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Mi gratitud por la Ciencia Cristiana se ha hecho más grande y profunda...

Del número de febrero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi gratitud por la Ciencia Cristiana se ha hecho más grande y profunda durante los muchos años que he viajado alrededor del mundo como corresponsal de un diario. Me siento agradecido de haber podido recurrir al Amor divino, el Principio, como el Dios infinito y todopoderoso, el bien, dondequiera que he estado. Debido a ello, la Ciencia Cristiana ha sido más que una constante compañía: ha sido mi salvación, una y otra vez.

A pesar de cuán sombrías hayan sido las circunstancias, las enseñanzas y el ejemplo de Cristo Jesús y los escritos de la Sra. Eddy han revelado cualidades de la verdad a las que he podido aferrarme y por las que he estado agradecido. Siempre me admira la calma y seguridad que vienen al recurrir a la verdad cuando viajo, o cuando las condiciones humanas pretenden que el mantenerse en calma y receptivo a la armonía son las cosas más difíciles de lograr.

Después de haber vivido durante varios años en un país que tenía un gobierno totalitario, tuve que enfrentarme a lo que empezó como un catarro bronquial y, luego, se transformó en lo que creo podría llamarse pleuresía. Mi esposa y yo oramos firmemente, pero, durante más de una semana, me fue muy difícil respirar, no me podía recostar y no me era posible dormir ni comer debidamente. A veces, me sentía tentado a creer que cualquier cosa sería preferible, aun el darme por vencido.

El departamento provisto por el gobierno no tenía mucha privacidad, y nuestros tres hijos pequeños comenzaron a alarmarse por mi evidente y continuo malestar. Los miembros de nuestra pequeña y unida comunidad occidental de residentes, de pronto se dieron cuenta de que no salía del departamento. Dieron a mi esposa muchos consejos médicos, y expresaron su afectuoso interés. Sentíamos que, de alguna manera, todos los ojos estaban puestos en nosotros.

Pudimos hacer los arreglos para efectuar una llamada telefónica a un practicista de la Ciencia Cristiana en otro país, y, nuevamente, me puse a orar, como sabía que debía hacer. Al hacer esto, consideré el sentido de frialdad que los residentes de occidente a menudo sienten en el país en donde entonces vivía; no sólo por el clima, sino por la forma de gobierno que niega la existencia de Dios y las verdades del cristianismo. Aun así, nuestra familia había encontrado, también, mucha calidez de parte de las personas que vivían allí, quienes se esforzaban por hacer llevadero un sistema que no habían elegido, tanto adultos como niños.

Era necesario que estableciera una separación entre las pretensiones agresivas de la filosofía política y social de ese país, y las hermosas cualidades que habíamos hallado en conocidos y amigos para quienes ese país era su hogar. A medida que hice esto, empecé a ver con mayor claridad que el hombre, como la imagen de Dios, no puede ser el blanco de la animadversión, porque, en el Amor infinito, no hay nada que pueda odiar, nada que pueda ni siquiera pretender negar la totalidad del Espíritu. Humanamente, estuve tentado a creer que sentía frialdad y que la ayuda estaba lejana, que estaba rodeado de un sistema extraño. Espiritualmente, sin embargo, sabía que podía afirmar (y lo hacía) que la identidad del hombre emana de Dios, que brilla con el calor de Su amor.

Varias veces repetí lentamente el Himno N.° 3 del Himnario de la Ciencia Cristiana. Comienza así:

Un corazón de gratitud
jardín hermoso es,
do toda gracia divinal
perfecta brotará.

El himno dice más adelante que un corazón agradecido es como un bastión seguro y un santuario puro. Me pregunté: ”¿Estoy agradecido por las cualidades del Amor? ¿Estoy tentado a creer que están ausentes?“ Escuché una grabación de himnos de la Ciencia Cristiana, apreciando las suaves armonías de la música y prestando atención a las palabras para discernir las armonías espirituales que ellas describían. Comenzó a invadirme una sensación de paz, aunque la condición humana continuó sin variantes.

Un día, escuché un cassette, producido por La Iglesia Madre, en el que los niños de la Escuela Dominical narraban algunas de sus experiencias de curación. Una de ellas, era de una pequeña que debía nadar un largo trecho cuando estaba en un campamento. Cuando ella y su madre se pusieron a hablar sobre el amor de Dios que está siempre disponible, la niña se dio cuenta de que su objetivo realmente no era pasar la prueba de natación, sino ver las cualidades del Amor divino en acción. Pensó en esto mientras nadaba, y pasó la prueba fácilmente. Disfrutó de un hermoso verano.

Mientras escuchaba esto, sentado en una silla en nuestro departamento, de repente me di cuenta de que debía aclarar cuál era mi objetivo. Con alegría comprendí que mi meta no era, según había pensado, respirar con menor dificultad, acostarme o poder dormir. No; mi verdadera meta era ver las cualidades del Amor expresadas allí mismo donde estaba, reconocer la presencia del Amor, el poder de Dios. Mi tarea era demostrar lo que realmente era: la imagen o idea del Amor. En cuanto vislumbré esto, vino la comprensión: “Bueno, tú eres esa expresión. Dios es el bien”. El temor desapareció inmediatamente. Al cabo de un día, la condición física había mejorado notablemente. Muy pronto, estuve completamente sano y listo para volver a mis actividades normales.

Todo esto lo observaron cuidadosamente nuestros amigos occidentales. Uno de ellos, una enfermera en medicina, estaba particularmente impresionada por la curación. Yo estaba muy agradecido por el trabajo por medio de la oración del practicista, por el apoyo de mi familia, y por las dos lecciones que no he olvidado. La primera: que el Amor es un auxilio presente, no importa donde estemos. La segunda: que la verdadera búsqueda de la paz está dentro de cada uno de nosotros, en nuestra consciencia. No se encuentra únicamente en gobiernos o ideologías. Cada individuo tiene un constante papel que desempeñar al desafiar toda sugestión mental agresiva que quisiera negar la presencia y el poder del Amor, el Principio divino.

Quisiera dar tributo a las palabras y obras pioneras de Cristo Jesús, y de la Sra. Eddy, su leal e inspirada discípula. He obtenido de los escritos de la Sra. Eddy un sentido más claro de Dios como Amor y, por lo tanto, como Principio, y de Jesús como el supremo demostrador del Cristo que despierta a la consciencia humana a la percepción del Espíritu. La oración en la Ciencia Cristiana es una oportunidad para disminuir el mal, no solamente para nosotros mismos, sino para todos aquellos en quienes pensamos. ¡Qué promesa y qué poder encierran las líneas del poema de la Sra. Eddy “Alba de Navidad”! Este poema describe al Cristo, la idea de Dios, de esta forma (Himno N°. 22):

Rayo de Vida y de Amor,
no hay muerte en ti;
Verdad que por encima estás
de lucha y mal,

de toda mancha y credo cruel;
en nuestro andar
tú nuestro firme apoyo fiel,
Señor, serás.


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