Estoy muy agradecida por la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, a la que asistí desde que tenía doce años de edad. Las verdades que aprendí en ella las puse en práctica mientras iba creciendo, y tuve muchas buenas curaciones. Sin embargo, en el transcurso del camino, me di cuenta de que había una genuina necesidad de mayor crecimiento espiritual para que mi comprensión de estas enseñanzas pudiera asentarse en una base más firme.
Durante mis años en la universidad, me vi frente a un serio problema. Una noche, desperté súbitamente, y, sin ninguna razón aparente, me sobrecogió un pánico abrumador; todo mi cuerpo temblaba. Tenía la sensación de que perdería el conocimiento en cualquier momento, pero, no obstante, conseguí telefonear a una practicista de la Ciencia Cristiana. Inmediatamente, ella me apoyó por medio de la oración, y la espantosa condición desapareció en una hora. Aunque no me sentía completamente libre a la mañana siguiente, pude tomar un importante examen oral en la universidad con un sentido de alegría y con excelentes resultados.
Pronto me olvidé de esta desagradable experiencia, hasta que la misma sensación de pánico me acogió algunas semanas más tarde, y se repitió cada noche durante los próximos días. Los síntomas que acompañaban esos ataques eran muy perturbadores, y por semanas me pareció que escasamente tuve un momento de alivio. Pero la profunda espiritualidad y el amor cristiano expresados por la practicista me sostuvieron durante ese tiempo.
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