¡El chisme! ¿Por qué lo escucha, lo lee y lo divulga la gente? ¿Por qué la gente que por lo demás es justa y amable, sin pizca de malas intenciones, es atrapada por la engañosa empresa de criticar y entremeterse, a menudo sin saber que lo está haciendo? ¿No es acaso, algunas veces, porque la mente mortal quisiera adulterar los impulsos más puros de la gente, aquellos que provienen de Dios?
Todos estamos dotados de la capacidad innata de amar, ayudar y prestar apoyo a nuestro prójimo. El buen samaritano en cada uno de nosotros tiene que ser alimentado y protegido. Pero hay muchas cosas acerca de amigos, vecinos, personas famosas, e incluso miembros íntimos de nuestra familia, cuyos asuntos no son nuestra ocupación legítima, que sencillamente no nos incumben. Debemos respetar los derechos inalienables que cada uno tiene de ocuparse en su propia salvación.
Jamás debemos dejar que la mente mortal nos embauque y nos haga imaginar que estamos expresando amor fraternal cuando meramente nos estamos entremetiendo, simplemente nos estamos interponiendo en los asuntos de los demás. Tenemos el poder del Cristo para impedir tal parodia de nuestra magnanimidad y amabilidad naturales. Hay una profunda necesidad de amor genuino, de caridad profunda. Lo que se necesita es la curación. Podemos orar para ver expuesta y destruida toda tendencia degradante que tengamos de criticar o entremeternos.
La curiosidad es un pequeño y habilidoso delincuente, pero no tenemos por qué dejarnos engañar. Dios, la Mente, no es curioso; la Mente sabe, y la Mente sabe que el hombre es bueno. Debido a que en verdad somos el reflejo de Dios, debemos continuar ocupándonos en dar prueba eficaz de ello, con nuestro amor y nuestra curación. Debemos obedecer la ley divina de amar a nuestro prójimo, y esto exige obediencia al mandamiento: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Ex. 20:16.
A veces, la conversación más inocente, amistosa y llena de novedades acerca de la gente, se sale de la línea y cae en el chisme y la crítica. En una familia que conozco, cuando esto ocurre, algún miembro de la familia hábilmente pone fin a la charla preguntando: “¿Es esto realmente asunto nuestro?” Para volver la conversación a su cauce apropiado, encuentran que estas preguntas tentativas son útiles: ¿Es verdadero? ¿Es bondadoso? ¿Es necesario? Si se responde “sí” a sólo dos de las tres preguntas el asunto no es suficientemente bueno.
Podemos orar para preservar la integridad de nuestra preocupación natural e interés por el bienestar de nuestro prójimo. Nuestra más sincera oración en procura de gracia, paciencia y humildad, purifica nuestra expresión de benevolencia, nos mantiene en los negocios de nuestro Padre, y trae bendiciones prácticas a aquellos por quienes nos interesamos.
La oración en la Ciencia Cristiana afirma la verdad del único Dios perfecto e infinito, el bien, y de Su manifestación perfecta y espiritual, el hombre. La oración científica también niega al error. Podemos reconocer, por ejemplo, que el conocimiento que Dios tiene de Su propia totalidad deja al error sin lugar donde existir, ni como creencia. Tal oración nos ayuda a que comprendamos la unicidad de la Mente. En consecuencia, en la medida en que dejamos que Dios, la Mente, sea nuestra Mente, estamos conscientes de la perfección de la Mente y de las ideas de la Mente. Sabemos que el hombre es la evidencia de la autocompleción infinita de Dios. Aquí, dentro del conocimiento que la Mente tiene de su propia amada idea, el hombre, no hay nada que criticar; Dios está satisfecho con Su propia idea.
Podemos comprender que en verdad no hay mal que nos seduzca para que nos separemos de la sabiduría y del amor que la Mente concibe, y nos enrede en las complicaciones de la tal llamada manera de pensar de la mente mortal. Tal manera de pensar, que critica y se entremete en los asuntos ajenos, es desechada mediante el conocimiento verdadero que viene de la Mente, que ama, bendice y sana. A medida que destruimos dentro de nosotros mismos la tendencia diabólica de chismear, recibimos una bendición adicional: la liberación de la creencia de que hay mentes mortales que merodean y dirigen pensamientos difamatorios contra nosotros. Conocemos una sola Mente. Nuestra oración en procura de gracia, reúne nuestros pensamientos en la órbita de Dios, fuera del alcance de la hipotética actividad del error y de su afirmación de que existe. Aquí moramos con toda la creación espiritual de Dios.
Muchas de las noticias de los medios informativos son chismes y sensacionalismo. Son obviamente insidiosas, y las rechazamos. Pero la Sra. Eddy escribe acerca del diario que fundó, el The Christian Science Monitor: “El objetivo del Monitor es no dañar a nadie, sino bendecir a toda la humanidad”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 353. Al adoptar este mismo objetivo cristiano, podemos corregir nuestros pensamientos y conversaciones de acuerdo con esta meta.
Ninguna persona debiera querer ser entremetida. Y sabemos la diferencia que hay entre el interés afectuoso y la intromisión, cuando humildemente vigilamos y oramos para obedecer al Mostrador del camino, Cristo Jesús. El Cristo siempre está presente para separar la paja del trigo, la mentira de la verdad. La Sra. Eddy asocia la humildad con el discernimiento espiritual, al escribir: “Estimad la humildad, ‘velad’ y ‘orad sin cesar’ o equivocaréis el camino hacia la Verdad y el Amor. La humildad no es una entremetida: no tiene momentos para inmiscuirse en los asuntos ajenos, no tiene lugar para la envidia, ni tiempo para palabras vanas, diversiones fútiles, y toda la etcétera de los medios y métodos del sentido personal”.Escritos Misceláneos, págs. 356–357.
Es gracioso ver que cuando alguien se está entremetiendo en los asuntos de otra persona o criticándola, con frecuencia empieza sus comentarios con frases como: “No me gusta decir esto, pero...”, o, “Lo siento, pero no me gusta...”, o, “Probablemente no sea asunto mío, pero...” La mente mortal admite la maldad, e incluso pide disculpas, antes de proseguir con entusiasmo.
El impulso de compartir nuestro interés por los asuntos de otra persona muestra, por lo general, cuán profundamente necesitamos orar al Padre que está en lo secreto, y obtener la maravillosa bendición que nos viene cuando nuestro pensamiento acerca de esa persona o situación es corregido. Siempre que nos sintamos impulsados a entremeternos, es un buen momento de preguntar al Padre: “¿Qué sabes Tú acerca de esto?”, y después, escuchar en silencio. Esto no sólo nos trae la comunicación íntima que estamos buscando, sino que también nos trae curación. En el momento en que nos sentimos tentados a condenar a alguien, es cuando debemos orar para ver al hombre perfecto.
¿Criticamos con frecuencia a la gente, los lugares y las cosas? ¿Hemos notado que censuramos con más frecuencia de lo que elogiamos? ¿Evaluamos a nuestro mundo generalmente con expresiones como: “¿Qué anda mal aquí?”, en vez de: “¿Qué es verdadero aquí?” Podemos empezar a corregir esta actitud ahora mismo. Podemos orar porque esté en nosotros el mismo espíritu del Cristo que estaba en Jesús, con la confianza de que a medida que sane la falsa tendencia a criticar y a entremeternos, también sanará todo lo que nos aflija como resultado de este error.
En el Evangelio según San Juan, leemos el relato del refrigerio matutino de Jesús con sus discípulos después de su victoria sobre la muerte y momentos antes de su ascensión. En esa oportunidad, le asignó a Pedro sus deberes en cuanto a la iglesia. A continuación leemos que Pedro, viendo a otro discípulo que estaba allí, le preguntó a Jesús: “¿Y qué de éste?” Luego viene la respuesta a la que todos debemos prestar atención cuando nos toca algo que no es asunto nuestro: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú”. Juan 21:21, 22. En esas dos últimas palabras, nuestro amado Maestro nos dice cómo atender nuestros propios asuntos.
Los Científicos Cristianos oran sinceramente para seguir al Cristo. Como resultado de esta consagración, la gente con frecuencia confía en ellos. En el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy, leemos: “Los miembros de esta Iglesia deberán mantener en sagrada confidencia toda comunicación privada que reciban de sus pacientes; así como cualquier información que reciban como resultado de la relación entre practicista y paciente”.Man., Art. VIII, Sec. 22. Esta declaración no sólo está dirigida a los practicistas inscritos en The Christian Science Journal y El Heraldo de la Ciencia Cristiana, sino también a los miembros de la iglesia en general. El cumplir con el espíritu de este Estatuto es asunto de todos.
¡Qué precioso privilegio es ocuparnos en nuestros propios asuntos, los asuntos que tienen que ver con la curación, en obediencia al mandamiento de Cristo Jesús: “Sígueme tú”!
El siervo del Señor
no debe ser contencioso,
sino amable para con todos,
apto para enseñar, sufrido.
2 Timoteo 2:24
