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No hay amor perdido

Del número de agosto de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Amor perdido. Este es un tema que pareciera saturar la experiencia humana, si es que los medios de comunicación son un indico. Se han escrito novelas sobre este tema de gran éxito de venta. Las películas llenan una amplia pantalla con sus correspondientes aflicciones y angustias, mientras que la televisión las presentan diariamente en pantallas más pequeñas para llevar el tema a nuestros hogares. La letra de canciones populares, con sus ritmos pegadizos, pregona el mensaje: el amor es dolor; el amor es frustración; el amor es la cualidad menos confiable y más caprichosa que jamás se ha conocido. Por qué la gente quiere interesarse en el amor, es un misterio, si lo juzgamos simplemente por la imagen que nos presentan los medios de comunicación.

Ese es precisamente el punto. Esa imagen está basada en un caso de identidad errónea. El verdadero amor no está compuesto de ninguna de esas características desagradables, pues el verdadero amor es espiritual. Es una bendición sin impurezas. Es indestructible. El verdadero amor expresa la naturaleza misma de Dios.

Puede que usted pregunte, ¿pero qué tiene que ver el amor “espiritual” con mi experiencia actual y muy humana? La respuesta es, todo. El amor espiritual, el amor que es de Dios, no es ni hipotético ni abstracto. Es lo que acompaña cada manifestación genuina de esa cualidad que la gente llama amor. No hay amor separado de Dios. El autor de 1 de Juan escribió: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. Juan 4:7, 8. Entonces es muy claro que la mejor manera de comprender el amor de Dios es expresar ese amor, participar en el amor, ser afectuoso. No hay nada indefinido ni abstracto en ello.

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