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La importancia de conocer nuestra verdadera identidad

[Original en español]

Del número de septiembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando las autoridades civiles o policiales nos solicitan que nos identifiquemos, acostumbramos a presentar un carnet de identidad en el cual figuran una fotografía y datos pertenecientes a nuestra apariencia física.

Sin embargo, si nos reconocemos como hijos de Dios, no podemos estar satisfechos con esta identificación física, ni ser limitados por ella. Las Escrituras declaran que nuestra verdadera identidad es espiritual. Jesús nos enseñó cómo abandonar un falso concepto de identidad, es decir, abandonar la creencia de que el hombre es un mortal sujeto a condiciones materiales, y aceptar nuestra naturaleza puramente espiritual. Esto nos lleva a un cambio radical de nuestro pensamiento, un cambio que consiste en no considerarnos más como mortales, sino como hijos de Dios.

Ese cambio radical de pensamiento lo tuve que realizar cuando, en una campaña de alfabetización que se realizó en mi país, se me presentó la oportunidad de dictar clases a un grupo de personas que se encontraban entre los sesenta y setenta y cuatro años de edad. Algunas de estas personas parecían padecer de una decadencia mental o limitación física, que les causaba dificultades para aprender a leer y a escribir. Cuando me asignaron el grupo, se me dijo en privado que no me preocupara si no podía lograr nada con ellos. Y algunos de los que asistían a la clase decían que eran demasiado viejos para poder aprender a leer y a escribir. Sólo querían encontrar amistades en la clase. Estas circunstancias me hicieron orar específicamente. Comprendí que estaba frente a una excelente oportunidad para demostrar lo que había aprendido acerca de la verdadera identidad del hombre por medio del estudio diario de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.

La verdadera identidad del hombre se declara al comienzo del Antiguo Testamento: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Gén. 1:26. La Biblia también declara que Dios es Espíritu. Ver Juan 4:24. Utilizando estas dos verdades espirituales, comenzamos a vislumbrar que el hombre verdadero, creado a la imagen y semejanza de Dios, es espiritual porque Dios es Espíritu, no materia. Por consiguiente, no podemos buscar en la materia, en lo físico, nuestra verdadera identidad, ni la de los demás, ya que somos Su reflejo. Ciencia y Salud nos dice: “Vuestro reflejo en el espejo es vuestra propia imagen y semejanza”. Más adelante agrega: “Llamad al espejo Ciencia divina, y llamad al hombre el reflejo. Entonces notad cuán fiel, según la Ciencia Cristiana, es el reflejo a su original. Tal como vuestro reflejo aparece en el espejo, así vosotros, siendo espirituales, sois el reflejo de Dios”.Ciencia y Salud, págs. 515–516.

Puesto que el hombre verdadero es espiritual, es la idea infinita del Espíritu infinito, y refleja las cualidades de Dios. Y la cualidad primaria de Dios, la Mente, es la inteligencia. Por lo tanto, la edad cronológica de las personas que están recibiendo educación no puede impedirles que aprendan a leer y a escribir. En realidad, cada uno de ellos está expresando la inteligencia verdadera, la memoria y todas las cualidades de la Mente infinita.

El hombre espiritual no tiene una mente separada de Dios; tampoco tiene ni una sola cualidad ni atributo que no se derive de Dios. No es capaz de pecar, enfermar, envejecer o morir. Refleja espiritualmente todo lo que pertenece a Dios.

El hombre, como la idea más elevada de Dios, el hijo amado de su Padre celestial, es perfecto y completo. Por lo tanto, no podemos admitir un estado de decadencia en el hombre — nuestra verdadera identidad — porque el hombre es el reflejo de la Mente; y en Dios no hay mudanza ni deterioro. Dios crea al hombre y lo mantiene como Su perfecta expresión y Su eterna semejanza. El hombre espiritual, el ser real, está gobernado por la ley del Principio divino, y esta ley lo mantiene intacto en su perfección otorgada por Dios.

La identidad física surge del concepto equivocado del hombre, de la ilusión de vida en la materia. El aferrarse a este concepto equivocado del hombre hace que creamos en un concepto equivocado de nuestra verdadera identidad, y esto puede que oculte la verdad temporariamente. Pero podemos restaurar el concepto verdadero mediante el Cristo, la Verdad, que revela al hombre verdadero, creado a la imagen y semejanza de Dios. Cada vez que logramos esta transformación, experimentamos renacimiento espiritual y reformación cristiana. Comenzamos a comprender que el hombre espiritual no es un mortal separado de Dios, sujeto a la pérdida de facultades mentales o al desgaste orgánico, que trata en vano de reflejar a Dios. El hombre espiritual siempre es el reflejo del Principio divino, y manifiesta la actividad justa y correcta.

La comprensión y práctica de estas verdades espirituales anuló el testimonio de deterioro material que habría puesto en peligro el progreso del grupo con que estaba trabajando. Se obtuvo un cien por ciento de personas alfabetizadas en el grupo.

Cuando renunciamos a la creencia de que vivimos en una existencia material, crecemos en la comprensión de nuestro linaje divino. Comenzamos a aceptar nuestra identidad espiritual. El conocimiento de nuestra identidad verdadera nos proporciona armonía, salud, felicidad, libertad, y nos trae curación.

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