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[Original en español]

Las palabras de Gálatas (6:7): “No os engañéis”, un domingo...

Del número de febrero de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las palabras de Gálatas (6:7): “No os engañéis”, un domingo fueron el Texto Aureo de la Lección Bíblica titulada “La materia”. Mientras estudiaba esta lección durante la semana previa, decidí enfocar mi atención en entender cómo debía yo pensar — en qué debía apoyarme, qué tenía que comprender y obedecer — para no ser engañada.

Como resultado, aprendí más de lo que significa que la materia, el error, o el mal, es una creencia de la mente humana. La Biblia revela que el bien es Dios, y que la creación de Dios es puramente buena. También percibí que, para recoger los frutos de la curación, debemos seguir firmemente y con entendimiento las enseñanzas de Cristo Jesús; ser firmes frente a las apariencias engañosas de la materia; confiar absolutamente en la Mente divina (no dudar que la Verdad sana); y silenciar los argumentos del error y las erróneas creencias humanas.

¡Cuán útiles fueron estas instrucciones!

Una tarde, mientras colgaba una planta, pisé en falso y me encontré en el suelo con la muñeca de una mano rota. También la palma de la mano estaba torcida y deformada.

Inmediatamente negué la apariencia material de la herida. El intenso dolor pronto se calmó considerablemente al yo declarar persistentemente la supremacía del Espíritu sobre la materia. Pensé en la resurrección de Cristo Jesús, y sentí agradecimiento porque era el gran ejemplo de la supremacía del Espíritu y de la unidad del hombre espiritual con Dios. En poco tiempo, me pude levantar del suelo. (En ese momento, me encontraba sola.) Cuando un miembro de la familia llegó, vendamos la mano.

Durante los días siguientes, me esforcé por vivir la verdad del ser. Medité sobre el hecho de que el hombre no es material, sino la compuesta idea del Dios perfecto y único. Percibí que mi sustancia no estaba en los huesos y tendones, sino en el Espíritu. ¡Fue tan maravilloso sentir los efectos sanadores, consoladores y sosegadores de estas verdades! Confié absolutamente en la Mente divina, silenciando todo argumento de temor, sometiendo el pensamiento a la Ciencia de Cristo.

Una noche, varios días después del suceso, me desperté sintiendo dolor. Esta frase de la definición de Iglesia, de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 583), me vino espontáneamente al pensamiento: “La estructura de la Verdad y el Amor”, e inmediatamente el dolor desapareció. [La frase completa lee así: “Iglesia. La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.] Me sorprendió el resultado tan eficaz de este pensamiento sobre Iglesia. Pero, entonces empecé a comprender el porqué de su eficacia. Un artículo en el The Christian Science Journal, sobre Iglesia y el cuerpo, afirmó lo que intuía, esto es, que la verdadera estructura no es material, sino espiritual. Este entendimiento de la verdad confirmó estas palabras de Proverbios (3:1, 8): “Hijo mío, no te olvides de mi ley... Porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos”.

Un día, poco tiempo después, se enderezó la mano. Las palabras que Cristo Jesús dijo al hombre que tenía la mano seca: “Extiende tu mano” (Lucas 6:10), resonaron con autoridad en mi pensamiento; obedecí sin temor, e inmediatamente recobré el movimiento normal de la muñeca. Con gozo vi que la acción es la manifestación de la Mente, no de la materia.

Luego, cuando amorosamente los amigos me preguntaban si me había hecho una radiografía para ver si los huesos habían regresado a su posición, les contestaba que no lo había hecho porque sabía que el trabajo de Dios es perfecto y completo. Me decliné a confiar en nada que no fuera el Principio divino. “Oh Israel, confía en Jehová”, dice la Biblia (Salmo 115:9).

Paso a paso, muchas de las creencias de que la materia es sustancia, y temores basados en el testimonio del sentido material, se vencieron. En cuatro semanas, la curación fue completa. Me fue posible usar la mano y la muñeca normalmente. Había aprendido una valiosa lección al no dejarme engañar por ninguna manifestación del mal, error o temor, y obedecer las intuiciones de la Verdad que nos protegen.

Mediante esta curación, Dios fue doblemente glorificado para mí: tanto por el amor con el que fui enseñada por medio de la Ciencia de Cristo, como por la curación misma.


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