Una vez, me sentí indispuesta durante la época de exámenes en la escuela primaria a la que asistía, y no pude participar en la mayoría de los exámenes, excepto en dos o tres materias. (Yo tenía un caso benigno de ictericia, que sanó pronto por medio de la Ciencia Cristiana. Pero los reglamentos de la escuela requerían que yo no fuera a las clases por un período de quince días mientras recuperaba.)
Volví a la escuela pocos días antes de que nuestro director anunciara la lista anual de premios. Mi amiga me dijo que, en esta ocasión, yo no obtendría ningún premio porque había faltado a la mayoría de los exámenes finales. Sin embargo, el resultado fue que me otorgaron el premio de la clase, así como el de “mejor estudiante de la escuela primaria”. Ambos premios se concedían basándose en el trabajo de todo el año escolar.
Después que se anunciaron los premios, mis amigas se mantuvieron alejadas de mí, y se las escuchó murmurar que no era justo, y que el director había mostrado parcialidad. Al ver la conducta de mis amigas, en silencio negué lo que había visto y afirmé que en el reino de Dios sólo hay armonía. Puesto que todos somos verdaderamente Sus hijos amados, siempre nos amamos los unos a los otros.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!