Subo a mi sicómoro,
totalmente elevado más allá del craso crujir y de murmullos
mundanos, hacia la visión libre y despejada
que busco. Aquí,
en el viento limpio y fresco y en las crujientes hojas,
el Maestro me ve ante él como realmente soy:
no un pobre pecador, sino el heredero de salvación,
digno del cuidado del Padre —
mi corazón es hoy una morada adecuada,
pues de publicano, me volví un gozoso anfitrión de la Verdad.
Porque como Zaqueo,
si he robado (visto a otros como enfermos, pobres, despreciados)
ahora abrazo a cada uno,
ya no como perdidos sino hallados;
devuelvo cuatro por uno según la real medida del Amor
para ver, en ellos y en mí, !al hijo amado!
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