente dinero para un modesto alojamiento. No conocía a nadie que me pudiera ayudar o aconsejar. Para sobrevivir, comencé en posiciones humildes, observando y aprendiendo en un trabajo hasta que estaba lista para ir a otro. Siempre obtenía alguna experiencia, pero todavía no tenía una dirección definida en mi vida. Durante esos años difíciles, frecuentemente me preguntaba: “¿Por qué? ¿Qué es la vida?” Pero no encontré respuestas alentadoras.
Una vez, llegué a la conclusión de que la vida no valía la pena vivirla. Pero no sabía qué hacer con respecto a esto. Entonces, una noche, soñé que me estaba ahogando y que no parecía importarme. De pronto apareció una luz en un sitio y salí a la superficie, y desperté del sueño. Poco después, conocí a una joven mujer cuya actitud me impresionó. Nos hicimos amigas, y, a la larga, alquilamos un apartamento. Después de esto, cada mañana, mientras yo preparaba mi desayuno, noté que ella leía un libro. Cuando le pregunté qué era lo que leía tan temprano en la mañana, me dijo que era la Biblia. Esto me pareció muy peculiar. (¡Hasta me pregunté si sería una fanática religiosa!) Entonces le dije que yo no creía en Dios, y que no estaba interesada en la Biblia. Sin embargo, un día ella empezó a hablarme de Dios. La escuché a regañadientes, pero cuando ella indicó que Dios era la causa y creador único, me interesé y empecé a hacerle preguntas. Me dijo que ella era estudiante de la Ciencia Cristiana. Muy pronto compré un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y con una Biblia, comencé a leer las Lecciones Bíblicas. Más tarde, por mediación de esta amiga, conocí a otros Científicos Cristianos que me agradaron, y me pidieron que fuera a la iglesia con ellos.
Nunca me olvidaré de ese primer culto al que asistí. Aunque comprendí muy poco de lo que se leyó (yo no sabía ni siquiera el Padre Nuestro), me impresionaron las caras alegres y lo bien que cada uno se veía. Desde ese momento, nunca falté a un culto, y estudié las lecciones semanales más detenidamente. Sin embargo, tuve dificultad en aceptar de que hubiera algún bien reservado para mí.
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