Generalmente pensamos que reaccionar es algo por el estilo de: “Cuando me lo dijo, ¡exploté!”
Pero no es necesario que reaccionemos. Piense qué diferente sería si, en vez de reaccionar inmediatamente, respondiéramos honesta e inteligentemente a lo que se dice o hace. El resultado puede ser amable, constructivo y hasta humorístico.
Después de todo, todos sabemos qué importante es asegurarnos de que estamos haciendo todo lo posible para tener — o aún mejor, para mantener — una conversación o una situación en una atmósfera de respeto mutuo y de buena voluntad. En este ambiente, hay un deseo creciente de escuchar la opinión de los demás. Pero, ¿cómo podemos lograr esto más eficazmente? Respondiendo por medio de la oración de la única manera verdadera — la manera de Dios — a lo que se dice o hace. El responder sinceramente sobre esta base no implica que dejemos que nuestras palabras salgan desenfrenadas, diciéndole a la gente lo que pensamos de ellos humanamente.
¡La lengua puede ponernos en problemas! Como dice el apóstol Santiago en la Biblia: “He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad... y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación...
Pero, un hombre sabio, continúa diciendo Santiago, debe mostrar “por la buena conducta sus buenas obras en sabia mansedumbre”, ya que “la sabiduría que es de lo alto [es decir, de Dios] es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”. Sant. 3:5, 6, 13, 17.
¿Cuál será el resultado de todo esto? La paz. Esto es lo que nos llega cuando nos tornamos a Dios por medio de la oración antes de abrir nuestra boca. Cuando así lo hacemos, descubrimos al hombre como en realidad es: la imagen perfecta de Dios.
Esta semejanza es la verdad acerca de cada uno de nosotros, lo comprendamos o no. No buscamos la semejanza perfecta de Dios en un espejo o en esa personalidad material que nos mira con el ceño fruncido, sino en el ser verdadero y espiritual. A medida que vislumbremos más esto, día a día, veremos que las cualidades buenas y deseables, tales como la inteligencia y la amabilidad, son inherentes a todos nosotros, no importa cuán escondidas parezcan estar a veces. Y nadie, en su naturaleza real, como la semejanza inmaculada del Amor, jamás puede perderlas o existir sin ellas, ni siquiera por un momento.
Tal oración de parte nuestra, tal conocimiento de lo que es verdadero, nos da una nueva perspectiva de nuestro prójimo. Al ver a nuestro prójimo, pariente, representantes gubernamentales, sólo como en realidad son, la semejanza misma del Espíritu infinito, por siempre honrados y sin pecado alguno, bajo el control infalible del Amor divino, ¿podríamos hallarnos alguna vez perturbados o descontentos con tal concepto? Y ese concepto, la Ciencia Cristiana enseña, es el verdadero concepto del hombre, el único concepto real y profundamente honesto acerca de cada uno de nosotros, en todas partes.
El permitir que esta verdad acerca del hombre sea la base de nuestros sentimientos y acciones hacia los demás, no significa ignorar o pasar por alto lo que es erróneo. Tampoco nos dejamos intimidar o amedrentar. Todo lo contrario.
Al saber quién y qué es el hombre como la imagen intachable de Dios, vemos que el discernimiento y la perspicacia que necesitamos nos son innatos, no sólo para ser más sabios y estar más alerta en nuestros encuentros diarios, sino también para ser más pacientes y magnánimos. Nutriremos el bien que otros expresan; estaremos más alerta para edificarlos en vez de destruirlos.
La Sra. Eddy, nos dice: “La honradez es poder espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 453. En la medida en que somos sinceros al ver en nuestras oraciones al hombre como creado solamente a la semejanza de Dios, nos aliamos con lo divino y podemos esperar que la situación que nos confronta sea sanada. Después de todo, "de Dios es el poder", Salmo 62:11. leemos en la Biblia; "de Dios", no de la gente o del mal.
Por eso, cuando nos enfrentamos a una situación probablemente aflictiva, ¿por qué no responder con sinceridad, cuya base es espiritual, confiando en el poder de Dios para sostenernos, para refrenar nuestra lengua y corregir la situación? Cuando así lo hacemos, afirmando con resolución que la perfección del hombre otorgada por Dios permanece intacta, frenamos esa tendencia a reprochar. Diremos sólo aquello que sea necesario. Seremos más sensibles a la comprensión y percepción que Dios otorga, y tendremos la calma interna y la paz serena que necesitamos en ese momento para resolver esa situación de una manera que sane.
He aquí un ejemplo. Me llevaba muy bien con un compañero de trabajo. Un buen día, comenzó a criticar delante de todos la forma en que yo hacía mi trabajo.
Esto no me cayó bien. Me puse a la defensiva y estaba a punto de decirle en forma categórica, y no muy pacífica, qué mal hacía él su trabajo, cuando recordé que yo era Científico Cristiano. Pude darme cuenta de que mi actitud era tan mala, si no peor, que la de él.
Comprendí que tenía que responder a esta situación con sinceridad, viendo al hombre como la idea de Dios, y después, hacer mi trabajo de la mejor manera posible. Vi que si críticas inesperadas, y aun reproches merecidos llegaban a mi experiencia (por fuertes que fueran), tenía que aprender a tomarlos con mucha calma.
Por mis conocimientos de Ciencia Cristiana sabía que la salvación real, la salvación a la manera del Cristo, como la predicó Jesús, es un continuo proceso de aprendizaje. Viene a través de la correción espiritual y profundamente sincera de nuestro pensamiento, elevándolo siempre al nivel del Cristo.
A veces no tenemos ganas de hacer esto. Pero el cristianismo básico, como lo enseñó y vivió Cristo Jesús, y como lo expuso San Pablo tan elocuentemente, requiere que llevemos "cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo". 2 Cor. 10:5. Esto requiere que cambiemos todo pensamiento mortal acerca del hombre por las verdades cristianas que Jesús sabía y representaba; verdades de la naturaleza otorgada al hombre por Dios.
De regreso al trabajo, me calmé al examinar por medio de la oración algunos hechos espirituales básicos. Comencé a ver a mi colega bajo una luz más favorable, la luz verdadera del Cristo. Pude ver que todo el cuadro mortal era simplemente una fachada y no la verdad acerca de nadie. En esos breves momentos de iluminación espiritual se desvanecieron el enojo y el odio que había sentido.
En ese momento, una empleada de otro departamento me preguntó si yo era Científico Cristiano; le contesté que sí, y me pidió que almorzáramos juntos, pues quería hablar con alguien sobre Ciencia Cristiana. !Qué bueno que me había calmado! Podría haber estado gritándole a la otra persona al mismo tiempo que ésta se acercaba. ¿Qué hubiera entonces pensado de la Ciencia Cristiana?
Cuando respondí sinceramente a esta situación por medio de la oración y la convicción espiritual, ésta se mejoró, y empecé a ver, aunque renuentemente, que había muchas maneras de mejorar en mi trabajo.
Poco después, esta persona con quien yo había estado enojado, vino a pedirme disculpas. Yo hice lo mismo, y con esto concluyó el asunto. Nos volvimos buenos colegas y mejores trabajadores.
A medida que somos más constantes en afirmar por medio de la oración la verdad del hombre, nos damos cuenta de que nuestro trabajo no consiste en ir rectificando a todo el mundo, sino en expresar más honestamente lo que Dios es; recordar para qué nos creó Dios y ver a los demás bajo esta misma luz y conducirnos de acuerdo con esto. Esta es la clase de respuesta que debemos dar a todo aquello que se nos presente.
