Uno de los significados de la palabra “permanecer” es mantenerse continuamente sin límite de tiempo. Esto, sin duda, pertenece a Dios y Su bondad. No obstante, cuando luchamos por vencer alguna forma de discordancia, tal vez sintamos la tentación de creer que el bien está ausente y que debemos orar con fervor para lograr que se manifieste nuevamente en nuestra experiencia. Este punto de vista difiere totalmente del que tiene un Científico Cristiano para solucionar sus problemas.
La Ciencia Cristiana nos enseña la realidad liberadora de que Dios, el Amor divino, jamás está ausente. Debido a que Dios es la Verdad, no puede ser restringido ni reemplazado y siempre está disponible para que Lo reconozcamos y cedamos a El, y este reconocer y ceder trae consigo la curación. Si esto no fuera así, el cristianismo no sería una Ciencia confiable, sino meras conjeturas, lo que, a su vez, significaría que nuestras oraciones podrían o no ser respondidas. Quien esté sufriendo podría recurrir a Dios en busca de ayuda pero sin la certeza de obtenerla. No obstante, Dios es la Verdad, omnipresente, omnipotente, es el Amor que socorre, y la absoluta convicción de esto asegura la libertad tan anhelada.
La Ciencia del cristianismo es confiable, infalible. Jamás varía. Pero necesitamos saber esto, demostrarlo, y discernir que todo lo que sugiera la ausencia de Dios y de Su armonía es ficticio y, por tanto, insustancial y destructible. Como la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Estando Dios en todas partes y siendo omnímodo, ¿cómo puede estar ausente o sugerir la ausencia de la omnipresencia y omnipotencia?” Ciencia y Salud, pág. 287.
En vista de la presencia permanente de Dios, no es preciso que ansiosamente tratemos de alcanzar a Dios y rogar por Su regreso. Dios jamás nos ha dejado ni por un solo instante. Cada uno de nosotros es, en realidad, Su reflejo espiritual, por ello jamás podemos estar separados de El ni de Su bondad. El hombre, a través de la eternidad, coexiste con Dios, su Principio divino o Mente creadora. Y la Verdad divina, cuando se comprende, responde a todos nuestros ruegos. En Jeremías leemos: “¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos?” Jer. 23:23.
La Sra. Eddy no sólo reconoció la inseparabilidad de Dios y el hombre, Padre e Hijo, sino que también percibió esta relación como coexistencia. Dios es el creador, pero así como El no puede existir sin Su manifestación, el hombre espiritual, tampoco el hombre puede existir sin Dios, su causa continua.
Un himno afirma lo siguiente: “Nada temeré, divino Amor, pues sé que Tú conmigo siempre estás”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 7. Si nos sentimos separados del Amor divino, necesitamos aferrarnos a la verdad de la presencia permanente de Dios.
Según la narración bíblica, Jacob evidentemente experimentó un sentido de separación del bien cuando estaba luchando con temor y desesperación antes del encuentro con su hermano a quien vergonzosamente había causado daño. En Ciencia y Salud leemos: “Jacob estaba solo, luchando con el error — contendiendo con un sentido mortal de que la vida, la sustancia y la inteligencia existen en la materia, con sus falsos placeres y dolores — cuando un ángel, un mensaje de la Verdad y el Amor, se le apareció y castigó el tendón, o fuerza, de su error, hasta que vio su irrealidad; y la Verdad, siendo de tal modo comprendida, le confirió fuerza espiritual en ese Peniel de la Ciencia divina”.Ciencia y Salud, pág. 308.
Por supuesto que es imposible que el hijo de Dios pueda estar separado de El. Podemos reconocer esta inseparabilidad por muy severa que pueda parecer la condición humana. El reconocer que sólo el pensamiento falso necesita ser corregido (y que los mensajes angelicales de Dios están siempre presentes para ayudarnos a lograr esta corrección) fortalece a quien se siente solo a que avance hacia la victoria. Jacob se apresuró y el resultado fue que él y su hermano se reconciliaron felizmente.
El reconocer la permanencia del bien es lo que siempre se necesita. No tenemos que ir a algún lugar distante a buscar a Dios para que acuda a nuestro socorro, sino sólo elevar nuestro pensamiento para reconocer Su presencia consoladora, allí mismo donde el problema parece existir. Esto lo comprendí en una ocasión cuando me sentí privada del bien en la forma de un hogar feliz.
Posteriormente a la venta de la casa donde había vivido contenta, compartiéndola con una compañera, me vi obligada a mudarme temporariamente a una vivienda restrictiva y muy inferior al nivel que había estado disfrutando por tanto tiempo. En ese entonces, desempeñaba un cargo en una oficina y, por consiguiente, estaba fuera todo el día. No obstante, la idea de volver a mi habitación por las noches ciertamente no era nada agradable, aunque me sentía agradecida de tener un lugar de refugio.
Pocas semanas después de la mudanza, invité a una amiga y a su esposo a que vinieran a visitarme. Una sugerencia que me hizo mi amiga fue que estuviese alerta a establecer un mejor sentido de hogar en mi vivienda actual, por más humilde o inadecuada que pareciera. Comencé a reconocer la presencia de Dios allí mismo donde me encontraba y a apreciar lo que tenía, hasta comencé a colgar algunos cuadros en las paredes vacías de mi pequeña habitación. Al cabo de poco tiempo, se me ofreció un apartamento muy amplio en una localidad más conveniente. La necesidad había sido respondida a través de mi obediente reconocimiento de la presencia continua de Dios independientemente del cambio de las circunstancias.
Sea un hogar o la salud lo que parezca faltarnos, el reconocimiento de la permanencia del bien espiritual puede corregir la situación. Dios perpetúa en Su reflejo, el hombre, todas las ideas y cualidades correctas y necesarias, que constituyen el ser mismo del hombre. La verdadera salud nunca se ausenta, porque es una cualidad espiritual permanente y no una condición física. Una curación en la Ciencia Cristiana simplemente manifiesta un claro reconocimiento del reino eterno de la armonía en el hombre de Dios. Todo esto nos ayuda a comprender cómo se efectuaban las curaciones instantáneas de Cristo Jesús. Si en realidad el bien pudiera perderse y posteriormente reconquistarse, su restauración implicaría un proceso de tiempo; mas un claro entendimiento de la continuidad y actividad ininterrumpidas del bien espiritual — un entendimiento tal como Jesús lo manifestó tan perfectamente — no sólo hace posibles las curaciones rápidas, sino inevitables. En la realidad espiritual, la omnipresencia del Amor hace imposible la carencia, el pesar, la soledad o cualquier clase de discordancia. Exactamente donde estos errores parecen estar, está el aspecto específico del bien que éstos pretenden haber invertido.
El resplandor incesante del sol en el espacio simboliza la perpetuidad del bien. Cuando las nubes temporariamente oscurecen los rayos del sol de la vista humana, un niño puede creer que el sol ha desaparecido. En forma similar cuando alguna clase de mal oscurece la luz espiritual, podríamos creer que Dios ya no está presente. ¡Cuán alerta debemos estar para que jamás aceptemos tal sugestión errónea! El Amor divino está proclamando por siempre: “Yo soy Todo.” Nuestro humilde y agradecido reconocimiento de este hecho puede disipar las nubes del error. La presencia perpetua del bien hace que el mal sea una imposibilidad. Cuando reconocemos que es un impostor, el mal no tiene poder, ni siquiera para parecer que gobierna nuestra experiencia.
En su obra Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy declara: “El propósito del Amor divino es el de resucitar el entendimiento, y el reino de Dios, el reino de la armonía ya dentro de nosotros”.Esc. Mis., pág. 154. ¡Cuánta liberación nos ofrece saber que la armonía está siempre a nuestro alcance, sólo a la espera de nuestro reconocimiento!
