Dios, la Mente divina, gobierna directamente a Su semejanza espiritual, el hombre. Como reflejo exacto de Dios, el hombre no puede ser o hacer nada que no sea lo que Dios lo mueva a ser o hacer. Debido a que Dios no tiene ningún elemento, ni permite que haya un elemento contrario a Su bondad, el hombre — la verdadera identidad de cada uno de nosotros — no puede tener afinidad o tendencia mala. Podemos demostrar en nuestra experiencia que el gobierno de Dios elimina el mal.
La bondad del Padre celestial es reflejada en la bondad de Su amado hijo; la integridad de la Mente única es reflejada en la integridad de la idea de la Mente; la armonía del Amor es reflejada en la armonía de la imagen del Amor. Cristo Jesús dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19.
Jesús dio prueba de sus palabras sanado la enfermedad, el pecado y la muerte, condiciones que sugerían que algo o alguien aparte de Dios gobernaba al hombre. Si aspiramos a la comprensión y demostración de Jesús, tenemos que desafiar — mediante el estudio y práctica de la Ciencia Cristiana — los falsos conceptos de que el hombre es mortal y material, pues esos conceptos quisieran oscurecer nuestra percepción del hombre creado y gobernado por Dios. La perfección, infalibilidad y armonía verdaderas del hombre no son meros ideales distantes, que nos interesen sólo para proyectar posibilidades utópicas. Son, de hecho, realidades permanentes que podemos demostrar.
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