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“Alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para...

Del número de septiembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre” (Salmo 5:11). Otro Salmo entona el mismo canto de gratitud: “En tu nombre se alegrará todo el día, y en tu justicia será enaltecido” (89:16). Estos versículos expresan acertadamente mi estado de pensamiento cuando veo los dieciséis años que han pasado desde que comencé a estudiar la Ciencia Cristiana. Las bendiciones son tan numerosas que se llenarían muchas páginas para contarlas. He tenido notables curaciones físicas y, lo que es más importante, una constante espiritualización del pensamiento, que me guió a la comprensión de la forma más elevada de amistad, es decir, que Dios es nuestro más querido e íntimo amigo.

A mediados de la década del 70, una organización canadiense me pidió que iniciara una revista educativa popular. Estuve de acuerdo en llevar a cabo ese proyecto, y pasé un año trabajando en la edición de prueba. Estaba trabajando en Africa cuando tuve que presidir una importante reunión de dos días. En esta reunión, los concurrentes debían decidir si iban a coauspiciar esta revista. Aunque yo no tenía ninguna experiencia como periodista o redactor, había aceptado con alegría el desafío de poner en marcha la revista. Durante el año previo a la impresión de la primera prueba, visualicé diariamente la futura revista como expresando las cualidades cristianas de claridad, inteligencia, integridad, sencillez, prudencia, humor, alegría, belleza, esperanza y perspicacia.

El día anterior a la reunión, empecé a sentir fuertes dolores abdominales. Estuve todo el día en la habitación del hotel, tratando de superar la dificultad por medio de la oración, pero no cedía. A las cuatro de la tarde, envié un breve telegrama a una amiga practicista de la Ciencia Cristiana en los Estados Unidos. Le pedí que me ayudara por medio de la oración. Al principio, los dolores parecieron empeorar, y alrededor de las nueve de la noche, estaba doblado por el intenso dolor y traspiraba muchísimo, a pesar de que había aire acondicionado. Mis dos colegas querían llamar a una ambulancia, pero les dije que todo estaría bien. Estaban muy preocupados. Entonces, cerca de las diez de la noche, el dolor cedió. Dormí normalmente y estuve lo suficientemente bien como para tomar parte en esa reunión de dos días.

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