Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

La obediencia y la armonía van juntas

Del número de abril de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por lo general, reconocemos la importancia de la ley humana que define y gobierna la relación entre personas y la sociedad en conjunto. ¡Cuánto más necesitamos comprender y valorar la ley de Dios, la ley del Amor, cuya operación se nos manifiesta a medida que empezamos a percibir los hechos espirituales del ser!

Lo principal entre esos hechos es que Dios, Amor, es Todo, y que Su preciada creación mora armoniosamente dentro de Su totalidad, expresando Su naturaleza divina. La ley de Dios nos incluye y nos une a todos, siempre. Evidencia Su tierno amor y munificente cuidado, manteniéndonos en dulce concordia mutuamente y con El. Como el mandato legislativo de Su amor para nosotros, la ley de Dios no está destinada a reprimir, sino a asegurar nuestra libertad, salud y felicidad.

Con frecuencia, la existencia humana parece proporcionar poca evidencia de la ley o presencia de Dios. Pero considerando profundamente los problemas básicos que nos enfrentan hoy en día y comparándolos con aquellos de la antigüedad, nos damos cuenta de que la gente en los tiempos bíblicos tuvo que encarar muchas de las mismas exigencias que se nos presentan hoy. Descubrieron que cuando confiaron en el sabio y afectuoso cuidado de Dios, experimentaron protección, dirección y curación. Los testimonios que aparecen en las últimas páginas de ésta y otras publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, muestran que también hoy en día la humanidad puede sentir el toque de la omnipresente ley de armonía de Dios, que se evidencia en vidas regeneradas y cuerpos restaurados.

Una inspección minuciosa de esos casos de curación espiritual y del tierno cuidado de Dios, nos revela un denominador común: obediencia. El reino de Dios de armonía siempre está presente, pero sólo mediante la obediencia, la humanidad lo vislumbra y lo siente. La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “Si vivimos en desobediencia a El, no debiéramos sentir seguridad, aunque Dios sea bueno”.Ciencia y Salud, pág. 19.

No obstante, a medida que empezamos a comprender lo que la ley de las Escrituras nos exige, puede que pongamos en duda nuestra capacidad para obedecer fielmente. Tal vez nos preguntemos: “¿Puede esperarse de mí realmente que obedezca tales requisitos? Después de todo, no soy sino humano”.

Por ejemplo, quizás pensemos que somos ignorantes: “Por supuesto, yo obedecería si comprendiera lo que se espera que yo obedezca”. La afectuosa naturaleza de Dios nos asegura que El no exigiría obediencia a una ley que El no hubiera revelado. Podemos negarnos a someternos a las sugestiones de ignorancia, indiferencia o pereza que quisieran impedir nuestro esfuerzo por comprender las estipulaciones de la ley divina. Entonces descubriremos, con gran gozo, que así como la comprensión alienta a la obediencia, así la obediencia alienta a una comprensión aún mayor.

Otro de esos argumentos “no soy sino humano” dice: “Sí, yo sé lo que los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte exigen, pero ciertamente no se espera que yo pueda vivir de acuerdo con ideales tan elevados”. ¿Exigiría un afectuoso Padre-Madre Dios lo imposible o algo que podría dañarnos? Además, recordando cuán natural — en realidad inevitable — le es al hombre expresar a Dios, podemos descubrir en nosotros mismos el valor de obedecer Su ley, incluso ante circunstancias materiales o síntomas que quisieran desafiar nuestra lealtad. La Sra. Eddy nos asegura: “Nada arriesga quien obedece la ley de Dios, y hallará la Vida que no puede perderse”.Escritos Misceláneos, pág. 211.

Aún otro argumento en oposición es: “La obediencia es deseable a la larga, pero consideremos todo lo que se pierde ahora mismo”. !Ese es el truco de que “el cielo puede esperar”! Podríamos contradecirlo con: “¿Esperar qué?” ¿Esperar hasta que hayamos probado los atrayentes pero engañosos placeres de la materialidad, y experimentado los dolores que inevitablemente acompañan la creencia de que hay vida y felicidad en la materia? Este argumento quisiera poner a prueba nuestra disposición de aceptar sin reservas que la obediencia a la voluntad de Dios nos trae bendiciones sin límite. Quisiera engañarnos para que pensemos que el aceptar los deseos de la voluntad mortal, puede traernos logros inmediatos más grandes que la ley del Amor. Nos hace recordar esa pregunta conmovedora en Ciencia y Salud: “¿Quién ha encontrado suficiente a la vida finita o al amor finito para responder a las exigencias de la miseria y angustia humanas — para silenciar los deseos, para satisfacer las aspiraciones?” Ciencia y Salud, pág. 257.

Las dudas acerca de nuestra habilidad para obedecer la ley divina no nos vienen de Dios. Nacen del concepto mortal acerca del hombre, concepto erróneo que representa al hombre como un ego material y finito separado de su Hacedor, y, por consiguiente, capaz de expresar una naturaleza o voluntad que no sea la divina. El escepticismo en cuanto a la habilidad del hombre para obedecer la ley de Dios, es comprensible bajo la luz de tal cuadro mortal. Pero ahí mismo donde parece estar el escepticismo, el Cristo ya está presente para revelarnos nuestra verdadera relación con Dios: la correpondencia armoniosa de creación y creador. Cristo Jesús atestiguó esa perfecta correspondencia cuando proclamó: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19. Al descubrir nuestra verdadera naturaleza como “herederos de Dios y coherederos con Cristo”, Rom. 8:17. nosotros también haremos como el Padre hace, expresar lo que el Padre es. Las gloriosas cualidades de Dios constituyen la individualidad espiritual del hombre. El hombre fue creado para expresar a Dios, para llevar Su imagen y semejanza. Al expresar fielmente a Dios, ¿acaso no está obedeciendo realmente a su creador?

El comprender nuestra habilidad inmanente para obedecer a Dios — expresar Su naturaleza y voluntad — nos da la resolución para demostrar obediencia. Con esta comprensión y con confianza en el amor de Dios, entramos en el camino de la obediencia y evitamos exitosamente esos argumentos de “no soy sino humano” que podamos encontrar a lo largo del camino.

Ahora podemos hacer la elección de cultivar la autodisciplina y el renunciamiento que son requisitos para hacer la voluntad de Dios incluso si las bendiciones de la obediencia parecen remotas u oscuras. Entonces pacientemente persistimos, incluso si nuestros actos son contrarios a las bien intencionadas sugestiones de otros. Y declaramos con profunda humildad y convicción: !No es una respuesta a nuestra oración, si no está de acuerdo con la ley divina!

El armonizar nuestros pensamientos y acciones con la voluntad de nuestro Padre-Madre Dios, es una de las aventuras más bendecidas. Ante el falso concepto generalizado de que somos mortales voluntariosos y desobedientes, se requiere un esfuerzo consagrado. La confianza, nacida de la comprensión, en la afectuosa naturaleza de la ley divina, y el anhelo de reflejar ese amor mediante nuestra obediencia, son también necesarios. Mas la obediencia es el resultado natural de la actividad del Cristo en nuestra consciencia. El nos muestra cómo salirnos del molde de la desobediencia mortal y reconocer, aceptar y demostrar nuestra individualidad verdadera y espiritual como imagen de Dios.

Mediante nuestro esfuerzo en procura de obediencia, obtendremos una comprensión mucho más grande de la ley de armonía de Dios, del lazo de amor que nos une con Dios y nos despierta a la libertad, salud y felicidad. Entonces, tal vez para nuestra sorpresa, descubriremos que lo que pensábamos que era una exigencia opresiva de obediencia, es, en realidad, la oportunidad de ser lo que ya realmente somos: !los gozosos hijos de Dios!


El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado,
y tu ley está en medio de mi corazón.

Salmo 40:8

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / abril de 1986

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.