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“¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?”

Del número de abril de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Imagínese por un momento un cuarto lleno de gente que escucha atentamente las palabras del Maestro, Cristo Jesús. De pronto, alguien lo interrumpe para decirle: “He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar”. Jesús da una respuesta inesperada: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?”

El Maestro, como siempre, no pierde la oportunidad para poner un hecho de relieve o dar una lección objetiva. Con la mano extendida hacia sus discípulos, continúa diciendo: “He aquí mi madre y mis hermanos”. Luego añade: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”. Mateo 12:47–50.

En un país en donde la unidad familiar y el orgullo nacional eran tradicionalmente fuertes, su comentario cruzó las barreras de vínculos biológicos, raciales y étnicos, y trajo la unidad familiar a aquellos que aceptaban sus enseñanzas. Pudo bien haber despertado en sus oyentes una visión más amplia de lo que constituye la familia.

No obstante, este enfoque tan radical no impidió que Jesús fuera un solícito hijo, hasta en sus últimos momentos en la cruz. Durante esta prueba, atendió tiernamente a las necesidades de su madre al ponerla al cuidado de un amado discípulo.

Para Jesús, era natural ejemplificar el amor siempre presente del Padre y el interés que El tiene para con el hombre. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Padre-Madre es el nombre de la Deidad que indica Su tierna relación con Su creación espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 332.

Es imperativo comprender que el hombre es realmente espiritual — no un mortal físico — para poder captar el concepto completo de esa “tierna relación”. Dios es Espíritu, Mente, y el hombre real existe como una idea en la Mente. Por lo tanto, es natural que la Mente tenga tierna consideración por su propia idea, puesto que esta idea ciertamente tiene que expresar la naturaleza divina.

Al comprender al hombre como idea — y a estas cualidades del hombre, como nuestra verdadera naturaleza — experimentamos un claro sentido de inseparabilidad de nuestro Padre-Madre. Así como una idea jamás puede estar separada de su origen, de igual modo el hombre jamás puede ser separado de Dios, el bien, y de las constantes bendiciones que aporta esta relación.

A medida que abrigamos esta “tierna relación” con nuestro Padre-Madre, lo que percibimos como nuestra familia se expande para incluir a todas las ideas de Dios. “Hombre es el nombre de familia de todas las ideas — los hijos y las hijas de Dios”,Ibid., pág. 515. dice Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana.

Esta visión más amplia de un sentido de familia, es ilustrada en cierta medida por una experiencia que tuve hace algunos años. Cuando estaba en el servicio militar, en un país que está a casi cinco mil kilómetros del mío, veía que era algo natural el sentir nostalgia por mi hogar. Nuestra familia era muy unida.

Desde que llegamos a nuestra nueva base estuvimos trabajando largas horas, y a pesar de que había estado orando fielmente para sentir la tierna presencia de Dios, todavía añoraba a mi familia. Una noche, antes de acostarme, una vez más recurrí a Dios en busca de una evidencia tangible de Su amor. Abrí mi ejemplar de Ciencia y Salud en la página 57 y leí estas palabras: “Las ráfagas invernales de la tierra puede que desarraiguen las flores del cariño y las dispersen al viento; pero esa ruptura de lazos carnales sirve para unir más estrechamente el pensamiento con Dios, porque el Amor sostiene al corazón que lucha, hasta que cese de suspirar por causa del mundo y empiece a desplegar sus alas para remontarse al cielo”.

Al comienzo, no capté el sentido completo de este pasaje, pero me sentí relacionado de inmediato con lo que significa la “ruptura de lazos carnales”. Entonces percibí más claramente que esta “ruptura” podía tener un solo propósito: “unir más estrechamente el pensamiento con Dios”. La familia, pensé, es una idea divina, y no está limitada por la materia. No podría dejar a mi familia. Puesto que mi Padre-Madre está siempre presente, aquí mismo tiene que haber una expresión tangible de familia. Ciertamente, mi pensamiento se elevó por sobre un sentido muy limitado de familia hacia un sentido más espiritual. La promesa de la Sra. Eddy de que “el Amor sostiene al corazón que lucha”, era verdad. Sentí que el Amor llenaba mi consciencia con paz e inspiración.

Pocas semanas después, me enteré de que había una Sociedad de la Ciencia Cristiana en un pueblo vecino. Cuando tuve mi primer domingo libre, me fui en bicicleta al culto religioso. Los miembros fueron cordiales y amistosos. Durante los dos años y medio que siguieron, pasé la mayor parte de mis fines de semana en casa de un matrimonio, y serví activamente en la sociedad de la Ciencia Cristiana. Sentí que había ganado toda una nueva familia, y que nuestro profundo amor por la Palabra de Dios nos había unido.

Un sentido humano de familia, por afectuoso y solícito que sea, sólo sugiere un concepto más amplio y elevado de la hermandad universal que descansa en el fundamento supremo de que sólo hay un Padre y Su universo de ideas. A medida que empezamos a comprender que nuestro origen es en Dios, el único Padre-Madre, y no en la materia, percibimos más claramente que toda la humanidad es nuestro “hermano, y hermana, y madre”.

Este no es un hecho espiritual que debe esperar una vida futura en el “más allá” para manifestarse. Podemos ver manifestaciones de este hecho ahora mismo. Quienquiera que haya vislumbrado que Dios es el único Padre-Madre, jamás puede sentirse a la deriva, sin familia ni amigos; jamás puede realmente aceptar que el sentido de nacionalidad o raza puede excluirlo de la familia del hombre y de las ilimitadas bendiciones que esta relación aporta.

Aunque nuestras relaciones familiares sean felices o desdichadas, el concepto que tenemos de la familia aún tiene que ser espiritualizado. Lo que se necesita es mantener siempre la visión que Jesús tuvo cuando dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”.

Esto no quiere decir que, a medida que nuestra percepción de la hermandad universal se desarrolla, el amor que tenemos por nuestra familia más cercana disminuye. Este desarrollo debe fortificar los lazos familiares, los cuales alcanzan una nueva dimensión, imbuidos del Amor divino.

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