Este testimonio, que ilustra la presencia y el poder del Cristo, es muy querido para mí.
Una tarde, fui a una ciudad cercana a visitar a uno de mis hijos que vive allí con su esposa y cuatro hijos. Al no ver a la más pequeña (que tenía un año y medio), pregunté por ella. Me dijeron que estaba durmiendo porque no se sentía bien. Había estado llorando toda la mañana. Los padres pensaban que era indigestión.
Mi nuera había salido por un momento, y me quedé conversando con mi hijo. Estaba muy preocupado por la nena. Después de escucharlo un rato, me pareció mejor dar fin a mi visita. Así que, dejando lo que les había llevado, me fui.