Este testimonio, que ilustra la presencia y el poder del Cristo, es muy querido para mí.
Una tarde, fui a una ciudad cercana a visitar a uno de mis hijos que vive allí con su esposa y cuatro hijos. Al no ver a la más pequeña (que tenía un año y medio), pregunté por ella. Me dijeron que estaba durmiendo porque no se sentía bien. Había estado llorando toda la mañana. Los padres pensaban que era indigestión.
Mi nuera había salido por un momento, y me quedé conversando con mi hijo. Estaba muy preocupado por la nena. Después de escucharlo un rato, me pareció mejor dar fin a mi visita. Así que, dejando lo que les había llevado, me fui.
Cuando llegué a la esquina de la calle en donde vivían, me vino este pensamiento: “¿Qué estás haciendo?”. Quedé como clavada en el suelo, y humildemente volví a la casa de donde me había ido. Fui recibida con abrazos y besos por los niños mayores. Uno de ellos me dijo con todo amor: “¡Qué lindo que volviste. Yo no quería que te fueras!”.
Mi nuera, que ya estaba en casa, levantó a la chiquita, que se había despertado, y me la dio para que la tuviera en brazos y le diera la mamadera. Empezó a tomarla, y luego comenzó a vomitar.
Los padres la calmaron y cambiaron sus ropas. La niña se animó. Como estaba acostumbrada a que yo la llevara a la plaza, empezó a pedir en su media lengua su paseo conmigo. Los padres lo pensaron por un momento, y luego de dar su consentimiento, salimos las dos.
Caminamos un poco, pero luego mi nieta me pidió que la alzara. Esto era algo raro porque, por lo general, es muy vivaz y movediza. La levanté en brazos y empecé a caminar alrededor de la plaza, diciéndole frases sencillas de Ciencia Cristiana, y cantándole estrofas simples del Himnario de la Ciencia Cristiana. Yo esperaba que la nena repitiera algo de lo que yo le decía, pero me miraba con sus grandes y dulces ojitos, y no decía nada. Yo le decía, despacito y muy suavemente: “Dios es la Vida del hombre”, pero seguía silenciosa.
Esa mañana en mi hogar, al hacer mi estudio diario de la Ciencia Cristiana, había estado buscando en las Concordancias de las obras de Mary Baker Eddy todo lo que podía acerca de la maternidad de Dios. Había sentido la necesidad de profundizar sobre este tema.
Finalmente, decidí sentarme con la nena en un escalón de la plaza, y le dije: “Dios es Amor”. ¡Cuál fue mi inmensa alegría cuando la chiquita, llena de risa, me dijo en su media lengua: “Amor, amor, mami, amor”! Y allí se terminó el malestar y el silencio. Se había puesto bien. Sonriente y feliz, comenzó a jugar con unas piedritas que estaban al lado de donde estábamos sentadas, y seguía repitiendo: “Amor, amor, mami, amor”. Yo sentí en mi corazón que el amor a quien ella se refería era realmente el amor de Dios.
Me acordé de mi estudio de la mañana, y sentí que Dios me había estado preparando para recibir el reconocimiento de Su maternidad de labios de una criaturita pura e inocente. Por eso, este testimonio es tan especial para mí. Agradezco a nuestro Padre-Madre Dios esta maravillosa enseñanza, la Ciencia Cristiana.
Santa Fe, Argentina
