Es relativamente fácil vivir sin responsabilidades, pensando que los santos son contadísimos, que usted y yo jamás conoceremos uno, y mucho menos seremos uno de ellos. No obstante, antes de la era cristiana y en la Iglesia Cristiana primitiva, todos los que eran fieles a Dios eran llamados santos. Esto, por cierto, establece la responsabilidad en los cristianos de hoy en día de comportarse como santos.
¿Qué exige esto? Significa ser solemne y santurrón? ¿Significa ser ascético? No. Pero ser santo sí significa ser consagrado, haber sido escogido para servir a Dios.
En el Antiguo Testamento, Dios revela la base para la santidad del hombre creado a Su semejanza, nuestra verdadera identidad. El dice: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. Lev. 19:2. En la antigüedad, la cualidad espiritual de santidad era considerada ejemplar en el remanente fiel de Israel (ver Isaías 4:3), especialmente aquellos que se mantuvieron firmes durante la persecución.
Los primeros seguidores de Cristo Jesús permanecieron fieles bajo circunstancias que eran tan severas como las de tiempos anteriores. Un diccionario de la Biblia describe la diaria santidad de esos cristianos como sigue: “Su santidad está en el acatamiento del llamado de Dios; tienen la vocación de gente consagrada... Su llamado encierra una elevada norma moral (Efesios 5:3), y la palabra ‘santos’ está especialmente asociada con el amor manifestado mutuamente entre los cristianos, demostrado en servicio práctico ...” The Interpreter's Dictionary of the Bible (Nashville, Tennessee: Abingdon Press, 1962), IV, 164–165.
Tal vez, no sería tan difícil ser santo si todos los demás actuaran como santos también, porque entonces lo que nos rodeara sería mucho más celestial. No obstante, mucha de la gente generalmente reverenciada como santos, ¿acaso no dieron prueba de su temple bajo las condiciones más angustiosas? Si las circunstancias parecen prohibir o negar nuestro progreso espiritual, podemos recordar que el Cristiano por excelencia dijo: “El reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21.
Tal vez pensemos que, aun en momentos de adversidad, hemos estado soportando lo suficiente para merecer ser considerados santos. No obstante, el cielo no parece estar muy cerca. En tal caso, la mente mortal, o la “mente carnal” como San Pablo la llama, está sugiriendo que tiene poder para invertir la recompensa divina que merece la bondad. Este sentido falso y material de las cosas debiera negarse mediante una mejor comprensión de que Dios es Espíritu infinito, la única Mente, y que el hombre, la semejanza de Dios, jamás es menos que santo. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la Sra. Eddy advierte: “El pecador crea su propio infierno obrando mal, y el santo su propio cielo obrando bien. Las persecuciones opuestas del sentido material, ayudando al mal con el mal, quisieran engañar aun a los escogidos”. Ciencia y Salud, pág. 266.
La Ciencia Cristiana desenmascara al mal. Quienes, mediante el estudio y la práctica de esta Ciencia, abandonan el pecado y la sensualidad, comprenden que el mal es un engaño. Y si estamos progresando al cumplir con esta exigencia, entonces, sin tomar en cuenta qué mal parezca amenazar, podemos sentir y demostrar la presencia de la armonía divina. Ser santos entraña el comprender y demostrar, paso a paso, que vivimos no sólo como santos, sino también con los santos de Dios, no con pecadores, puesto que el hombre de la creación de Dios — la naturaleza genuina de todos — es santo. Y a medida que expresamos santidad, dejamos de ver la perversidad y vemos la santidad brillando a través de otros.
El santo — el verdadero cristiano — permanece radiantemente seguro de que la santidad existe en cada individuo, sin tomar en cuenta qué sufrimiento o degradación pudiera estar manifestándose en la superficie. Ayuda a revelar el cielo dentro de la consciencia por medio de la derrota de la enfermedad y el pecado. La Sra. Eddy muestra claramente en sus escritos la manera en que la Ciencia Cristiana explica la naturaleza de la enfermedad y del pecado, y cómo éstos son sanados. Por ejemplo, ella escribe: “Esto es Ciencia Cristiana: que la mente mortal enferma y que la Mente inmortal sana; que la mente mortal hace pecadores, mientras que la Mente inmortal hace santos; que un estado de salud no es sino un estado de consciencia que se manifiesta en el cuerpo, y viceversa; que mientras una persona piensa y actúa perversamente, otra sabe que si logra cambiar este sentido y consciencia de maldad, a un sentido bueno, o un deseo consciente de hacer el bien, se cosecharán los frutos del bien, y habrá reformado al pecador”. Escritos Misceláneos, pág. 219.
Si la mente mortal nos ha enfermado o hecho pecadores, podemos ser sanados y redimidos por la Mente inmortal, mediante la práctica individual de la Ciencia Cristiana. Si la mente mortal nos ha hecho creer que otros están enfermos o que son pecadores, esto inevitablemente disminuirá, de alguna manera, nuestra comprensión de que la armonía y la santidad son completas, hasta que, mediante la oración y una mayor espiritualidad, veamos al hombre como Dios lo ha hecho: sano y santo. De esta manera, ayudamos a revelar el cielo que realmente nos es posible experimentar ahora, como resultado de la totalidad armoniosa y sin oposición de la Mente.
Todos podemos ser lo suficientemente amables para iluminar la santidad que existe en nosotros y en los demás. Podemos tratar a todos como miembros dignos y respetables de la familia de Dios.