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Momentos después del nacimiento de nuestra hija, el médico que...

Del número de abril de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Momentos después del nacimiento de nuestra hija, el médico que atendió el parto nos comunicó a mi esposo y a mí que, debido al extraño color de la piel del bebé, se le había hecho un examen de sangre. El examen mostró una peligrosa desproporción en las células de la sangre, y el médico nos dijo que había llamado a un especialista, quien pronto llegaría al hospital para darle a la niña una completa transfusión de sangre para tratar de salvarle la vida.

Este médico sabía que éramos Científicos Cristianos. Dijo que se había dado este drástico paso sin nuestra autorización debido a los muchos casos de muerte de bebés que habían estado ocurriendo en la región. El Jefe del Departamento de Salubridad de la ciudad había impartido órdenes a todos los médicos para que estuvieran alerta a cierta condición en los bebés. Después de detectar la condición, los médicos debían seguir ciertos procedimientos médicos. El doctor indicó, afable pero firmemente, que la situación estaba fuera de nuestro control y que si nos oponíamos, el hospital pediría una orden de la corte para asegurarse que nuestro bebé recibiera el tratamiento médico que ellos creían necesario.

Nos dieron esta información a las siete y media de la noche. A pesar de estar completamente desconcertados, tuvimos la suficiente sabiduría para llamar a una practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) y pedirle que nos diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Estábamos conscientes del pasaje en el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que, después de dar una explicación de lo que es un tratamiento por medio de la oración, dice: “Si se trata de un niño pequeño o una criatura, es necesario atender el caso principalmente por medio del pensamiento de la madre o del padre, ya sea silenciosa o audiblemente, sobre la base antes mencionada de la Ciencia Cristiana” (pág. 412).

Fue necesario que mi esposo volviera a casa a cuidar a nuestro hijo pequeño. Después que él se fue, volví a leer por segunda y tercera vez la Lección Bíblica semanal (publicada en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana). Entre una y otra lectura, apagaba la luz deseando poder descansar un poco. Hubo horas de inercia mental antes de poder sentir ánimo en mi pensamiento. Gradualmente comprendí que tenía que trabajar, que no podía esperar que la practicista hiciera todo el trabajo. (Estoy convencida de que fue el tratamiento de la Ciencia Cristiana, y mi sincero deseo de responder al tratamiento, lo que disipó el sentido de una completa falta de esperanza y me restauró a pensar correctamente.) Entonces una fortalecedora percepción de la verdad me animó a orar fervorosamente.

Le pedí a Dios que me dijera lo que necesitaba saber para ayudar a la niña. Las siguientes palabras de Cristo Jesús me vinieron al pensamiento (Mateo 21:22): “Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Con una gran esperanza, encendí la luz y tomé el libro de texto. Las primeras palabras que leí fueron el título marginal en la página 273: “La ley espiritual es la única ley”. Dije en voz alta: “!Por supuesto!”

La iluminación que inundó mi consciencia en ese instante fue tan brillante que toda la habitación parecía estar llena de luz. Allí mismo y en ese mismo instante, acepté el hecho de que la niña había sanado. Mi sólida convicción fue reforzada a medida que leía este pasaje en la página 273: “Dios nunca decretó una ley material para anular la ley espiritual. Si hubiera tal ley material, se opondría a la supremacía del Espíritu, Dios, e impugnaría la sabiduría del creador. Jesús anduvo sobre las olas, alimentó a las multitudes, sanó a los enfermos y resucitó a los muertos en directa oposición a las leyes materiales. Sus actos eran la demostración de la Ciencia, venciendo las falsas pretensiones de los sentidos o leyes materiales”.

Supe con tanta certeza que la niña había sanado, que anoté en la contratapa de mi libro de texto la página de la cita antes mencionada, y la hora y la fecha. Mientras hacía esto pensaba cómo le contaría a la niña de esta maravillosa curación cuando fuera lo suficientemente mayorcita como para comprender. Un sentido de dominio espiritual penetró mi ser y sentí una felicidad como jamás había sentido antes. Apagué la luz y tuve un descanso total.

Cuando desperté a la mañana siguiente, el médico estaba parado al pie de mi cama, mirándome. Hubo un silencio entre nosotros. Sentí que estaba esperando que le preguntara por la niña, pero no dije una palabra. No necesitaba que nadie me dijera que la niña estaba bien, !yo lo sabía! Finalmente me dijo que sólo con verme se daba cuenta de que había dormido apaciblemente, y agregó que nuestras oraciones habían sido escuchadas, porque la niña se estaba recuperando sin atención médica.

Me explicó que el especialista no había podido venir la noche anterior; pero que había llegado temprano esa mañana y le había hecho a la niña otro examen de sangre, el que había mostrado un inesperado cambio saludable. La gran mejoría en un período de doce horas fue aceptada por los médicos como suficiente evidencia de que la normalidad había sido establecida rápidamente. La transfusión fue cancelada. Dos días más tarde, la niña y yo nos fuimos a casa y no se presentaron más dificultades.

Me sería imposible expresar completamente nuestra gratitud por el consagrado y devoto trabajo de la practicista de la Ciencia Cristiana durante este período.

En mi opinión, la siguiente declaración de Ciencia y Salud indudablemente describe los detalles de cómo la supremacía absoluta de la Mente divina fue demostrada en este caso (pág. 423): “El médico que hace uso de la materia la encara como si ella fuera al mismo tiempo su enemigo y su remedio. Considera que la dolencia se aminora o se agrava, según el testimonio que presente la materia. El metafísico, haciendo de la Mente su base de operaciones, sin tomar en cuenta a la materia y considerando que la verdad y la armonía del ser son superiores al error y la discordia, se ha fortalecido y no debilitado, para hacer frente al caso; y proporcionalmente fortalece a su paciente con el estímulo del valor y del poder consciente”.

A través de los años mi hija y yo hemos sido muy unidas. A medida que pasaba por su infancia, adolescencia y años universitarios, siempre la vi protegida por el tierno y amoroso cuidado de Dios. Como resultado, las dos nos vimos liberadas de las vicisitudes tan a menudo atribuidas a las diferentes etapas del crecimiento humano. Actualmente está casada y es muy feliz en su matrimonio. Ha recibido instrucción en clase Primaria de la Ciencia Cristiana y sirve activamente en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Sus hijos asisten a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.


El libro de texto con las anotaciones hechas por mi madre en la anteportada es ahora mi especial tesoro.

Fue tan maravilloso crecer en una familia donde se hacía un sincero esfuerzo por vivir en armonía con las leyes espirituales de Dios. Mi hogar en mi niñez fue verdaderamente un reino de amor, y espero mantener este mismo nivel con mi propia familia, dondequiera que nos encontremos en los años futuros.


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