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El efecto sanador de la bondad

Del número de julio de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Son muchos los que están hambrientos de bien. Pero, ¿qué es en realidad el bien perdurable? La Sra. Eddy responde a esta pregunta cuando indica que la declaración constante del verdadero Científico Cristiano es: “El bien es mi Dios, y mi Dios es el bien. El Amor es mi Dios, y mi Dios es el Amor”.Escritos Misceláneos, pág. 206.

El hombre creado a la semejanza de Dios refleja el bien divino e infinito y expresa el bien en bondad. Pero, ¿cómo logramos el bien?

Un estudio de la palabra “bien”, con la ayuda de las Concordancias de los escritos de la Sra. Eddy, despierta e ilumina. No cabe dudas de que un estudio de este tipo espiritualiza nuestro concepto del bien. Las numerosas referencias a esta corta palabra nos muestran el énfasis que pone la Ciencia Cristiana en la comprensión espiritual del bien. Cada vez que uno reconoce el bien, está reconociendo a Dios. Cada vez que permitimos que el bien resplandezca por encima de las tendencias malas, la presencia misma de Dios actúa en nuestra vida. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy declara: “El mal es destruido por la consciencia de bien”.Ciencia y Salud, pág. 311.

Debido a que Dios existe y es el único bien, es posible, cada vez más, experimentar el bien en nuestra vida diaria. Toda clase de mal — el supuesto contrario de Dios, el bien — nunca ha existido como una realidad. Es siempre mítico, hipotético, irreal, y esto puede ser comprobado por cualquier estudiante sincero de esta poderosa Ciencia de Dios y el hombre. Todo el bien que poseemos está en proporción a la bondad que expresamos. La bondad es un atributo primordial de Dios.

El estudio de la Ciencia Cristiana revela la fuerza y el poder de la bondad. La Sra. Eddy escribe: “El maravilloso poder curativo del bien es el manantial de la vida del cristianismo, y caracterizó y marcó el comienzo de la era cristiana”.Esc. Mis., pág. 199.

Se dice que el amado Maestro, Cristo Jesús, era un hombre bueno. Sin embargo, cuando una persona vino a Jesús y lo saludó de esta manera: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”, la respuesta fue: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. Mateo 19:16, 17. Jesús es nuestro Mostrador del camino hacia el bien. Es nuestro ejemplo de bondad, nuestro modelo para la liberación de la aparente esclavitud de los sentidos mortales. El nos mostró que Dios es la fuente de toda bondad verdadera.

Un sentido de bondad que brota meramente de la emoción en lugar de la fuente de la verdadera bondad, el Principio divino, no puede proporcionarnos el bien perdurable. Los logros alcanzados por las ciencias materiales, la política, las artes, las profesiones, los deportes y demás actividades, sirven para elevarnos en nuestro camino de los sentidos al Alma, pero sólo si se los utiliza como oportunidades para desarrollar nuestra expresión de la verdadera individualidad espiritual del hombre. Estaremos libres para elevarnos más en nuestro crecimiento espiritual, sólo cuando el egotismo, que a menudo está vinculado a los logros humanos, sea reemplazado con la comprensión humilde de que la fuente de nuestra aptitud es Dios, y no una persona.

La gran bondad de Dios prevalece a través de las Escrituras desde el principio hasta el fin. Se encuentra en el relato de la experiencia de muchos de los venerables personajes de la Biblia. Dios dijo a Moisés: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. Ex. 33:19. Esto no está limitado a la experiencia de Moisés solamente. Es una promesa vital que incluye a todos para siempre. La admisión profunda, reverente y sagrada de que esta promesa se cumplirá, tiene el poder de elevar el pensamiento. El empeño que pongamos para que se cumpla, nos puede inspirar para que resucitemos nuestro pensamiento de las cargas que constantemente hace desfilar ante nosotros un sentido limitado y material de la existencia. El sentir la realidad del bien puede hacer que se desvanezca la aparente realidad del mal.

La bondad, que brota de su fuente, Dios, puede sanar; y sanar profunda y permanentemente. Si tomáramos en consideración la bondad que comprende cada aspecto de la vida, y buscáramos sentir este bien al aprender a ser buenos y hacer el bien, esto resultaría en muchas curaciones y en una profunda purificación de los sentidos. ¡El mero hecho de manejar un auto en medio del tráfico pesado puede ser un desafío a nuestra resolución de ser buenos y hacer el bien!

Las actividades normales de la vida diaria nos presentan símbolos del bien que es Dios, y el profundo aprecio que sentimos por este bien en nuestra vida es un eficaz camino que conduce a la curación. ¿Debemos considerar como una cuestión de todos los días aun las mínimas demostraciones de bien? ¿No debiéramos dedicarnos a expresar la bondad espiritual con el mismo empeño con que lo hacemos para todas las cosas, tal como Pablo lo recomendó? El lo dice a la perfección: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Col. 3:23. El aprecio por el bien eleva los pensamientos, los objetivos, y los motivos por encima de lo mortal, y nos acerca a Dios.

Puesto que hay bondad en la curación, ¿no se hace imperioso buscar y sacar a luz esta poderosa, aunque simple, cualidad en nuestro pensamiento y vida, expresando bondad moral y espiritual? Quizás pensemos: “Eso es demasiado fácil”. Pero, ¿puede decirse esto de algo que abarca la curación y transformación del carácter? El dar expresión a la bondad pura significaría liberarse de las penas, de la impaciencia, del egoísmo, de la codicia, de la deshonestidad, del temor, de la duda, de la dilación, de la pereza, y demás. Todos podemos encontrar en nuestra vida diversos aspectos que requieren en gran manera la curación moral. El buscar el bien, cuya fuente siempre es Dios, y negarnos a que nuestra bondad que procede de Dios ceda a los falaces argumentos de la mente mortal, pueden llegar a cambiar por completo nuestra perspectiva. Esto requiere vigilancia y oración: practicar la Ciencia Cristiana.

La determinación de aferrarse al bien como la única realidad, cualquiera que sea la circunstancia, puede resultar ser una armadura de gran fortaleza. La bondad puede abrir en nuestra experiencia puertas que anteriormente no se habían descubierto. La verdadera bondad, que proviene de su fuente, Dios (no la mera actitud que dice “soy una persona que hace el bien”), puede cambiar por completo nuestra perspectiva de la vida. La negativa a permitir que el pensamiento more en algo que no sea el bien, manteniendo el pensamiento devotamente en la Verdad y en el Amor divinos, hace que el pensamiento se ponga de acuerdo con la realidad espiritual. Cuando la luz del bien se siente de verdad, puede atravesar y disipar la nube más oscura que se encuentre en nuestro horizonte.

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