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Amemos a esos políticos

Del número de septiembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con frecuencia, la política nacional e internacional despierta intensas emociones, principalmente durante los años de elecciones o en momentos de tensión entre naciones. Puntos de vista profundamente arraigados pueden, a veces, abrumar el ánimo normalmente pacífico de la gente. En el nivel internacional se ve esto en el cambio de palabras mordaces entre los mandatarios de las naciones. Un fenómeno similar puede ocurrir entre candidatos a cargos públicos y entre quienes los apoyan.

Tales emociones exaltadas pueden inducirnos a pensar que jamás podríamos apoyar a “éste o ése” o que daríamos cualquier cosa por evitar que ocupe un cargo público o sacarlo de él. No hace falta pensar mucho para comprender que tal atmósfera cargada no ayuda a los mandatarios o a los candidatos, especialmente cuando buscan soluciones para problemas difíciles.

De manera inesperada, una mujer comprendió que había estado abrigando tales sentimientos sin haberse dado cuenta. Un día, una persona, a quien jamás había visto, se le acercó en la calle y sonriente le dijo que él sabía que el mandatario de la nación de ella sería asesinado durante un viaje internacional que iba a emprender en poco tiempo. Ella jamás había aprobado el punto de vista político de dicho mandatario y, con frecuencia, lo había criticado ásperamente. No obstante, no tenía el menor deseo — pensó— de que lo asesinaran y, al decirlo, trató de evitar a esta persona extraña y cruzó la calle. El hombre la siguió, aún hablando del esperado asesinato. Cuando finalmente pudo separarse de él, estaba bastante perturbada por la confianza que él tenía de que esto ocurriría.

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