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Un día, estaba conversando agradablemente por teléfono con una...

Del número de septiembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día, estaba conversando agradablemente por teléfono con una amiga, cuando un hombre llamó a la puerta. Se identificó como detective de la policía local, y me pidió que lo acompañara hasta una calle cercana donde había ocurrido un accidente. Nuestra hija de ocho años, Jennifer, había chocado contra un automóvil en movimiento cuando iba en su bicicleta, y, aparentemente, los vecinos le habían dado a la policía mi dirección. Mi primer pensamiento fue que el hijo de Dios nunca puede ser separado del cuidado de Dios, y al aferrarme a este pensamiento, pude ir con calma hacia mi hija que perdía y recobraba el conocimiento.

Un oficial de policía me dijo que estaban listos para llevar a la niña al hospital más cercano, ya que pensaban que tenía una clavícula rota, heridas en la cabeza y posibles heridas internas. Les agradecí su preocupación, pero les dije que eramos Científicos Cristianos y que deseábamos volver a casa y atender el caso mediante la oración. Entonces los oficiales me mostraron el automóvil que había golpeado a nuestra hija. El parabrisas se había roto y el metal alrededor del vidrio se había abollado. La policía decía que parecía imposible que un automóvil fuera tan dañado en un choque contra un ser humano sin que esa persona hubiera sufrido heridas serias.

Sin embargo, me sentí muy segura de que la confianza en el cuidado de Dios era la ayuda más segura y rápida para nuestra hija, y repetí mis deseos de llevarla a casa. Me di cuenta de que los expectadores, incluso los vecinos, se desconcertaron ante esto. El conductor de dicho automóvil vino hasta donde yo estaba, y me sorprendí cuando me di cuenta de que él concurría a nuestra iglesia. Amablemente se ofreció a ayudarnos hasta nuestra casa. Durante el camino, le aseguré que todo estaba bien.

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