Imagínese por un momento un cuarto lleno de gente que escucha atentamente las palabras del Maestro, Cristo Jesús. De pronto, alguien lo interrumpe para decirle: “He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar”. Jesús da una respuesta inesperada: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?”
El Maestro, como siempre, no pierde la oportunidad para poner un hecho de relieve o dar una lección objetiva. Con la mano extendida hacia sus discípulos, continúa diciendo: “He aquí mi madre y mis hermanos”. Luego añade: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”. Mateo 12:47–50.
En un país en donde la unidad familiar y el orgullo nacional eran tradicionalmente fuertes, su comentario cruzó las barreras de vínculos biológicos, raciales y étnicos, y trajo la unidad familiar a aquellos que aceptaban sus enseñanzas. Pudo bien haber despertado en sus oyentes una visión más amplia de lo que constituye la familia.
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