Mi madre murió cuando yo tenía siete años. Yo no podía creer en un Dios que pudiera privarme de mi muy amada madre; por eso, dejé de orar. Sin embargo, me mandaron a la Escuela Dominical de una iglesia protestante (la que yo no tomé muy seriamente).
Cuando yo tenía diez años, supe por primera vez acerca de la Ciencia Cristiana y de un libro titulado Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy. Esta introducción a la Ciencia me dio una vislumbre de Dios que encontré confortante, por lo que pedí a mi padre que me dejara comprar un ejemplar de Ciencia y Salud. El se mostró algo asombrado, pero me dio el dinero para mi primer ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana. Después que compré el libro, leí algunos capítulos. Pero, como no lo comprendí, lo dejé de lado.
No fue hasta que cumplí los diez y siete años que conocí a una Científica Cristiana. Alguien me la hizo notar en una fiesta de cumpleaños. No esperé a que me la presentaran, sino fui a ella y le pregunté acerca de su religión. Me dijo algo al respecto y me invitó a la Escuela Dominical.
Asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana con mi nueva amiga aquel domingo; luego fui a su casa con ella. Allí su mamá me enseñó cómo leer las Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. De ahí en adelante, asistí a esa Escuela Dominical cada semana, y, después, me quedaba para asistir a los cultos religiosos de la iglesia.
Al cabo de algunos meses, sufrí severas quemaduras de sol después de haber nadado en lo que resultó ser un “oleaje amarillo” (resultado de fósforo en el agua, condición considerada como venenosa). A la mañana siguiente, mi cuerpo estaba muy inflamado. Mi padre me miró y me ordenó que volviera a la cama, diciendo que llamaría a un médico. Le rogué que no lo hiciera, y le dije que llamaría a mi maestra de la Escuela Dominical y ella oraría por mí. De hecho, armé tal alboroto que al fin consintió en que llamara a la maestra, diciendo: “Es mejor que estés bien para mañana por la mañana, sino el médico entrará en acción”.
Llamé a mi maestra de la Escuela Dominical. Aceptó ayudarme, y me dio algunas referencias de la Biblia y de Ciencia y Salud para que las estudiara, lo que hice. A la mañana siguiente, mi padre se quedó muy sorprendido y satisfecho al verme completamente sana: sin inflamación, ni ampollas, ni rigidez, ni siquiera enrojecimiento. Esa fue la última vez en que mi padre mencionó llamar a un médico para mí.
Finalmente, me hice miembro tanto de una iglesia filial como de La Iglesia Madre. Pero continué dependiendo mucho de las practicistas de la Ciencia Cristiana siempre que tenía problemas, y aun después de haber tenido el privilegio de recibir instrucción en clase de la Ciencia Cristiana.
Hubo un tiempo en el que parecía tener un problema tras otro en mi experiencia. Empecé a darme cuenta de que yo era algo egocéntrica y obstinada. Amaba sólo a aquellos que me amaban, y me sentía algo indiferente hacia aquellos que no me amaban; creía que estaba en lo cierto en casi todas las cosas sobre las que yo opinaba, sin darme cuenta del prejuicio que había surgido en mi pensamiento. Entonces se desarrolló una dolorosa condición, y sufrí mucho.
Por último decidí que ya era hora de que orara por mí misma. El practicista que me había estado ayudando estuvo de acuerdo con mi decisión, y se retiró del caso. De ahí en adelante, realmente comencé a estudiar. Trabajé con las anotaciones que yo había tomado durante mi instrucción en clase, estudié la Biblia y leí Ciencia y Salud por completo varias veces. A medida que lo hacía, comencé a estar más y más interesada en la verdad que se me revelaba. Una mañana, sonó el teléfono, y salté para contestarlo. Al poco rato, me di cuenta de que estaba completamente bien. Esto ocurrió hace ya más de doce años, y la curación ha sido permanente.
Desde entonces, he tenido muchas curaciones, incluso la de vista débil. Esta victoria vino como consecuencia de obtener una mejor comprensión de Dios como “el que todo lo ve” (ver Ciencia y Salud 587:6–9), y estudiar la definición de ojos en el Glosario de Ciencia y Salud (ver pág. 586:4–7). Ahora leo sin necesidad de lentes, y leo por varias horas cada día.
Por más de sesenta años, la Ciencia Cristiana ha respondido a mis necesidades; es una maravillosa amiga. Estoy muy agradecida de que por todo el mundo, por intermedio de la Ciencia Cristiana, la gente está aprendiendo a apoyarse en la infinitud de Dios y recibir sus interminables bendiciones.
Laguna Beach, California, E.U.A.
Mas tú, cuando ores,
entra en tu aposento,
y cerrada la puerta,
ora a tu Padre que está en secreto;
y tu Padre que ve en lo secreto
te recompensará en público.
Mateo 6:6
