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Cuadros divinos

Del número de septiembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A veces, me he preguntado cómo será la realidad final. Me he puesto a pensar qué se vería si allí, ante nosotros, se presentara la creación espiritual de Dios, perfecta y eterna.

San Juan percibió la presencia de la Verdad perfecta. Contempló la realidad. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), escribe: “El autor del Apocalipsis nos habla de 'un cielo nuevo y una tierra nueva' ”. Luego, plantea la pregunta: “¿Os habéis figurado alguna vez ese cielo y esa tierra, habitados por seres bajo el dominio de la sabiduría suprema?” Ciencia y Salud, pág. 91. Sintiendo gran entusiasmo, he respondido que me encantaría poder ver tal escena.

Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Oro para ser trasladado de este mundo y aparecer en otro lugar; en un mundo de Espíritu donde todo es completamente diferente? O, ¿comienzan las cosas a cambiar aquí? ¿Adoptan las casas y árboles un carácter más espiritual? Además, ¿qué forma tendrá todo eso?, especialmente bajo la luz de este pasaje en Ciencia y Salud: “Las mal concebidas creaciones del pensamiento mortal tienen que ceder el lugar finalmente a las gloriosas formas que a veces vemos en la cámara oscura de la Mente divina, cuando el cuadro mental es espiritual y eterno”.Ibid., pág. 264.

Supongo que el cambio vino gradualmente, el cambio en la manera en que sentía que la creación divina se percibiría. Antes, me inclinaba a pensar sobre todas las cosas exteriores: cómo cambiarían las estrellas y la tierra, las montañas y las flores. Poco a poco, empecé a ver que estaba buscando el cambio en una forma equivocada. Lo que necesitaba cambiar era mi consciencia de la realidad. La creación de la Mente inmortal está intacta. El universo de la Mente divina es la manifestación espiritual de la consciencia divina. La perfección de Dios, así como la perfección del hombre a Su semejanza, es inmutable, permanente. Sin embargo, mi propia percepción de la Verdad necesitaba crecer hasta alcanzar una comprensión más cabal de lo que por siempre es una realidad actual.

¡Una transformación espiritual del pensamiento! Esta es la clave. Una admisión de que esta purificación es indispensable, me permitió comprender, con mayor firmeza, lo que Cristo Jesús enseñó y vivió, y me capacitó para percibir por qué las enseñanzas de la Ciencia divina son tan profundamente cristianas. El Maestro sabía que la bondad y totalidad de Dios, y la inmortalidad del hombre, como idea espiritual de Dios, son verdades eternas. El vio esta realidad con tal claridad que las vistas erróneas de la mortalidad dejaron de ser veraces.

Jesús enseñó que es necesario crecer espiritualmente; es decir, nos alentó a que, como sus seguidores, nuestro pensamiento creciera por encima de la materialidad y nos eleváramos hacia la espiritualidad, incluso insistió en ello. La Verdad no iba a cambiar. Pero las perspectivas equivocadas que la gente tenía de ella, tenían que desaparecer. Y la única forma en que pueden desaparecer es que la misma mentalidad limitada y errónea desaparezca.

No es de extrañar que la Ciencia Cristiana insista con tanta fuerza en la cristianización de nuestro pensamiento. Nos enseña que las cualidades de pureza e inocencia, inteligencia y felicidad, que Dios nos ha otorgado y que Jesús requirió, están a nuestro alcance. Están a nuestro alcance porque Dios las otorga. En verdad, Dios nos ha dado perfección, y nada puede quitarnos esto de nuestra identidad eterna, el hombre perfecto. Realmente necesitamos esforzarnos por percibir nuestra verdadera naturaleza espiritual; es necesario que busquemos con empeño la espiritualidad de pensamiento, aun ante tales resistencias agresivas como injusticia, lujuria, ignorancia, o cualquiera que sea la mentira que quisiera entrar en nuestro pensamiento.

Pero no estamos solos. Dios, por medio de Su Cristo, nos eleva y restablece constantemente. La coincidencia, lo divino abrazando a lo humano, no puede fallar, no puede deshacerse. El Cristo, la Verdad, realmente penetra en la consciencia humana. Y cada uno de nosotros ciertamente tiene la capacidad de poder sentir y aceptar este abrazo. Esto es lo que nos trae crecimiento espiritual.

Es posible que nos preguntemos, ¿cuáles son precisamente los pasos específicos que podemos dar para fortalecer la cristianización de nuestro pensamiento? Vivir una vida que se asemeje más al Cristo es vivir una vida de oración, una vida que diariamente desea ver — y demostrar — en mayor medida, el cielo nuevo y la tierra nueva de la Mente divina. “La oración engendra un deseo vivo de ser buenos y de hacer el bien”, explica la Sra. Eddy. “Hace descubrimientos nuevos y científicos de Dios, — de Su bondad y Su poder. Nos muestra más claramente de lo que nosotros habíamos visto antes, lo que ya tenemos y somos; y sobre todo, nos muestra lo que Dios es. Avanzando en esta luz, la reflejamos; y esta luz revela los verdaderos cuadros de la Mente en la oración silenciosa, lo mismo que la fotografía recoge la luz solar para retratar la cara de pensamientos gratos”.No y Sí, pág. 39.

Si tuviéramos el cielo nuevo y la tierra nueva en este momento delante de nosotros, ¿los veríamos? Sólo si nos hubiéramos elevado a un estado de consciencia espiritual que estuviera preparado para ver la realidad. Sólo en la medida en que hubiéramos cultivado la clase de cualidades divinas que fueran capaces de representar la realidad; las cualidades conscientes de afecto espiritual, gozo y pureza. De hecho, la verdad es que el cielo nuevo y la tierra nueva están actualmente ante nosotros. No nos esperan en otro momento u otro lugar. Están aquí y ahora, y los veremos según nuestra consciencia espiritual.

El figurarnos la realidad no entraña un cambio dramático o sorprendente para el pensamiento que está preparado. De manera que el mayor acontecimiento no es una representación de la realidad, futura y distante; en vez, el gran acontecimiento para nosotros debiera ser la espiritualización actual del pensamiento que conduce a la percepción de lo que le es perfectamente natural a nuestra consciencia otorgada por Dios. Cuando Cristo Jesús ascendió, el cambio fue más dramático desde el punto de vista de los discípulos que el del Maestro mismo. Su pensamiento había alcanzado un grado tan espiritual que constantemente percibía más y más la realidad. Por ello, durante sus tres años de ministerio público, la enfermedad, el pecado y la muerte se disolvían ante su presencia. Estos no eran fundamentalmente reales.

Y, ¿qué decir a la pregunta acerca de cómo será la existencia verdadera? Puesto que la existencia real es la expresión de la consciencia divina, entonces, la pregunta es: ¿Qué ocurre cuando se obtiene la consciencia espiritual? Podemos comenzar a responder a esa pregunta, y demostrar hoy mismo esta respuesta: ser más justos, honrados, puros y buenos. A medida que progresamos de esta manera, descubrimos que percibimos, cada vez más, la existencia desde un punto de vista menos terrenal y más celestial (ver lo que dice la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos 86:14–22).

Ciencia y Salud describe la visión de San Juan más adelante: “El autor del Apocalipsis estaba en nuestro plano de existencia, y sin embargo contemplaba lo que el ojo no puede ver — lo que es invisible para el pensamiento no inspirado. Ese testimonio de las Sagradas Escrituras sostiene el hecho en la Ciencia, que los cielos y la tierra, para cierta consciencia humana, esa consciencia que Dios imparte, son espirituales, mientras que para otra, la mente humana no iluminada, la visión es material”.Ciencia y Salud, pág. 573.

Es posible que usted haya abrigado un determinado punto de vista respecto a un tema, y luego, a medida que obtenía información adicional, veía que este punto de vista se transformaba en una perspectiva renovada y más exacta. Los hechos no habían cambiado; el que cambió fue su punto de vista. Lo mismo ocurre con la creación de la Verdad. Por medio de la espiritualización del pensamiento, comenzamos a ver la realidad divina que siempre ha existido. Así, nos damos cuenta de que la creación divina y nuestra verdadera naturaleza son eternamente perfectas, porque Dios, la Mente y origen de toda la existencia, ha sido eternamente perfecto.

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