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Curación del deseo de cometer adulterio

Del número de agosto de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana nos da una comprensión del verdadero afecto del Amor divino que nos permite vencer los deseos de cometer adulterio y de tener relaciones malsanas. Pude comprobar esto cuando me enamoré de una persona casada después que falleció mi esposo.

Mi amigo casado y yo sentíamos que habíamos carecido de afecto humano por unos cuantos años. No obstante, acordamos no intimar físicamente, y así fue. Mas la angustia mental perturbaba mi paz, felicidad y salud. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, claramente explicó que el adulterio mental es tan pecaminoso como el adulterio físico. Ver Mateo 5:27, 28.

A fin de enfrentarme a la creencia agresiva de que el amor proviene de dos mentes finitas, recurrí a Dios por ser la única fuente de inteligencia, la única Mente verdadera. Al haber una sola Mente, la comunicación de pensamientos de amor puede ser sólo de Dios hacia el hombre, el hombre reflejando esta Mente divina. Como rayos de sol expresando su calor y luz, cada uno es, en realidad, el reflejo del Amor, en conformidad con la naturaleza absoluta de Dios. Esta unidad del Amor y su reflejo, el hombre, se expresa natural y humanamente en afecto bondadoso, en generosidad y pureza. Mas como el verdadero amor proviene de Dios, el Principio divino, siempre nos eleva, jamás nos rebaja. No obstante, a fin de hallar un mejor sentido de amor, debemos mirar más allá de las limitaciones de la atracción puramente personal.

Al admitir que el amor se halla meramente mediante la atracción personal, aceptamos el concepto falso de que somos una “mitad” que busca la otra “mitad” a fin de sentirnos completos. Pero dos, separados por la creencia en muchas mentes, jamás encontrarán la totalidad por la asociación de mitades.

La paternidad y maternidad de Dios son una. Por tanto, nuestra naturaleza masculina y femenina, reflejando a Dios, es una, no dos. El hombre expresa tanto la inteligencia y la fuerza masculina como el amor y la pureza femeninas. Al aportar una comprensión de esta totalidad al matrimonio — y a todas nuestras relaciones — cada uno puede expresar individualmente más de la totalidad del Amor divino, a fin de que el corazón humano comience a encontrar alivio del pesar, de enredos falsos y de afecto impropio.

Al liberarme de los pensamientos de adulterio, recordé cómo la Biblia define el amor en relación a la obediencia. En Santiago leemos: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis”. Y más adelante: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. .. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad”. Sant. 2:8, 10, 12.

Al quebrantar un mandamiento, quebrantamos todos, porque la desobediencia a cualquier mandamiento, nos atrapa en la creencia errónea de que la vida y el amor están en la materia y son de la materia, y que el amor está gobernado por la atracción personal. El afecto sensual es realmente odio, porque odia estar sin lo que desea, y el odio conduce al pecado, a la enfermedad y a la muerte. Pero el amor genuino siempre conduce hacia propósitos más elevados de amor desinteresado, de pureza y de castidad, que, a su vez, conducen hacia la salud, pureza, santidad y felicidad.

Comprendí más claramente por qué está mal el adulterio, cuando leí esta declaración por la Sra. Eddy: “Por encima de las necesidades físicas, se hallan las exigencias superiores de la ley y del evangelio de la curación. En primer lugar está la ley que dice:—

“ ‘No cometerás adulterio’; en otras palabras, no adulterarás la Vida, la Verdad o el Amor, — mental, moral o físicamente. ..”Escritos Misceláneos, pág. 67.

A medida que separamos el amor de la exigencia, del egoísmo y del sensualismo, vemos nuestros propósitos unidos a un sentido más elevado de Amor. En mi caso, el amor adúltero cedió paulatinamente a la comprensión de que el Amor divino es causa, y aprendí muchas lecciones. Mi deseo de amor se convirtió en deseo de rectitud, un deseo de ser correcta y de hacer lo correcto. Mi agradecimiento por cada evidencia del Amor de Dios aumentó, y aprecié cada expresión humana de generosidad o provisión. Durante aquellos años, abandoné exigencias egoístas de afecto humano. Los propósitos obstinados comenzaron a desparecer, y reinó, en parte, la humildad.

Una de las angustias de un amor insostenible es esperar noticias de la persona amada. Sin embargo, aprendí que “la espera del bien” siempre en el futuro, es por parte de la mente mortal, es como usar un cilicio, vestimenta usada en la antigüedad por los judíos durante los días de luto. Deduje que si estar constantemente “a la espera del bien” era una plaga de desgracias que se usa como una vestimenta, podía quitármela. Sabía que podía sanarme y liberarme de estar “a la espera del bien” a medida que la ansiedad fuese reemplazada con la posesión del bien al reflejar la bondad de Dios y amar al Espíritu, y no al mundo. Con agradecimiento comprendí que la curación era posible teniendo motivos puros y mediante el estudio de la Biblia y las obras de la Sra. Eddy, las cuales nos revelan que el Cristo es el camino de la salud y santidad.

Al buscar esta libertad, me abstuve de mis sueños románticos. Me di cuenta de que la naturaleza del afecto sensual era como un espejismo. Dejé de llamar por teléfono a mi amigo y de escribirle cartas, también terminé el negocio que habíamos arreglado a fin de poder estar juntos por razones de trabajo. Los pasos humanos por sí solos no sanan a los corazones destrozados, pero esta resolución indicó mi gran deseo de desenredarme de todo tentáculo de relación romántica.

El fin del amor adúltero llegó una vez que, momento a momento me fui alejando del error, negándome a albergar pensamientos sobre el adulterio. El negarme a ello, no fue voluntad humana; fue el resultado de ver a Dios como la fuente del amor. Luego de unos meses de constancia en este asunto y de beber devotamente la verdad del Amor perfecto y su manifestación perfecta, ya no estaba “enamorada” de mi amigo casado, y un doloroso bocio que había acompañado la tristeza de separarme de mi amigo, también desapareció. Un examen médico, que necesitaba para una posición docente, mostró que no había ninguna evidencia de la enfermedad, y el cuello volvió a su tamaño normal.

A fin de hallar esa buena tierra donde puede producirse la curación, debemos vivir el amor definido por la obediencia a los Mandamientos. Debemos vivir “la ley real” de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Junto con una comprensión espiritual del Amor y su paternidad, maternidad y dirección, esta obediencia a los mandamientos nos libera de la esclavitud humana que, algunas veces, falsamente llamamos amor. Nos libera de los deseos de cometer adulterio.

La ley de libertad del Amor, nos espera a todos.

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