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Estemos alerta

Del número de julio de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Fui mesmerizado.

Pero, ¿quién me haría tal cosa?

Nadie. Simplemente, fui yo mismo quien lo hizo.

Somos mesmerizados cuando permitimos que pensamientos que no se asemejan a la naturaleza de Dios dominen y controlen algún aspecto de nuestra vida. De esta manera cerramos nuestros ojos parcialmente y no percibimos lo que es natural para nosotros, es decir, escuchar a Dios y dejar que Sus ideas buenas y verdaderas gobiernen nuestros pensamientos y nos bendigan.

Durante muchos años, había encontrado una inmensa satisfacción en ser miembro de la iglesia. Había progresado espiritualmente, y había trabajado en la iglesia, no sólo en bien de mi propio desarrollo espiritual, sino también con un sincero deseo de bendecir a los demás.

Luego me trasladé a otra parte del país. Era soltero, y conocí a una atractiva joven. Estaba bastante ocupado con todo lo que había que hacer y ver en esta nueva localidad. Estaba tan ocupado pasándolo bien que no me hice miembro de la Iglesia de Cristo, Científico, en esta nueva comunidad. Concurría a los servicios religiosos con cierta regularidad, pero no participaba en ellos como antes lo había hecho. Cerrando los ojos a la gran bendición que aporta el ser miembro de la iglesia y participar completamente en ella, me vi privado de esa actividad que estimula y satisface espiritualmente. Pero me justificaba a mí mismo, asegurándome de que “más adelante” me haría miembro de la iglesia y participaría activamente.

Eso fue el mesmerismo. Había permitido que mis pensamientos fueran dominados por las actividades materiales, los entretenimientos temporales y el pensamiento sutil de dejar que otros se hicieran responsables por el trabajo de iglesia.

Tal vez usted haya tenido una experiencia similar. Quizás se haya visto abrumado por responsabilidades familiares o de negocios; ha sentido que necesitaba un descanso de su actividad en la iglesia “solamente por unos pocos meses”. Quizás haya creído que, por haber servido dos veces en cada actividad de iglesia, era ya tiempo de retirarse y dejar que otros se hicieran cargo.

Tal vez sus sentimientos fueron heridos y se retiró de la iglesia. Quizás haya tenido temor de salir de noche y, por eso, haya dejado de asistir a la reunión de testimonios de los miércoles.

Los argumentos que oscurecen nuestra visión y nos impiden percibir las abundantes bendiciones espirituales que aportan el ser miembro de la iglesia y el servir desinteresadamente a los demás, generalmente no son lo que parecen ser. Son argumentos mesméricos, parte de la creencia de que podemos ser influidos por pensamientos limitados o egoístas. Si aceptamos el temor, la dilación, la presión, como algo legítimo, y actuamos de acuerdo con estos pensamientos, esto nos impide discernir las ideas de Dios, las que nos guían a hacer lo que es bueno y natural. Cuando actuamos erróneamente, o nos descuidamos de hacer lo correcto, hemos sido mesmerizados por sutiles pensamientos materialistas que tratan de destruir las ideas que vienen de Dios, la Mente divina.

Cristo Jesús les habló a sus discípulos acerca de la necesidad de estar alerta: “Si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa”. Mateo 24:43. Los seguidores de Jesús reciben hoy en día gran inspiración y percepción espiritual cuando rechazan cualquier argumento sutil que trataría de cerrarles los ojos a la percepción del amor de Dios y a la disposición de servirlo a El y al prójimo.

En mi experiencia, de pronto un día me di cuenta de que, a pesar de que lo estaba pasando bien, carecía de la profunda satisfacción que aporta el servir desinteresadamente a otros mediante la actividad de iglesia. Puesto que no estaba obedeciendo el mandato de Jesús que dice: “De gracia recibisteis, dad de gracia”, Mateo 10:8. me sentía en cierto modo vacío e insatisfecho. Cuando me di cuenta de que había sido engañado — mesmerizado — empecé a orar. Di los pasos para defender mis pensamientos de sugestiones mentales agresivas. Luego me hice miembro de una iglesia filial. ¡Fue como regresar al hogar! El servicio que consecuentemente presté a otros fue la experiencia más llena de satisfacciones que jamás había tenido; el progreso espiritual fue considerable. También continué pasándolo bien con mis amigos; el poner a Dios primero no me privó de nada que fuera bueno.

En respuesta a su propia pregunta: “¿Cómo pueden distinguirse las ideas verdaderas de las ilusiones?”, la Sra. Eddy escribe: “Averiguando el origen de ambas. Las ideas son emanaciones de la Mente divina. Los pensamientos, los cuales proceden del cerebro o de la materia, son vástagos de la mente mortal, son creencias mortales y materiales. Las ideas son espirituales, armoniosas y eternas”.Ciencia y Salud, pág. 88.

La Mente divina es la única Mente que realmente existe. Puesto que el hombre es la imagen y semejanza de Dios, expresa incesantemente a la Mente divina. En realidad, el hombre no tiene una mente personal y separada que pueda ser mesmerizada, oscurecida o engañada. No hay una inteligencia separada que pueda manipular al hombre ni hacerle cerrar los ojos. No hay una inteligencia material que dé actividad al mal o que paralice el bien. En realidad, el hombre no puede ser forzado a ser diferente de como Dios lo hizo, es decir, bueno. El hombre jamás puede ser llevado a pensar, ser o hacer aquello que Dios no conoce.

Puesto que el hombre está siempre unido a la fuente divina de todas las ideas correctas, podemos confiar en ser inspirados y guiados por Dios en cada actividad, incluso la de ser miembro de la iglesia. La verdad de que el hombre es inseparable de la Mente divina nos eleva y despierta a reconocer nuestro verdadero estado de hombre y mujer, el cual no está sujeto a ninguna influencia que no sea la divina. Podemos examinarnos frecuentemente para estar absolutamente seguros de que estamos prestando atención a los pensamientos y motivos que se originan en el bien, la Mente eterna, y que estamos actuando de acuerdo con ellos.

Nos aguardan a todos una abundante bendición y un pródigo bien, que son inherentes al servicio abnegado y al amor hacia el prójimo, ejemplificados mediante nuestro trabajo en la iglesia. El servicio abnegado nos ayuda a ser más receptivos y más sensibles a la curación del Cristo. ¡Estemos alerta!

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