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Amemos a esos políticos

Del número de septiembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con frecuencia, la política nacional e internacional despierta intensas emociones, principalmente durante los años de elecciones o en momentos de tensión entre naciones. Puntos de vista profundamente arraigados pueden, a veces, abrumar el ánimo normalmente pacífico de la gente. En el nivel internacional se ve esto en el cambio de palabras mordaces entre los mandatarios de las naciones. Un fenómeno similar puede ocurrir entre candidatos a cargos públicos y entre quienes los apoyan.

Tales emociones exaltadas pueden inducirnos a pensar que jamás podríamos apoyar a “éste o ése” o que daríamos cualquier cosa por evitar que ocupe un cargo público o sacarlo de él. No hace falta pensar mucho para comprender que tal atmósfera cargada no ayuda a los mandatarios o a los candidatos, especialmente cuando buscan soluciones para problemas difíciles.

De manera inesperada, una mujer comprendió que había estado abrigando tales sentimientos sin haberse dado cuenta. Un día, una persona, a quien jamás había visto, se le acercó en la calle y sonriente le dijo que él sabía que el mandatario de la nación de ella sería asesinado durante un viaje internacional que iba a emprender en poco tiempo. Ella jamás había aprobado el punto de vista político de dicho mandatario y, con frecuencia, lo había criticado ásperamente. No obstante, no tenía el menor deseo — pensó— de que lo asesinaran y, al decirlo, trató de evitar a esta persona extraña y cruzó la calle. El hombre la siguió, aún hablando del esperado asesinato. Cuando finalmente pudo separarse de él, estaba bastante perturbada por la confianza que él tenía de que esto ocurriría.

Como cristiana, sabía que la Biblia declara que uno debe apoyar a quienes gobiernan la tierra. Ver 1 Pedro 2:13–15; 1 Tim. 2:1–3. También sabía que la oración sería su mejor y primer paso en decidir si la amenaza era algo más que una especulación ociosa de alguien y debía informarse a las autoridades.

Para su asombro, la oración le reveló que había estado abrigando intensos sentimientos de odio hacia el mandatario mismo, y no sólo hacia su política. Con enfado, recordó esta declaración del ensayo “Amad a vuestros enemigos” por la Sra. Eddy: “No odiéis a nadie; pues el odio es un foco de infección que propaga su virus y acaba por matar”.Escritos Misceláneos, pág. 12; ver también Mateo 5:43–48.

Para deshacerse de esos sentimientos, razonó más o menos de esta manera: Puesto que el hombre es la semejanza de Dios, ella, en realidad, sólo podía expresar bondad y perfección divinas. El odio no es la naturaleza de un Dios quien es Amor. Entonces tampoco podía ser una parte de su ser verdadero. Reconoció que simplemente con decir esto no era suficiente. Tenía que demostrarlo rechazando toda tendencia a odiar, e incluso no entregarse a la crítica basada en esta emoción. También tuvo que afirmar vigorosamente su habilidad para expresar solamente amor. No era fácil, pero la urgente necesidad de decidir lo que tenía que hacer la estimuló.

Gradualmente empezó a ver al mandatario como un individuo separado de su política, no sólo como una figura pública “plástica” sujeta a la condenación. Incluso reconoció en él — por primera vez — cualidades tales como inteligencia, bondad y generosidad. Se dio cuenta de que no tenía que aceptar una política que ella creía que era equivocada. Pero sí quería obedecer el mandamiento exhortado por Cristo Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 19:19. Esto significaba que tenía la obligación de discernir al hombre como semejanza de Dios y ver esta realidad en ella misma y en los demás. Al ver que el mal no es parte del hombre de Dios, es posible que nuestra manera de pensar cambie y que empecemos a ver una situación o persona mejores, o que la situación o la persona mejoren. En cada caso nos estamos viendo a nosotros mismos y a los demás bajo la luz donde el pecado (por ejemplo, crítica movida por el odio o la maleficencia) es menos atractivo y donde proceder correctamente parece progresivamente más natural.

A medida que la mujer empezó a vencer los sentimientos negativos en cuanto al mandatario de su país, se dio cuenta de que tenía que orar más respecto a la amenaza contra la vida de él. La Ciencia Cristiana enseña que Dios es Principio divino, y que Su ley, como El, es omnipresente. Entonces no podemos estar separados de ella, estemos donde estemos. Dios es enteramente bueno, y da vida únicamente. El jamás es el agente de la muerte. Dentro de Su ser infinito, donde el hombre mora por siempre, ningún asesino — mental o físico — puede existir o penetrar, trayendo muerte y pesar. El comprender esta verdad nos capacita para discernir su acción en la escena humana, ajustando todo lo que necesite corrección, ya sea que esto signifique mayor seguridad, mejores leyes, o más apoyo para las autoridades policíacas, para mencionar sólo tres posibilidades.

Orando en conformidad con estos conceptos, la mujer pensó que la amenaza podía ser más que las palabras de un maniático e informó el asunto a las autoridades. Después de hacerlo, continuó orando hasta que se sintió en paz y estuvo segura de que lo que ocurriera estaba en manos de Dios. Poco después, el viaje del mandatario fue cancelado debido a que nuevos acontecimientos en el país que iba a visitar, habían inestabilizado de tal manera la situación que su seguridad personal no podía ser garantizada.

Presidentes, primeros ministros y otros personajes públicos reciben su parte de crítica, algunas veces justificadamente. Pero la lección decisiva que esta mujer aprendió fue la de evitar la condenación equivocada y el odio. Dijo que después de esta experiencia, jamás sentiría odio, ni siquiera antipatía por ese hombre, a pesar de que todavía no estaba, de ninguna manera, de acuerdo con la política de él. En vez, sintió un cometido más fuerte para examinar los asuntos más a fondo, para apoyar las acciones que expresaran alguna cualidad propia del Cristo, de la mejor manera que ella pudiera percibirla y usar más activamente las vías gubernamentales apropiadas y disponibles a los ciudadanos que quisieran comentar sobre planteos legislativos.

La lección que ella había aprendido se aplica a más de un mandatario o situación en particular. Puede hacer que las cosas sean más apacibles en la oficina, en el hogar o en la escuela. Puede ayudarnos a ver a los mandatarios del mundo, incluso a aquellos de las naciones “enemigas”, bajo una nueva luz. Este cometido de buscar las cualidades propias del Cristo, y ser uno mismo cristiano, no sólo suaviza las cosas en la superficie, sino que nos revela todo lo que en nuestra manera de pensar necesita ser corregido, nos muestra cómo vencer el error y ser sanados.

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