Todos los que hemos sido bendecidos por el Cristo, la Verdad — sanados y redimidos por él — tenemos el deseo primordial de compartir el mensaje salvador de Cristo con toda la humanidad.
¿Cómo hemos de hacerlo? ¡Debemos vivirlo! Nuestras vidas son el medio más eficaz para alabar la Verdad y para compartir su gloria. La Sra. Eddy escribe: “Desde hace mucho tiempo ha sido de suma importancia considerar: ¿Cómo habrá de adorar la humanidad al más adorable, pero al que menos se adora — y dónde habrá de comenzar esa alabanza que jamás terminará? Creo oír por doquier el suave y dulce suspiro de ángeles que responden: 'Vivid de tal manera que vuestras vidas confirmen vuestra sinceridad y canten Su alabanza' ”.Escritos Misceláneos, pág. 106.
¿Por qué las enseñanzas de hombres tan ilustres como Moisés, San Pablo y las del Maestro, Cristo Jesús, tienen tanta importancia en la actualidad? ¿Por qué será que, a pesar de haber pasado tantos siglos, sus palabras siguen viviendo para inspirarnos, fortalecernos y alentarnos? Ellos vivieron lo que enseñaron.
Cuando Jesús fue arrestado, sus discípulos huyeron y lo abandonaron. ¿Qué los hizo regresar? ¿Qué fue lo que finalmente capturó su dedicación a la práctica del cristianismo de Cristo? Fue la resurrección de Jesús. El demostró la validez de todo lo que dijo referente a la unidad con su Padre, la Vida eterna.
Entonces, ¿qué es lo que Cristo, la Verdad, exige de los cristianos hoy en día? Si hemos de seguir el ejemplo de nuestro Maestro, ¿no deberíamos vivir lo que él nos otorgó? La Verdad no es meras palabras. Es la Palabra. La Verdad divina es la Vida misma. Llega a ser real para nosotros sólo cuando la vivimos.
La Verdad no está en proceso de hacerse verdad; es eternamente verdad. La realidad del ser que Cristo Jesús enseñó y vivió, la realidad espiritual que la Ciencia Cristiana, el Consolador prometido, revela, está siempre presente. La verdad no es futurista. Es nuestra, ahora, para que la entendamos y demostremos. Como escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “La Verdad está revelada. Sólo es menester practicarla”. Ciencia y Salud, pág. 174.
Ningún desafío es tan regocijador, tan exigente y tan lleno de recompensas, como el de seguir a Jesús en su demostración del Cristo, la idea verdadera del parentesco divino del hombre. De ninguna otra manera podemos bendecir a nuestro prójimo tan efizcamente, porque lo que somos, más que lo que decimos, beneficia a la humanidad.
¿Qué es lo que nos capacita — lo que divinamente nos impulsa — para ser testigos de la verdad del ser en nuestra vida diaria? Es la Verdad misma. El propósito de la Verdad es ser el Todo-en-todo en la experiencia individual de cada uno de nosotros. San Pablo escribió: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filip. 2:13.
Cuando, por medio del estudio de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, ganamos una vislumbre mucho más clara de la realidad trascendente y de la gloria de Dios — quien es la Verdad divina — somos impulsados por Dios a hacer que el vivir la realidad espiritual sea la razón misma de nuestro ser. En vez de meramente usar la Verdad divina para que nos ayude sólo en caso de una necesidad especial, somos inspirados a usar toda actividad que tengamos como una oportunidad que el Amor provee para ser testigos del poder, la presencia y la actividad de la Verdad, es decir, para glorificar a Dios.
El supuesto contrario del Cristo, la tal llamada mente mortal, trataría de engañarnos y hacernos creer que el renunciar a todo por Cristo significa abandonar muchas cosas que nos harían más felices si las conserváramos. Pero esto no es verdad. Renunciar a todo por Cristo, no nos exige abandonar nada que es real y bueno. El sacrificar lo material por lo espiritual no nos priva de nada que constituya una vida verdaderamente feliz y llena de satisfacción. Por el contrario, esto resultará en las más abundantes y más satisfactorias experiencias de salud, armonía y dominio; da a la vida un propósito y un sentido elevado que nada, fuera de esto, puede darle.
¿Qué puede ser más satisfactorio que aprender a vivir como el hijo de Dios? ¿Qué puede ser más profundamente gratificador que aprender a expresar dominio sobre el error que mantendría al hombre sujeto al miedo y al odio, a la pobreza, la enfermedad, la inmoralidad y la muerte? Fue así como Jesús vivió: reconoció, entendió y demostró progresivamente el hecho espiritual de que el hombre existe, no como un mortal depravado, pecador y enfermo, sino como el hijo perfecto de Dios.
Si la verdad que Jesús demostró hubiera sido una verdad personal, que sólo le concernía a él y a nadie más, habría hablado de Dios como su Padre solamente; pero habló de Dios como nuestro Padre. Sanó, redimió y salvó a otros porque reconocía a un solo Padre. Sabía que, en realidad, todos somo los hijos y las hijas de Dios, y esta comprensión sanaba a aquellos que recurrían a su ayuda.
En realidad, sólo hay una clase de hombre: el hombre de Dios, la idea divina de la Mente. Esta verdad del hombre es la verdad acerca de cada uno de nosotros. Es la realidad de nuestro ser espiritual y original, el único hombre que en realidad podemos ser. Así, al renunciar a todo por Cristo, lo que se nos pide es entregar meramente el concepto erróneo, material y falso del hombre, lo cual, en realidad, no somos. Es el entendimiento de lo que somos en la Ciencia, lo que nos capacita para liberarnos a nosotros mismos y a otros de la inmoralidad, la enfermedad y la escasez que son inherentes a este concepto mortal erróneo.
Un joven había estado luchando contra los intentos de la mente carnal de hacerle creer que era un mortal físico, sujeto a los deseos de la carne. Un día, después de una mañana de lucha moral, vio a un Científico Cristiano a quien por algún tiempo había admirado. Debido a la calidad de vida que este Científico Cristiano llevaba, se dijo: “Quiero ser como él. Quiero vivir como ese hombre!” Esa combinación de ejemplo y dedicación llegaron a ser un punto decisivo en su vida. Nada se dijo, pero las cualidades a la manera del Cristo reflejadas en la vida de un hombre, encontraron respuesta en la de otro. Hoy, este joven expresa un carácter moral irreprochable, y se dedica a una carrera que beneficia a toda la humanidad. La Sra. Eddy escribe: “¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!” Esc. Misc., pág. 110.
Aprendemos a vivir como el hijo de Dios, el vástago del Espíritu, por medio de la obediencia a los Diez Mandamientos, el Sermón del Monte y las reglas de la Ciencia que se dan en el texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. Tal obediencia nos capacita para dominar todo aquello que pretenda interponerse entre nuestra demostración y el Cristo. Nos habilita para expresar dominio sobre las tendencias animales de la tal llamada naturaleza humana. No hay atajos en la demostración de la Verdad. El éxito llega sólo cuando vivimos en estricta obediencia al Principio divino. Esto no es represivo. ¡Es liberador, gozoso y satisfactorio!
La realidad espiritual del ser del hombre ha sido demostrada triunfalmente para nosotros, en toda su gloria, por Cristo Jesús. Esta gran verdad se revela a esta época mediante la Ciencia Cristiana. La Ciencia es el regalo inapreciable del Amor divino para nosotros. Cuando la amamos, la estudiamos y la vivimos, la Ciencia de Cristo transforma nuestras vidas. Progresivamente pone todo lo que pensamos y hacemos en armonía con la Verdad eterna. Nos da el poder de vivir como hijos de Dios, de servir como el representante de la Verdad, de alabar a Dios y de bendecir a nuestro prójimo.