Del The Washington Post, 24 de diciembre de 1983
“Los cuatro evangelios son esa clase de libros que adquieren un significado más profundo cada vez que se leen y, al mismo tiempo, parecen adoptar una perspectiva diferente.
“Si usted vuelve a leer, como lo hice recientemente, el Evangelio según San Marcos, que es el primero de los cuatro escritores, se sorprenderá notar que gran parte de su narrativa se refiere a un sanador viajero que cautiva corazones al transformar a los enfermos en personas sanas; que echa fuera demonios, da vista a los ciegos y oído a los sordos, y desata lenguas ligadas...
“Esos relatos son misteriosos, pero de la misma manera en que los cuentos de hadas son misteriosos. Los verdaderos misterios descansan en el relato, sin adornos y directo, que hace Marcos, de un sanador extraordinario, que va por la campiña palestina.
El clásico inglés E. V. Rieu, al presentar su traducción de los evangelios en las publicaciones Penguin, escribe: “ ‘Por sobre todas las impresiones previas que he tenido’, ‘conservo una de poder, de poder extraordinario, totalmente controlado...’
“Son los actos de curación que se destacan en el primero de los evangelios y obtienen desde el punto de vista de Marcos un tono de verdad que sería difícil falsificar: por ejemplo, el paralítico que bajaron por la abertura de un techo.
“No era de extrañarse que este sanador pronto atrajera a multitudes. Probablemente esto era algo muy inusitado...
“Rieu sugiere, además, que ‘el hecho de que Cristo transmitió a otros su poder de curar... muestra que sus milagros no constituían una infracción de la ley universal, y, también, que él quería que comprendiéramos esto. La distancia que nos separa de él en nuestros esfuerzos, es una medida de la fuerza espiritual que él ejercía...’
“... En el mundo nunca habrá sanadores genuinos de más”.
©1983, The Washington Post Co.
Reimpreso con permiso
Comentario del Redactor: ¡Qué interés más grande se tiene hoy por los Evangelios! El pensamiento moderno parece enfocarlos en todas las formas posibles, acercándose indirectamente con percepción deslumbrada a causa del “drama” o la “belleza” que encierran, o, intentando concebir los relatos de curación lo mejor que pueda en términos de “misterio”.
No hay duda de que Jesús esperaba que sus seguidores fueran sanadores. Sus palabras permanecen para desafiarnos hoy en día tal como desafiaron a los primeros discípulos hace diecinueve siglos: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8).
Por tanto, nada podría ser más alentador que oír decir que “los milagros [de Jesús] no constituían una infracción de la ley universal” y que “él quería que comprendiéramos esto”. En el Prefacio del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la Sra. Eddy escribe: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma” (pág. xi).
Esta columna aparecerá de vez en cuando, ofreciendo una segunda oportunidad para reflexionar sobre las noticias y comentarios actuales, dentro del contexto de la Ciencia Cristiana.
