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El Amor divino y el afecto familiar

Del número de agosto de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana ofrece una forma original, aunque práctica, de traer más paz, libertad y amor a los miembros de la familia. Nos muestra en dónde radica nuestro “parentesco” real al ayudarnos a comprender nuestro verdadero origen. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “La base de la discordia mortal es un concepto falso del origen del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 262. Cuando descubrimos el verdadero origen del hombre, somos guiados a vernos a nosotros mismos y a los integrantes de nuestra familia en una perspectiva sanadora que bendice estas relaciones y sana las desavenencias.

Mediante la revelación de la Ciencia Cristiana, aprendemos que Dios, el Espíritu divino, el Amor divino, es el creador real y único del hombre. Cada uno de nosotros es, en verdad, la idea espiritual, o expresión de Dios. Dios es el único Padre-Madre de todos nosotros. La comprensión espiritual de nuestra relación verdadera e inalterable con Dios, nos proporciona una base sobre la que podemos orar y trabajar para establecer relaciones familiares más felices.

Por ejemplo, leemos en el libro de la Sra. Eddy Escritos Misceláneos: “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. El es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo”.Esc, Mis., pág. 151. En el reino de Dios (la única realidad) nuestro parentesco real no tiene nada que ver con los antecedentes mortales. Más bien es el hecho espiritual de que, como hombre, la idea de Dios, cada uno de nosotros tiene los mismos “antecedentes” inmortales u origen en el Espíritu. La Sra. Eddy explica: “Hombre es el nombre de familia de todas las ideas — los hijos y las hijas de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 515.

En lugar de vernos a nosotros mismos y a los demás miembros de nuestra familia como un mero grupo de mortales diferentes que puede que estén en desacuerdo por tener opiniones divergentes y por presiones familiares, podemos aprender que nuestra armonía de pensamiento y unidad de acción se encuentran en el Amor divino, nuestro mutuo Padre-Madre, la única Mente divina.

Puesto que Dios es la Mente verdadera de cada uno de nosotros, no puede haber elementos en conflicto al nosotros reflejar individualmente esa Mente. Como hombre espiritual, cada uno refleja la ternura del Amor divino, la integridad del Principio perfecto, la sabiduría y la inteligencia de la Mente. Estas cualidades espirituales se unen armoniosamente. En la medida en que comprendemos y vivimos nuestra relación espiritual con Dios, en esa medida contribuimos sabia y tiernamente al bienestar de la familia humana.

Por cierto, vemos expresado en la vida de Cristo Jesús el gobierno que el Amor divino ejerce sobre el hombre. Aun cuando él estaba pasando por la experiencia de la crucifixión, demostró consideración pro el bienestar de su madre. En la Biblia se nos dice: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Juan 19:26, 27.

Cuando percibimos que Dios, el Amor divino, es el Padre-Madre del hombre, y que el hombre existe para expresar ese Amor infinito, valoramos más las relaciones familiares. En realidad, el amor natural por los integrantes de la familia es el resultado de aceptar que Dios es el único pariente real del hombre. Esto es evidencia de que el Cristo, la Verdad, está sanando y purificando la consciencia humana.

Aunque haya rasgos de carácter en los integrantes de la familia que parezcan hacer difíciles las relaciones, cuando se percibe que el Cristo está activo y siempre presente, podemos esperar la redención y la curación. Por ejemplo, cuando oramos para sentir profundamente y expresar el Amor divino que es la fuente de nuestra individualidad verdadera, nos volvemos más pacientes. El Amor divino hace que deseemos brindar compasión, comprensión y amabilidad a los demás. Y nos capacita para hacerlo.

El Amor divino también nos libera de las preocupaciones asfixiantes respecto a nuestros seres queridos. Para la mente mortal — el falso sentido de que hay mente en la materia — la preocupación por los seres queridos puede que parezca ser amor, cuando, a decir verdad, es una negación del cuidado amoroso que Dios tiene por Su idea, el hombre. Las personas a menudo se rebelan instintivamente cuando sienten que otros se preocupan incesantemente por ellas. Para dar un apoyo más liberador a los integrantes de la familia, tal vez tengamos que renunciar a las preocupaciones malsanas y reemplazarlas con la verdad de que el Dios que es todo sabiduría y que creó al hombre, también lo gobierna y dirige. El Cristo, la Verdad, siempre nos está diciendo que el hombre está por siempre a salvo en la totalidad del Amor divino.

Existe otra recompensa que resulta al aceptar la verdad de que el origen real del hombre está en Dios. Encontramos el valor y la libertad para ser nosotros mismos. En la creación de Dios, Sus hijos no se originan unos a otros, ni se imitan. La identidad espiritual es la expresión original de la Mente infinita y fue creada por Dios para reflejar Su individualidad. El recurrir al Amor divino como nuestro Padre-Madre, nos confiere el valor amoroso y sabio para obedecer la guía de Dios. Esta obediencia nos libera de ser intimidados por opiniones humanas, porque encontramos que Dios apoya nuestras acciones motivadas espiritualmente, y que Su gobierno es supremo.

Asimismo, el Amor divino es omnipotente para sanar los antagonismos que a veces surgen en situaciones familiares. Cuando sabemos que cada persona tiene el mismo origen, que está gobernada por la misma Mente divina, la unicidad y totalidad de Dios actúan con gracia sanadora para unificar y armonizar la vida humana. Así como los rayos de una rueda convergen hacia el centro de ella, de la misma manera, nosotros nos acercamos más unos a otros a medida que nos acercamos a Dios.

Cada uno de nosotros puede sentir el gozo de conocer y valorar a los integrantes de la familia como expresiones individuales de la gloria y belleza del Amor divino. A medida que recurrimos a Dios, nos damos cuenta de nuestra verdadera naturaleza incorpórea en el Espíritu, donde todos estamos unidos en una sola familia como hijos de Dios. El ser inmortal nos emparenta a todos en la armonía del Amor divino.

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