En ciertas ocasiones, cuando he comenzado a trabajar en un nuevo empleo, y no conozco a mis nuevos compañeros, es posible que me ofrezcan una bebida alcohólica en las fiestas de la oficina.
“Me tomaré una soda, o un jugo de fruta”, les digo.
“¡Oh vamos!” me dicen. “Esto es una fiesta, no la eches a perder”.
“No gracias, una soda es suficiente”.
“¿Es que no tomas?”
Me preguntaba si sería mejor decirles que soy Científico Cristiano, y que los Científicos Cristianos no toman, o tratar de cambiar el tema rápidamente. Sería tan fácil decir: “Está bien, me tomaré una ginebra con soda”, en vez de tener que decirles que no tomo bebidas alcohólicas, y luego explicar en detalle el porqué.
Sin embargo, he llegado a la conclusión de que es mucho mejor decir, con autoridad y convicción, que no tomo. Si se dan cuenta de que no voy a cambiar mi decisión, pronto dejan de insistir. Cuando se enteran de que mi razón para no tomar tiene una base espiritual, mi posición infunde respeto. Algunas veces me han preguntado: “¿Qué es la Ciencia Cristiana? Podrías explicar por qué no tomas bebidas alcohólicas?”
Claro está, que en una atmósfera social uno no quiere dar una respuesta demasiado complicada, o tan llena de términos de la Ciencia Cristiana, que sólo los Científicos Cristianos podrían entender. Pero he podido explicar que no bebo porque trato de seguir lo que Cristo Jesús dijo que es el primero y más grande de los mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37. Me he dado cuenta de que la Biblia, y especialmente las palabras mismas de Jesús, son un buen comienzo. Aunque haya una persona que no profese el cristianismo, generalmente ella reconoce que la Biblia es una premisa aceptable. Siempre tengo presente que no estoy tratando de convertir a mi amigo, sino explicándole el punto de vista de la Ciencia Cristiana, como yo lo entiendo.
El hecho es que estoy tratando de amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma, y con toda mi mente. Me esfuerzo por tener fe absoluta en Dios, y depender totalmente de El para toda mi felicidad e inteligencia. El efecto del alcohol parece ser un poder aparte de Dios, que domina al que bebe. Sin embargo, el hombre, en realidad, no puede estar jamás separado de Dios, el Espíritu; y esto lo podemos probar diariamente en nuestra vida. San Pablo escribió en su epístola a los Romanos: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Rom. 8:38, 39.
“Bueno, pero yo tomo muy poco”, dirán algunos. “Jamás me emborracho”.
El alcohol influye en nuestros sentidos y en nuestro juicio, aunque se tome en pequeñas cantidades, y yo prefiero que el alcohol no me influya. Por lo tanto, para mí es lógico ser terminante en la primera invitación, y nunca tomar.
La Sra. Eddy, una discípula moderna de Jesús, y la Descubridora de la Ciencia Cristiana, sabía muy bien acerca de la necesidad de abstenerse de toda bebida intoxicante. Escribió: “La bebida fuerte es incuestionablemente un mal, y el mal no puede usarse con temperancia: su menor uso es abuso; de ahí que la única temperancia sea la abstinencia total. La embriaguez es sensualidad desencadenada, en cualquier forma que se manifieste”.Escritos Misceláneos, pág. 289.
Lo que me parece interesante es que, aun cuando no tomo, no he dejado de divertirme cuando estoy en compañía de otras personas. Es más, me atrevería a decir que gozo más, pues tengo pleno conocimiento de todo lo que sucede a mi alrededor, y, por lo tanto, estoy alerta a todo. Disfruto de la vida y, para ello, no necesito tomar.