“Alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre” (Salmo 5:11). Otro Salmo entona el mismo canto de gratitud: “En tu nombre se alegrará todo el día, y en tu justicia será enaltecido” (89:16). Estos versículos expresan acertadamente mi estado de pensamiento cuando veo los dieciséis años que han pasado desde que comencé a estudiar la Ciencia Cristiana. Las bendiciones son tan numerosas que se llenarían muchas páginas para contarlas. He tenido notables curaciones físicas y, lo que es más importante, una constante espiritualización del pensamiento, que me guió a la comprensión de la forma más elevada de amistad, es decir, que Dios es nuestro más querido e íntimo amigo.
A mediados de la década del 70, una organización canadiense me pidió que iniciara una revista educativa popular. Estuve de acuerdo en llevar a cabo ese proyecto, y pasé un año trabajando en la edición de prueba. Estaba trabajando en Africa cuando tuve que presidir una importante reunión de dos días. En esta reunión, los concurrentes debían decidir si iban a coauspiciar esta revista. Aunque yo no tenía ninguna experiencia como periodista o redactor, había aceptado con alegría el desafío de poner en marcha la revista. Durante el año previo a la impresión de la primera prueba, visualicé diariamente la futura revista como expresando las cualidades cristianas de claridad, inteligencia, integridad, sencillez, prudencia, humor, alegría, belleza, esperanza y perspicacia.
El día anterior a la reunión, empecé a sentir fuertes dolores abdominales. Estuve todo el día en la habitación del hotel, tratando de superar la dificultad por medio de la oración, pero no cedía. A las cuatro de la tarde, envié un breve telegrama a una amiga practicista de la Ciencia Cristiana en los Estados Unidos. Le pedí que me ayudara por medio de la oración. Al principio, los dolores parecieron empeorar, y alrededor de las nueve de la noche, estaba doblado por el intenso dolor y traspiraba muchísimo, a pesar de que había aire acondicionado. Mis dos colegas querían llamar a una ambulancia, pero les dije que todo estaría bien. Estaban muy preocupados. Entonces, cerca de las diez de la noche, el dolor cedió. Dormí normalmente y estuve lo suficientemente bien como para tomar parte en esa reunión de dos días.
Tres días después, me sentía completamente bien. Camino a Canadá, en donde debía informar sobre el respaldo unánime que los participantes africanos habían dado al proyecto y sobre la aprobación del ejemplar de prueba, pasé por Boston para ver a mi amiga, la practicista. (Ella era quien antes me había ayudado a ver la revista no como un proyecto material, sino como la representación de una idea espiritual en desarrollo. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy declara: “La Ciencia divina, superando las teorías físicas, excluye la materia, resuelve cosas en pensamientos y reemplaza los objetos del sentido material con ideas espirituales” [pág. 123].) La practicista me dijo que había orado para ver que el amor y los motivos puros que habían dado impulso a la revista, no podían ser detenidos por ningún tipo de error.
¡Por cierto que no fueron detenidos! En tres años, nuestro pequeño grupo editorial formado por cinco personas (de las cuales, yo era el único que no era africano) convertimos la publicación en la revista internacional de mayor venta del Africa de habla francesa al sur del Sahara. Fue muy respetada por su integridad, presentación atractiva, claridad, y otras cualidades. Al producir la revista, tuvimos que superar innumerables desafíos y, con frecuencia, crear nuestros propios canales de distribución en países con medios de comunicación limitados o inexistentes. La revista fue, más tarde, transferida a una organización africana, y todavía sigue publicándose.
Hace algunos años, presté servicios como consultor del gobierno suizo. Durante un período de cuatro meses, tuve que viajar a siete países de Europa y Norteamérica. Durante ese tiempo, entrevisté a más de doscientas personas en casi cien organizaciones.
El primer día del viaje, cuando el avión estaba aterrizando en Amsterdam, comencé a sentir una serie de síntomas de lo más perturbadores. Tenía que hacer algo, y pronto. Tenía dos opciones: cancelar un viaje muy promisorio (cuyo resultado iba a ser una verdadera bendición para mucha gente en diversos países) y volver a casa para superar esto; o sanar el problema allí mismo, espiritualmente. Esta última, parecía ser la única salida sensata e inteligente, y la única compatible con la contundente declaración en Ciencia y Salud: “El trabajo pesado continuo, las privaciones, las exposiciones a la intemperie y toda clase de condiciones desfavorables, si libres de pecado, pueden soportarse sin sufrimiento. Sea cual fuere vuestro deber, lo podéis hacer sin perjudicaros” (pág. 385).
Armado con estas potentes verdades, y con los siguientes versículos de la Biblia, refuté el agresivo cuadro de discordia: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28); y, “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Decidí, allí mismo y en ese momento, que expresaría más alegría que nunca, ya que ésa era otra forma de declarar la totalidad de Dios y rehusar en absoluto aceptar la condición material como real.
Por momentos, fue muy duro; y a veces, al caminar, me sentía tan mareado que parecía que iba a caerme. El momento crucial ocurrió durante un viaje por tren, camino a una importante entrevista. Sentí que ya no podía dominar la situación. Tenía miedo de caerme en la calle y de no poder continuar con mi trabajo. Entonces, en ese momento, el mensaje del Padre llegó por medio de una frase de un spiritual popular: “El tiene todo el mundo en Sus manos”. Pensé: “Bueno, ¿y qué si efectivamente me caigo? 'El tiene todo el mundo en Sus manos’. No me puedo caer de Sus manos”. Aunque tuve que orar con mucha diligencia durante varias semanas, ése fue el momento decisivo, el momento en que abandoné un falso sentido de preocupación por mi seguridad. Mucho antes de que mis viajes concluyeran, los síntomas se habían desvanecido en la nada, vencidos por la Verdad. Y yo me sentí completamente bien.
Hasta ese mismo año, a pesar de algunas hermosas curaciones y de un verdadero progreso, todavía sentía que había demasiados problemas en mi vida. Anhelaba alcanzar la constante serenidad que admiraba en algunos amigos íntimos (que eran sinceros estudiantes de la Ciencia Cristiana) y que Cristo Jesús había prometido a todos sus verdaderos seguidores.
En nuestra Asociación de Alumnos de la Ciencia Cristiana que se reunió ese año, nuestro maestro nos alentó, como lo había hecho antes, a orar por nosotros y por el mundo varias veces al día. Decidí que, esta vez, nada me desviaría de esa tarea. Tuve el privilegio de pasar todo el verano a dos mil metros de altura en los Alpes Suizos, en un pequeño pueblo. Y, aún allí, me vi enfrentado a argumentos sutiles que me hubieran impedido cumplir con mi tarea espiritual de orar. Para abreviar, persistí en la oración y en el estudio de la Ciencia Cristiana. Y puedo realmente decir que aquel verano, por primera vez en mi vida, entré en las praderas verdes sobre una base firme.
Desde entonces, un nuevo período se abrió en mi vida. Todavía tengo desafíos, pero los encaro con una paz mucho mayor. La serenidad se ha vuelto la norma, y no la excepción. El Salmo veintitrés ha adquirido un significado especial para mí. He comenzado a sentir en mi vida el sentido más hermoso de amistad. Me siento increíblemente bendecido.
Una de las mayores bendiciones ha sido la curación de un sentido de posesión concerniente al dinero. (Acostumbraba usar esa peculiar expresión: “mi dinero”.) Este sentido de posesión simplemente desapareció un día mientras consideraba la naturaleza de la inmortalidad. Ahora me siento liberado de todo sentido de posesión con respecto al dinero o a todo lo que es material. Esta es una de las curaciones más apreciadas que he tenido en mi vida.
Es un privilegio extraordinario ser un alpinista en el reino del Padre. No es que estamos escalando para alcanzar la cumbre (porque en nuestra verdadera identidad espiritual, ya estamos allí), sino por el puro gozo, sabiendo que no hay precipicios o caídas en el amor omnipresente de Dios, que sostiene al mundo entero, y a cada una de Sus ideas, en Sus manos.
Le Mont Pèlerin, Suiza
