Cierto miércoles por la noche, al regresar a casa de la iglesia me sentía tan reconfortada por los testimonios de curaciones que había escuchado, y por la inspiración que sentí en la reunión, que iba cantando llena de gozo y plenamente confiada en que el hombre espiritualmente siempre está protegido en la creación de Dios.
De pronto, los pensamientos siguientes se agolparon en mi mente y me pregunté: “¿Por qué tengo que ir a casa, a la confusión, a las reacciones violentas de las emociones humanas, críticas y desilusiones?” Finalmente me di cuenta de que en realidad no deseaba ir a casa.
Sobresaltada con estos interrogantes, me dije: “Espera un momento. Realmente ¿dónde crees tú que está el hogar? ¿Qué crees tú que es el hogar?”
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