Todo comenzó con una inocente caminata hasta un centro comercial cercano. Eran más de las diez de la noche, pero mi amigo y yo fuimos porque queríamos estar en un lugar fuera de casa para conversar. Habían transcurrido dos semanas desde nuestra graduación de la escuela secundaria, y teníamos muchas cosas de qué hablar.
Cuando llegamos a la playa de estacionamiento, ya habían cerrado todos los negocios, de modo que simplemente nos sentamos cerca de un poste de la luz y hablamos durante media hora. Comenzamos a caminar de regreso a casa, y, cuando íbamos cruzando esa inmensa playa de estacionamiento, se nos acercó un auto con unos muchachos que gritaban obscenidades. Nosotros seguimos caminando. Para llegar a mi casa teníamos que atravesar una zona que aún no estaba habitada. Habíamos caminado aproximadamente una cuadra cuando ese mismo auto apareció detrás de nosotros, disminuyó la velocidad y empezó a seguirnos. Los muchachos comenzaron a insultar a mi amigo y amenazaron con pegarle; luego siguieron diciendo lo que les gustaría hacer conmigo. Me sentí acobardada; ellos eran cuatro y nosotros dos. “Me estoy poniendo furioso”, susurró mi amigo.
A medida que íbamos atravesando la parte más oscura, comencé a pensar en lo irónico que resultaba estar caminando precisamente donde, en el futuro, iba a estar la estación de policía de nuestra ciudad. Eso me hizo pensar en protección, y en el hecho de que yo podía recurrir a Dios en cualquier situación. De modo que eso fue lo que hice; oré, pidiéndole a Dios que me mostrase qué era lo que debía saber. Me vinieron al pensamiento algunas líneas de mi himno favorito del Himnario de la Ciencia Cristiana, y comencé a cantarlas para mis adentros.
Andando voy con el Amor
y es día santo el día de hoy
ya nada puedo yo temer,
pues cerca siento a mi Señor;
de puro gozo lleno estoy.
¡Con el Amor andando voy!Himnario, N.° 139.
La presencia de Dios estaba con nosotros aun en esa calle oscura; yo sabía que no tenía por qué estar temerosa. Cuando mi amigo dijo que quería pegarles a los muchachos, le susurré con calma: “No hagas nada — sencillamente no hagas nada — sigue caminando”. A esta altura, uno de los muchachos estaba caminando detrás de nosotros, y otros dos estaban sentados en el auto que avanzaba lentamente a la par de nosotros. Sus amenazas continuaban, y yo continuaba cantando el himno para mis adentros:
Quien se acompaña del Amor
Le debe hablar y obedecer;
a todos la verdad da Dios
y amante atiende su clamor;
las nubes rasga Su poder,
vayamos del Amor en pos.
Me sentía realmente segura de que Dios sí responde a cada llamado, y comenzaba a sentirme a salvo, sabiendo que el amor de Dios nos estaba cuidando a todos. Mi amigo caminaba serenamente a mi lado. Ahora teníamos que cruzar una calle, y los muchachos nos estaban amenazando con atropellarnos con el auto, de modo que seguí cantando para mis adentros la última estrofa del himno:
¡Venid, marchad con el Amor!
En él, cual niños, confiaréis;
alzad la vista y avanzad,
amando con el corazón,
y en paz y dicha viviréis.
¡Venid, con el Amor marchad!
Sentí que silenciosamente mi corazón rebosaba de amor, pues no sentía odio hacia esos hombres; ¡sabía que ellos también eran hijos de Dios! De pronto, mientras cruzábamos la calle, uno de ellos saltó fuera del auto y con firmeza dijo a los otros: “¡Vengan muchachos, vámonos!”. Subieron al auto y se alejaron velozmente, gritando.
Cuando llegamos a los escalones del frente de mi casa, mi amigo y yo nos sentamos y él dio un suspiro de alivio: “Vaya que tuvimos suerte”. Yo sonreí. No, no fue suerte. Sentí que fue el amor de Dios lo que nos había protegido. Fue como nos dice la Biblia: “Con justicia serás adornada; estarás lejos de opresión, porque no temerás, y de temor, porque no se acercará a ti”, Isa. 54:14. y yo estaba tan agradecida. Tal como el himno nos había prometido, ¡en paz y dicha sí viví!
Las experiencias de curaciones en los artículos del Heraldo se verifican cuidadosamente, incluso en los artículos escritos por niños o para niños.
