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El Cristo viene ahora

Del número de agosto de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡El Cristo viene! ¡Qué promesa tan trascendental es este hecho para cada uno de nosotros! Especialmente para aquellos que anhelan salud, armonía, paz mental y liberación del pecado. A todos los que están necesitados, la Ciencia Cristiana les revela la eterna venida del Cristo, que es vista en la vivificación de nuestras vidas y en pruebas del poder de la curación cristiana. Ciertamente el Cristo es la respuesta a todas nuestras necesidades. El despertar a la presencia del Cristo trae curación y armonía a la experiencia humana. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy nos dice: “El Cristo es la Verdad ideal, que viene a sanar a la enfermedad y al pecado por medio de la Ciencia Cristiana y que atribuye todo el poder a Dios“.Ciencia y Salud, pág. 473. Y ella define al Cristo así: “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado”.Ibid., pág. 583. Es muy claro que el Cristo sana tanto ahora como cuando Jesús tan plenamente ejemplificó el poder de Dios que su discípulo Pedro lo identificó de esta manera: “Tú eres el Cristo”. Marcos 8:29.

Cristo Jesús reconocía la importancia de su misión como el Mesías, el Salvador, dada por Dios. Dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. La Ciencia Cristiana, que ha venido a nuestra época en total acuerdo con las enseñanzas de Jesús, revela que el Cristo está todavía aquí con nosotros para salvar, regenerar y sanar. Cuando, mediante la oración fervorosa y humilde, llegamos a comprender, en cierto grado, que la constante presencia del Cristo es el Emanuel o “Dios con nosotros”, experimentamos enaltecedoras percepciones espirituales que traen curación.

Hace varios años, tuve esa clase de experiencia profunda. Durante el transcurso de sólo un año, varias de mis amistades fueron atacadas por cierta enfermedad, falleciendo en corto plazo. Cada una de ellas había recibido intenso tratamiento médico pero no sanaron. Me sentí profundamente apenada por sus muertes y cada vez más temerosa de la enfermedad. Entonces empecé a sentir dolor en una parte del cuerpo, y el temor parecía haberse apoderado de mí. Cuando trataba de combatir el temor y el dolor mediante mi propia oración, tenía momentos en que la situación estaba bajo control, y sentía calma y esperanza. Pero el temor no fue totalmente desarraigado.

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