Cuando las autoridades civiles o policiales nos solicitan que nos identifiquemos, acostumbramos a presentar un carnet de identidad en el cual figuran una fotografía y datos pertenecientes a nuestra apariencia física.
Sin embargo, si nos reconocemos como hijos de Dios, no podemos estar satisfechos con esta identificación física, ni ser limitados por ella. Las Escrituras declaran que nuestra verdadera identidad es espiritual. Jesús nos enseñó cómo abandonar un falso concepto de identidad, es decir, abandonar la creencia de que el hombre es un mortal sujeto a condiciones materiales, y aceptar nuestra naturaleza puramente espiritual. Esto nos lleva a un cambio radical de nuestro pensamiento, un cambio que consiste en no considerarnos más como mortales, sino como hijos de Dios.
Ese cambio radical de pensamiento lo tuve que realizar cuando, en una campaña de alfabetización que se realizó en mi país, se me presentó la oportunidad de dictar clases a un grupo de personas que se encontraban entre los sesenta y setenta y cuatro años de edad. Algunas de estas personas parecían padecer de una decadencia mental o limitación física, que les causaba dificultades para aprender a leer y a escribir. Cuando me asignaron el grupo, se me dijo en privado que no me preocupara si no podía lograr nada con ellos. Y algunos de los que asistían a la clase decían que eran demasiado viejos para poder aprender a leer y a escribir. Sólo querían encontrar amistades en la clase. Estas circunstancias me hicieron orar específicamente. Comprendí que estaba frente a una excelente oportunidad para demostrar lo que había aprendido acerca de la verdadera identidad del hombre por medio del estudio diario de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.
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