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La curación de la soledad

Del número de septiembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Muchos hemos sentido, de vez en cuando, esa triste sensación de profunda soledad, un sentido de incomunicación con quienes quisiéramos sentirnos identificados. Es posible que nos hayamos sentido solitarios en medio de una reunión llena de gente; entre un grupo de amigos; en un acogedor círculo familiar e, incluso, en la relación íntima que tenemos con nuestro esposo o esposa.

Aun cuando podríamos atribuir tal sensación a la falta de comunicación, esto no es, de ninguna manera, una soledad física. Es una sensación de desolación, un profundo anhelo, dentro de nuestra consciencia, de afirmar la unidad que existe entre el hombre y su Creador, entre la Mente divina y su idea.

El sentido personal quisiera hacernos creer que el estar separados de otra gente o el haber perdido nuestras relaciones humanas, puede ser la causa de la soledad, pero esto realmente no es así. Por cierto, existe dentro de nosotros la necesidad de cuidar del bienestar del prójimo y de que se cuide del nuestro. Existe la necesidad en cada uno de nosotros de comprender y ser comprendidos. Necesitamos sentir que se nos necesita; cada uno de nosotros tiene que satisfacer para estar satisfecho. Pero es al Amor divino, y no a una persona material, a quien tenemos que recurrir para encontrar satisfacción verdadera y permanente.

Para sentir esa sublime satisfacción, debemos comprender la unidad indestructible entre Dios y el hombre, que la Ciencia Cristiana expone, y percibir espiritualmente el vínculo entre el hombre y su Padre-Madre, el Amor divino. Si sentimos que hay un vacío o soledad dentro de nosotros, no necesitamos llenarlo con relaciones humanas. Esto sería como satisfacer el hambre espiritual con alimentos materiales. Nos llenaríamos sin provecho alguno. La Mente infinita no tiene ideas a medias, dependiente una de la otra para ser un todo completo. Cada idea es completa en sí misma. Jamás hay una ausencia que necesite llenarse o una pérdida que necesite ser compensada. El ser espiritual refleja siempre el bien indivisible.

Lo que podemos hacer es recurrir a Dios en oración y humildemente pedir el don de la gracia, la venida del Cristo a nuestra consciencia. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, escribe: “En la desolación de la comprensión humana, el Amor divino oye y responde al llamado humano que pide ayuda; y la voz de la Verdad da a conocer las verdades divinas del ser que salvan a los mortales de los abismos de la ignorancia y del vicio”.Escritos Misceláneos, pág. 81. El Amor divino siempre está disponible, y proporciona consuelo y tierno aliento, pero si ignoramos que el Amor está presente, tendemos a no percibirlo; y mientras nos dolemos por la sombra, dejamos de percibir la sustancia.

En los Salmos leemos: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. .. Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían”. Salmo 34:18, 22. Esta promesa incluye dos cosas: contrición y confianza. El Primer Mandamiento nos dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3. La Sra. Eddy señala en Ciencia y Salud: “Ese es Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 467. ¿Acaso no quebrantamos ese mandamiento al considerar que una persona o cosa nos es más querida que el Espíritu, el cual es Dios? Al poner a Dios en Su lugar correcto, como primero en nuestro afecto y estima, podemos entonces confiar en que Su amor responderá a todas nuestras necesidades, y sea de amistad o provisión, de solaz o ternura.

Cuando mi esposo falleció, al comienzo me sentí profundamente sola. Entonces traté de unirme a varios grupos de personas, como una forma de buscar mi verdadera identidad. Más tarde, después de mucha oración y autocrítica, empecé a comprender que la creencia material siempre conduce a la soledad e inseguridad, así que el pensamiento humano necesita afirmarse en la comprensión del Padre-Madre Amor del hombre. Mediante la comprensión espiritual, se desarrolla gradualmente un sentido de compleción con el cual viene la confianza y paz “que sobrepasa todo entendimiento”. Filip. 4:7. Esto fue cierto en mi caso, pues sané por completo.

Sólo hay una respuesta para la soledad mortal: amar más. La soledad no viene porque no se recibe amor, sino porque no se da amor. El corazón que mira hacia sí mismo está más o menos vacío, y, por lo tanto, solo. El corazón que mira hacia el mundo, arraigado en Dios, está muy ocupado amando la bondad y belleza que ve, muy ocupado sintiéndose agradecido, como para estar solo. Por cierto, no hay lugar para la soledad, porque ese corazón está rebosante. Damos testimonio de Dios al expresar su amor, y, al hacerlo, estaremos cuidando del bienestar del prójimo y recibiendo el mismo cuidado; sentiremos que somos necesarios y estaremos satisfechos en Su servicio.

Hay un himno que me ayudó mucho en esos días sombríos y difíciles; la primera estrofa dice:

Cielo y hogar hallarás en ti mismo,
eres el hijo de luz eternal.
Dios te vigila, te ama y protege.
Confiado sigue el sendero ideal.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.º 278.

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