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Los hombres a veces han tratado de contestar la pregunta: "¿En...

Del número de febrero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los hombres a veces han tratado de contestar la pregunta: “¿En realidad, cuán fuerte soy?” En el pasado, participé en actividades atléticas universitarias, en en proyectos de construcción en tierras extranjeras, estuve en la Infantería de Marina en tiempos de guerra, en trabajos de exploración en la Antártica, y en otras actividades; en todas, se necesitaba gran resistencia. A pesar de mi estudio de Ciencia Cristiana en los años que siguieron, me aferré a la creencia de que la fuerza humana y las condiciones físicas son factores determinantes de buena salud.

Varios años después de haber tomado instrucción en clase de Ciencia Cristiana, se me presentó una aflicción en la forma de una infección en una pierna. Estuve postrado en cama por un mes, y con dolor; sin embargo, lo que parecía molestarme más era que esa situación se me hubiera presentado. Mi orgullo herido parecía más “doloroso” que el reto físico. En realidad, hasta me sentía avergonzado de encontrarme en ese aprieto.

Al recibir ayuda, por medio de la oración, de un practicista de la Ciencia Cristiana para poder obtener un sentido mejor de la verdadera fortaleza, pude ver que la Verdad está siempre presente, y que no es fluctuante. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, encontramos las siguientes declaraciones: “No existe ni metástasis ni interrupción de acción armoniosa ni parálisis. La Verdad y no el error, el Amor y no el odio, el Espíritu y no la materia, gobierna al hombre” (pág. 420). Esto me ayudó a comprender que la congestión de fluido en la pierna era actualmente una pretensión mental, más bien que una condición física o material.

El practicista, con mucho amor y gentileza, me amonestó para que yo considerara la situación de Naamán (2 Reyes, cap. 5). El problema de Naamán no era tanto el de la lepra, sino el orgullo, y él sanó cuando el orgullo cedió a la humildad. Dándome cuenta de esto, me esforcé por ver y sentir más la presencia y el gobierno de Dios. Reconocí que la salud no es una condición de la materia, sino un estado divino de la Mente y, por lo tanto, la verdadera fortaleza es espiritual. Recordé que Caleb tenía ochenta y cinco años de edad cuando dijo: ”Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Jehová me envió de Cades-barnea a reconocer la tierra... Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió” (Josué 14:7, 11).

Las cartas del practicista, de clara y comprensible metafísica cristiana y profundo estímulo, junto con el apoyo de mi esposa, y mis propias oraciones y estudio de la Ciencia, produjeron un drenaje de muchos falsos conceptos acerca de la masculinidad y hombría. En primer lugar, mi esposa expresó decisión y comprensión espirituales, y esto me ayudó a probar que la verdadera fortaleza está incluida en la verdadera femineidad. Y esto es ¡indudablemente cierto! (Debí haberme dado cuenta de esto cuando leí acerca de los desafíos que enfrentó la Sra. Eddy durante el transcurso de los años.)

Ahora, después de veinticinco años de haber tenido una completa curación, yo, como Caleb, me siento más fuerte que antes, completamente capaz “para salir y para entrar” (Josué 14:11). Jamás perdí ninguna fuerza verdadera ni cualquier cosa que realmente yo poseía. La creencia errónea de que la fuerza y el poder son físicos fue todo lo que se perdió, y fue completamente rechazada con la ayuda del practicista.

Fue muy recompensador para mí ver que la fortaleza y la salud son cualidades propias y normales del hombre, que tenemos por decreto de Dios; no son rasgos adquiridos por medio de la materia. A través de los años que han pasado, he estado profundamente agradecido al practicista por su leal adhesión a la revelación de la Ciencia Cristiana. Esta curación me ha dado la confianza en que recursos tales como el rigor, el poder, la fortitud, confianza e intrepidez espirituales son todos innatos en cada uno de nosotros, y la certeza de que lo son. Esto también me ha demostrado que nosotros, cada uno, podemos por lo menos comenzar a emular a Cristo Jesús y a San Pablo, a quienes la Sra. Eddy describe como “modestos, no obstante colosales caracteres” (Escritos Misceláneos, pág. 360).


La curación que relata mi esposo fue un tiempo de crecimiento para nosotros dos. El usó muletas por cerca de una semana cuando ya no estaba postrado en cama. La curación completa vino un corto tiempo después cuando una noche observé, con lágrimas de gratitud, cómo él caminaba a lo largo de un pasillo, sin muletas, para participar en un programa de la comunidad.

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