Estoy muy agradecida por haber conocido la Ciencia Cristiana. Antes de saber mucho sobre esta enseñanza, con gran entusiasmo buscaba la verdad y oraba con fervor. En junio de 1978, mientras estudiaba la Biblia, de momento sentí un gran deseo de visitar a alguien que tenía un amigo que había asistido a los cultos dominicales en una Sociedad de la Ciencia Cristiana. Durante la visita, obtuve la dirección de la sociedad local.
Entonces, el siguiente sábado, visité la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. La bibliotecaria fue muy amable conmigo. Durante esta visita, leí un pasaje en Ciencia y Salud con Calve de las Escrituras por la Sra. Eddy, que empieza (pág. 35): “Nuestro bautismo es una purificación de todo error”. Y continúa así: “Nuestra eucaristía es la comunión espiritual con el único Dios”. Desde el momento que leí estas palabras, mi vida cambió, pues empecé a encontrar las respuestas que necesitaba. En la Sala de Lectura me dieron bastante literatura de la Ciencia Cristiana, y sentí la inspiración de asistir al culto dominical en la Sociedad de la Ciencia Cristiana al día siguiente.
Pronto después de esto, compré un ejemplar de Ciencia y Salud. En la página 200 dice: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre real fue, es y siempre será perfecto, es incontrovertible; porque si el hombre es la imagen, el reflejo, de Dios, no es ni invertido ni subvertido, sino recto y semejante a Dios”. Esta declaración y otras verdades en el libro me hicieron muy feliz.
Sentí que recibía grandes riquezas espirituales, especialmente cuando tuve la curación de dificultades en el riñón y el hígado. Había sufrido de ambas condiciones durante mucho tiempo, y había estado recibiendo tratamiento médico sin obtener resultados positivos. Pero cuando comprendí que el Cristo era mi sanador, las condiciones simplemente desaparecieron. Había otros errores que tenía que vencer también, tales como la ansiedad, timidez y debilidad. También, no dormía bien y tenía poco apetito. Además, había discordia en mi hogar; sentía que no me comprendían. Gracias a Dios y a la Ciencia Cristiana, encontré paz, libertad y la solución de todos estos problemas.
En una ocasión, sufría de la garganta. Más o menos para esa época, me di cuenta de que era propensa a criticar mucho a otras personas. A medida que estudiaba Ciencia Cristiana, fue muy claro para mí que necesitaba ser sanada de un sentido humano del yo. Esta propensión a criticar me hacía muy infeliz porque sabía que Cristo Jesús había enseñado (Mateo 7:1): “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.
Un día de estudio y oración me trajo mucha iluminación. En Ciencia y Salud leemos (pág. 345): “ ‘Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña’. Este concepto, inculcado por la Ciencia, de que lo humano y lo material son nada, encoleriza a la mente carnal y es la causa principal del antagonismo de la mente carnal”. Reconocí el error como una creencia mortal que me hacía sentir muy importante erigiéndome como un juez infalible, y lo rechacé. Y sané instantáneamente del problema de la garganta. El gozo que experimenté no fue sólo por haber resuelto ese problema en particular, sino porque cuando acepté a Dios, el bien, como el único poder, pude vencer la crítica injusta.
Estoy muy agradecida a Dios por todas las bendiciones y curaciones que mi familia y yo hemos recibido por medio de una comprensión de la Ciencia Cristiana. Esta Ciencia inspira confianza en el bien ilimitado y expectativa de este bien, por más oscuro que parezca el cuadro material. Me siento muy feliz al saber que el Cristo, la Verdad, está siempre conmigo.
Bogotá, D.E., Colombia
    