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La naturaleza femenina y “el amor del Cristo que todo conquista”

Del número de febrero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los derechos y la igualdad de la mujer han recibido un ímpetu poderoso en los últimos cien años. La sociedad ha adelantado en gran manera desde el tiempo en que las mujeres en casi todas partes no tenían ni siquiera el derecho de votar, a pesar de que todavía está muy lejos de terminar con la tendencia de subordinar a la mujer y denigrarla.

Con una mezcla de completa seriedad y un toque característico de irónico humor, Mary Baker Eddy, en cierta ocasión, observó: “Ahora ya no puede pasarse por alto la conclusión de que la mujer no tiene derechos que el hombre no esté obligado a respetar. Esta es la hora de la mujer, en todas las tendencias buenas, obras caritativas, y reformas actuales. Es difícil decir qué le es más perjudicial al corazón humano, si el elogio o el desprecio de la gente”. Escritos Misceláneos, pág. 245.

Como dedicada cristiana, ella seguía a Cristo Jesús como su Salvador y Modelo dondequiera que la guiara. Mediante el descubrimiento de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), había aprendido de la Ciencia pura del cristianismo que Jesús vivió, es decir, las leyes de la total bondad de Dios las cuales desechan a las supuestas leyes de la vida material. Escribió: “Sin embargo, para uno ‘nacido de la carne’, la Ciencia divina debe ser un descubrimiento. La mujer debe darla a luz. Debe ser engendrada por la espiritualidad, puesto que nadie sino los de limpio corazón podrán ver a Dios — el Principio de todas las cosas puras; y nadie sino uno de los 'pobres en espíritu' podía proclamar primero este Principio, podía conocer aún más de la nulidad de la materia y de la totalidad del Espíritu, podía utilizar la Verdad y reducir absolutamente la demostración del ser, en la Ciencia, a la comprensión de la época”. Retrospección e Introspección, pág. 26.

Si la demostración de la pura naturaleza femenina era lo principal para la revelación de la Ciencia Cristiana, cuánto más esencial tiene que ser también para nuestro propio progreso en la comprensión y demostración de la Ciencia del cristianismo.

La Ciencia Cristiana explica que el término genérico hombre debe usarse para algo que no sea la impresión general que los mortales tienen de ellos mismos. Enseña que el hombre realmente está hecho a imagen y semejanza de Dios. Es el resultado o expresión de Dios, Espíritu. Este hombre espiritual tiene que incluir la verdadera naturaleza femenina y la verdadera naturaleza masculina, reflejando así al Padre-Madre Dios, el único creador. Nuestra perfecta individualidad, hecha por Dios, no podría ser parcial, incompleta, que le faltara algo en uno u otro aspecto.

Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene que demostrar — y puede hacerlo — la verdadera naturaleza femenina mediante continuo progreso espiritual. Esta es la exigencia tanto para mujeres como para hombres, y esto no produce una mezcla débil, sino una demostración más firme de individualidad espiritual en nuestra vida ahora.

Cada paso de progreso en esta demostración, nos acercará al dominio y firme autoridad demostrada por el Maestro y a la comprensión de la Ciencia del cristianismo. Esta demostración y su resultado en obras sanadoras, ciertamente no produce en los hombres un carácter afeminado, ni necesariamente hace que la mujer tenga una ventaja inicial sobre el hombre, basada en la antigua frase gastada acerca de las mujeres y sus “intereses” en asuntos espirituales. Requiere tanta curación de la llamada falta de dirección y complacencia femenina como de la llamada tenaz obstinación y falta de intuición masculina.

Una vez que comprendamos la absoluta necesidad de hacer este progreso, empezaremos a hacerlo de la misma manera que hacemos todo lo demás en la Ciencia Cristiana, comprendiendo mejor la existencia actual de la compleción del hombre como imagen y semejanza de Dios. Nuestra oración no es para que se produzca algo que deseamos que sea verdad acerca de nosotros, sino para atravesar la niebla de la mente mortal, la cual oculta la individualidad actual que Dios ya nos ha dado.

Las cualidades de la verdadera naturaleza femenina tales como pureza y amor desinteresado, y su estrecha correlación con la Vida y el Amor divinos, son características de nuestra verdadera identidad ahora.

Podemos concebir la totalidad de la realidad divina porque no estamos atados al mito de que el hombre es un creador. Podemos estar atentos a la dirección perfecta de Dios porque no estamos fascinados por un sentido egotista de planear nuestro propio destino. Podemos participar de la omnisciencia y omnipotencia del Amor divino porque, de hecho, no estamos mesmerizados por los cuadros incesantemente engañosos del mundo en cuanto a lo que es poderoso e importante.

No obstante, el progreso espiritual, por su naturaleza misma, es enfrentado por la ilusión del mal, el hipotético opuesto de Dios, el bien. La Sra. Eddy vio que éste era el caso al establecer la Ciencia Cristiana. Usó las vívidas metáforas bíblicas del libro del Apocalipsis para describir lo que ella vio que estaba ocurriendo. Por ejemplo, escribió acerca del dragón que trataba de devorar al hijo, la idea espiritual de Dios, recién nacido en la Ciencia Cristiana.

Esta metáfora sigue pareciendo nueva y aplicable a través de toda la historia de la Ciencia Cristiana hasta la fecha, porque ilustra tan exactamente el repetido drama humano. La demostración de la naturaleza femenina siempre es necesaria en lo que podría llamarse “el drama de la moralidad” de la existencia humana.

La Sra. Eddy no está expresando una opinión personal respecto a la naturaleza femenina, sino que está hablando desde el punto de vista de la Ciencia Cristiana misma — con la plena autoridad de la revelación espiritual — cuando escribe: “La mujer es la especie más elevada del hombre, y esta palabra es el término genérico para todas las mujeres; pero ni una sola de todas estas individualidades es una Eva o un Adán”. La unidad del bien, pág. 51.

Un falso concepto acerca de la naturaleza masculina, intentaría ignorar imprudentemente el ataque del mal o de menospreciarlo sin hacer el trabajo metafísico necesario. Intentaría confiar en una estrategia débil y mundana para salir adelante, en vez de proceder a espiritualizar el pensamiento y aprender con humildad la omnipotencia y omnipresencia de Dios, el Amor divino. Pero la Sra. Eddy explica el repetido y el final resultado para ella y para todo Científico Cristiano en su comentario: “El dragón que airado estaba contra la mujer, y presto a ‘devorar a su hijo, tan pronto como naciese’, era la visión que representaba la envidia, la sensualidad y la malicia, pronta a devorar a la idea de la Verdad. Pero la bestia se postró ante el Cordero: debía combatir contra la naturaleza masculina de Dios, que Jesús representaba; mas cayó ante la naturaleza femenina de Dios, que representaba el ideal más elevado del Amor”. La curación cristiana, pág. 10.

El mal que obstinadamente quisiera oponerse a la espiritualidad sí cae ante el reconocimiento de la totalidad del Amor, el cual hace que la naturaleza del mal se evidencie como ignorancia y no como hecho, como equivocación y no como sustancia. Este pecado que quisiera crucificar o devorar, no se somete a ningún concepto inferior, masculino, un falso sentido de utilizar la Ciencia Cristiana dentro de un mundo material real de figuras importantes y hechos ineludibles. Sólo el gran descubrimiento espiritual mismo de que Dios es la única Vida, la sola realidad del ser, es suficiente para llevar adelante a salvo nuestra espiritualidad recién nacida o para defender a la Iglesia de Cristo, Científico, del agresivo error.

La lógica, la razón y la deducción del sentido material no son rivales apropiados para la presión de la mentira subversiva o engaño hipnótico. Sólo la espiritualidad pura es capaz de conocer al Espíritu, capaz de mantener su firme testimonio del Cristo, la Verdad. Incluso la confiada obediencia de María en el sepulcro de Jesús, no percibió a primera vista lo que había allí para ser visto, es decir, el Cristo resucitado que jamás había sido contenido por la materia, que jamás podía morir. Pero su verdadera naturaleza femenina respondió completamente a la presencia verdadera del Cristo. La Sra. Eddy escribe: “Para la mujer en el sepulcro, doblegada por la intensa angustia del afecto, una palabra, ‘María’, rompió la tristeza con el amor del Cristo que todo conquista”. The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 258.

Quiera nuestra demostración de la naturaleza femenina ser tal, que una palabra del Cristo, la Verdad, nos dé el gozo enaltecedor de la victoria irresistible del Cristo, y abra nuestros ojos a la escena espiritual y a la indiscutible supremacía del propósito del Amor divino.

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