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La manera en que un sentido espiritual de familia sana el prejuicio racial

Del número de febrero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante mi niñez, mi adolescencia y mis años universitarios, vi muchas veces los efectos del prejuicio racial. La ciudad en que vivía fue durante varios años el escenario de confrontaciones entre diferentes grupos raciales. Esta ciudad había tenido disturbios, y continuamente ocurrían actos de violencia entre jóvenes de diferentes razas.

Cuando era adolescente, concurría a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y encontré que la Biblia, y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, fueron de mucha ayuda para proteger mi pensamiento de la violencia y divisiones que causa el prejuicio racial. La Ciencia Cristiana nos enseña a poner la mirada en la creación espiritual de Dios, que está más allá del prejuicio, la desconfianza, el temor y el odio. En Dios, el Amor divino, no existen discordias, divisiones ni odio. Ya sea que el prejuicio parezca ser parte del pensamiento de otros o que se anide en el nuestro, no es realmente parte del hombre bondadoso creado por Dios. En nuestra verdadera naturaleza inmortal, somos reflejos del Amor infinito. Dios es el Padre-Madre de todos, y todos vivimos en Su familia universal.

La unidad de toda la humanidad está claramente expresada en las siguientes palabras de la Sra. Eddy: “La hermandad de todos los pueblos está establecida sobre esta base; a saber, un solo Dios, una sola Mente, y ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’, la base sobre la cual y por la cual el Dios infinito, el bien, el Padre-Madre Amor, es nuestro y nosotros somos Suyos en la Ciencia divina”. The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 281.

La idea espiritual de que hay un solo Padre-Madre ayuda a sanar las divisiones raciales. Nos demuestra que la familia consiste en algo más que lazos biológicos; está definida por tener al Espíritu como nuestra fuente natural. Los lazos que nos unen son espirituales, no carnales. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”, Rom. 8:16. afirma Pablo. Esta comprensión nos da la oportunidad de ir más allá de las clasificaciones humanas de negro, blanco, marrón o amarillo, a la clasificación verdadera y única del hombre como el linaje espiritual del Amor. Así nos unimos en el espíritu de la declaración de Pablo: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gál. 3:28.

Cristo Jesús incluyó a todos en su amor sanador. El no juzgó de acuerdo con las características humanas, sino de acuerdo con la disposición de conocer a Dios. Aunque él pertenecía al pueblo judío, no creyó que sólo aquellos que eran parte de su pueblo eran los escogidos. El reconoció los elementos del Cristo en judíos y no judíos. Enseñó esta lección cuando sanó al siervo del centurión romano. Tan intensa era la fe del centurión romano que Jesús se maravilló y declaró que ni aun en Israel había encontrado una fe tan grande. A esto añadió: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. Mateo 8:11.

El Cristo, que revela la naturaleza real del hombre, demuestra que todos reflejamos al Alma, expresando inteligencia, universalidad y justicia. La bondad es una cualidad natural de los hijos de Dios y es completamente expresada por el hombre individual. Aun cuando los mortales parezcan llenos de odio, violentos y con prejuicios, este cuadro es lo opuesto de la identidad verdadera del hombre. La Ciencia Cristiana enseña que el hombre no es un mortal pecador, sino la imagen y semejanza espiritual de Dios. La imagen invertida, o contrahechura mortal, sólo existe en los ilusorios sentidos mortales y materiales. El hombre perfecto y semejante a Dios es sustancial; el hombre existe en la Mente y se discierne por medio del sentido espiritual. El hombre real expresa, en pensamiento y acción, la naturaleza divina de la Vida, la Verdad y el Amor.

Cuando reconocemos al hombre espiritual que nosotros y los demás verdaderamente somos, esto nos ayuda a descubrir y destruir cualquier opinión de rechazo que tengamos de otras razas o grupos sociales. El deseo de conocer y aceptar a un solo Padre-Madre, Dios, que circunda a toda la humanidad, nos libera de juzgar de acuerdo con la carne, a la manera de los fariseos. Este deseo reemplaza en nuestros corazones al mortal contrahecho con la imagen espiritual del Alma.

Si hemos de traer curación a nuestras relaciones con los demás, no debiéramos aceptar las clasificaciones que se hacen de los demás como “perezosos”, “deshonestos”, “violentos”, o “no inteligentes”, ya que, en realidad, ninguna de éstas son cualidades de Dios. Aun si un individuo tiene defectos, las faltas humanas pertenecen a la mente mortal y no a las ideas de la Mente divina. En vez de condenar a otros de acuerdo con lo que dicen los sentidos mortales, podemos verlos como Jesús los vio: como hijos de Dios. Al aceptar como real en los demás solamente los atributos y cualidades de Dios, Aun si un individuo tiene defectos, las faltas pertenecen a la de acuerdo con lo que dicen los sentidos mortales, podemos verlos como Jesús los vio: como hijos de Dios. Al aceptar como real en los demás solamente los atributos y cualidades de Dios, a menudo nos liberamos de nuestras debilidades humanas y nos protegemos de los ataques de la mente carnal.

Comprobé a diario tal protección cuando viajaba por un ghetto vecinal que era considerado peligroso. Cuando vivía fuera del recinto universitario y viajaba en autobús para concurrir a las clases durante mi época de estudiante universitario, tenía que transbordar de autobús en una parada que se encontraba en un vecindario en estado de deterioro, y que tenía la Mente, que los cuidaba a ellos al igual que a mí. El color de la piel o la clase social no nos podía separar ni tampoco era el motivo para que existiera el odio o la violencia. Vi cada cada uno como el reflejo espiritual y completo del Amor divino. Sabía que al verlos como satisfechos y amados por Dios, todos nos beneficiaríamos. La individualidad de ellos, al igual que la mía, era, por definición espiritual, la expresión del único Ego, el Alma; y yo sabía que este Ego se expresa a sí mismo en paz, amabilidad y satisfacción. Esta forma de pensar amorosa y sin prejuicio acerca de la gente en ese ghetto me protegió durante todo el año, cuando las circunstancias me obligaban a pasar por ese vecindario. Otras personas a quienes conocía decían que habían sido tiroteados o robados mientras trataban de pasar por esa parte de la ciudad.

La comprensión de que una sola Mente progenitora lo gobierna todo, también trae libertad y justicia a aquellos que puedan estar sufriendo del azote del prejuicio. Ellos pueden comprender que el Principio es la fuente y el Ego de todos y que se expresa en imparcialidad, igualdad y verdad. El odio y la injusticia son las pretensiones de la mente carnal que dicen que hay otro poder fuera del Amor infinito. Cuando vemos que somos víctimas del prejuicio y la injusticia, no son, en última instancia, las personas quienes deben ser culpadas, sino la creencia de que hay una mente separada de Dios. Sabiendo esto, podemos protegernos de la tendencia a reaccionar con violencia, odio o venganza. Es el orgullo y el egotismo de la mente mortal que quisiera responder al odio con odio. Leemos en Santiago: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. Sant. 4:10.

La filiación espiritual y privilegiada del hombre no se encuentra en la inferioridad o en la superioridad de la raza, el sexo o la nacionalidad. La Biblia nos dice que Dios “no hace acepción de personas”; Hechos 10:34. en otras palabras, no hace acepción de la identidad corpórea. El es el infinito Padre-Madre, Amor, que ve nuestra identidad espiritual solamente y nos ama a todos. El comprender esto y el esforzarnos por expresar el amor que Dios tiene hacia todos, sin hacer caso de clases o raza alguna, corrigen la escena humana y traen justicia e imparcialidad a nuestras vidas.

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