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Nuestro éxodo del dilema moral

Del número de febrero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Variadas fuentes condenan hoy lo que se conoce como la decadencia del mundo occidental, su absorción en la materialidad, especialmente la sensualidad, y su desprecio por lo que es moral y espiritual. Gran parte de la culpa por este deterioro recae en la “revolución sexual”.

Si uno de los aspectos de la revolución sexual libera a las mujeres y a los hombres de los estereotipos — dando a la mujer la libertad de ser tratada con ecuanimidad en sus actividades profesionales, y al hombre la libertad de desarrollar sus cualidades educativas en la familia y el hogar — esto es progreso en el orden social. Pero, si otro de los aspectos de la revolución sexual trae consigo el quebrantamiento de los valores morales — que, para muchos implica la libertad de hacer lo que les complace en lugar de complacerse en hacer lo que es bueno — lo que resulta es un dilema moral.

Oímos que la gente dice: “Usted no aprobará la manera en que vivo”, o “Yo no apruebo el estilo de vida de mi hijo o mi hija”. Mucha gente no escogería deliberadamente vivir fuera de las normas establecidas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento si comprendieran verdaderamente el fundamento espiritual de esas normas. Pero la creencia ampliamente difundida en presiones sicológicas y biológicas ha contribuido al intento de justificar las relaciones sexuales fuera del matrimonio.

A través de los siglos, el mundo occidental ha estado protegido por las sólidas raíces que tiene en la Biblia. Las exigencias morales y cristianas establecidas en las Escrituras han sido, por lo menos, la norma generalmente aceptada, aunque hayan sido escasamente practicadas. Aunque, en algunos casos, la práctica de éstas haya sufrido un considerable deterioro, la base permanece inmutable. Esta proveerá el fundamento para la disciplina espiritual e individual, y para una sociedad más pura que emerja de esa disciplina. La Biblia jamás ha dejado de ser una querida y venerada carta de navegar para la vida de muchísimas personas. La verdad que las Escrituras enseñan, si se practicara hoy, abriría el camino para un moderno éxodo: el éxodo fuera de la absorción en la sensualidad. La Biblia promete copiosas bendiciones, que incluyen seguridad para quienes obedecen sus enseñanzas. Un salmista nos urge: “Sosténme, y seré salvo, y me regocijaré siempre en tus estatutos”. Salmo 119:117.

Muchas personas que se han visto implicadas en relaciones fuera del matrimonio o en la homosexualidad quieren abandonarlas, pero se hallan esclavizadas por la sensualidad. Para romper esa influencia, es importante que el que busca liberarse de la inmoralidad sexual se arme continuamente contra esta forma de error, no por temor, sino por sentido común. Un himno nos insta:

Tu armadura celestial
noche y día has de llevar;
al maligno vencerás. ¡Ora ya! Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 67.

Si las tentaciones pasadas continúan, la persona que lucha por su libertad moral y espiritual puede recordar la experiencia de los israelitas, quienes después de escapar de la tierra en donde habían estado en esclavitud, se vieron perseguidos por sus antiguos amos. El valor nos viene cuando tomamos seriamente estas palabras de Moisés: “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipicios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis”. Ex. 14:13, 14.

Cuando continuamos pensando en el éxodo de los israelitas, nos viene a la memoria “la columna de nube” que Dios hizo surgir entre los hebreos y sus anteriores captores, de manera que “en toda aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros”. Y, por supuesto, la dramática victoria de los hijos de Israel cuando caminaron en tierra seca en medio del Mar Rojo, cuando las aguas se abrieron, sellando su liberación. Ver Ex. 14:19–27.

Para aquel que está esforzándose por liberarse de las relaciones sexuales ilícitas, lo que parece ser un Mar Rojo se abrirá cuando se desarrolle la comprensión de la naturaleza real del hombre. Así como el Antiguo Testamento proporciona la regla, y las enseñanzas de Cristo Jesús traen el deseo de obedecer, así la Ciencia Cristiana ayuda a ver cómo obedecer la regla.

El respeto por la ley bíblica y la humildad que sentimos cuando obtenemos, en cierta medida, el espíritu del cristianismo, abren el camino para comprender las enseñanzas de la Ciencia Cristiana: que todas las ideas correctas vienen de Dios, la Mente divina, y deben ser puras; que el amor es una cualidad que el hombre refleja del Amor divino, y debe ser impecable; que la espiritualidad, que es en realidad el estado innato del hombre como la expresión de Dios, que es el Espíritu, excluye la lujuria; que la satisfacción verdadera no proviene de una gratificación sensual momentánea, sino de ser buenos y de hacer el bien; y que el afecto humano genuino no es egoísta.

A través de toda la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy, se nos urge a renunciar a los placeres sensuales y a encontrar el gozo y la satisfacción verdaderos en el aprendizaje de la verdad acerca de Dios y el hombre, y en el esfuerzo por vivir de acuerdo con esta comprensión. Esta promesa se halla en Ciencia y Salud: “La Verdad hace una nueva criatura en quien las cosas viejas pasan y ‘todas son hechas nuevas’. Las pasiones, el egoísmo, los falsos apetitos, el odio, el temor, toda sensualidad, se someten a la espiritualidad, y la superabundancia del ser está del lado de Dios, el bien". Ciencia y Salud, pág. 201.

En el incidente de la mujer sorprendida en adulterio, que se relata en el Evangelio según San Juan, Cristo Jesús sin duda debió de haber visto la verdadera identidad de la mujer, pura y perfecta como fue creada por Dios, en lugar de una pecadora a punto de ser lapidada a causa de su mala conducta. Jesús expresó el suficiente amor cristiano por la mujer como para separarla del adulterio Y este mismo intenso amor espiritual separó a sus acusadores del perverso fariseísmo que quería denunciar y juzgar a la persona en vez del pecado.

Tenemos presentes las palabras del Maestro a los acusadores: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. El incidente concluye con el compasivo consuelo que Jesús dio a la mujer: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Ver Juan 8:1–11.

La verdad es que el hombre no es un mortal sensual. Su ser verdadero como hombre, la idea impecable de Dios, es espiritual y perfecto. Para quien esté luchando para deshacerse de la inmoralidad sexual — orando a diario, llenando sus pensamientos con la verdad aprendida por medio del estudio de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy, y batallando con valor para vivir de acuerdo con su verdadera naturaleza espiritual — el Amor divino de seguro le abrirá el camino. ¡Su éxodo vendrá!

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