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Recurramos a Dios

Del número de septiembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cuántas veces usted ha oído decir que alguien se sintió liberado de una situación angustiosa después de haber “recurrido a Dios’’? Pero, ¿qué significa exactamente esta expresión?

Ciertamente, para la humanidad es natural recurrir a Dios en busca de ayuda cuando todos los medios humanos han fallado. Quizás algunos piensen que no merecen ningún favor especial, o que en realidad no conocen a Dios ni dónde puede ser hallado; pero en lo más profundo de su ser abrigan la convicción de que sí existe un Ser Supremo, que es todo amor y que está dispuesto a ayudarles en momentos de gran necesidad. Esto da al corazón humano una esperanza inagotable.

Hay algo en particular que puede decirse sobre el recurrir a Dios y llegar hasta El, y es que éste es el primer paso, y quizás el más importante, hacia la curación de la aflicción humana, porque al comenzar de esta manera, en cierta medida, hemos dado la espalda al mundo material y sus limitaciones. Ya sea que lo reconozcamos o no, hemos comenzado a no aceptar la creencia de que la materia y las leyes materiales gobiernan el universo.

El propósito de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) es corregir — espiritualizar y cristianizar — el pensamiento para que las realidades espirituales del ser sean más evidentes y para que podamos aprender a expresarlas en nuestra vida. Si bien el universo ya es perfecto y armonioso al percibirse científicamente, puesto que Dios no ha creado el pecado, la enfermedad, la muerte, ni discordancia alguna, esta lección se aprende gradualmente. Y puesto que el hombre está hecho a Su imagen y semejanza, es evidente que el hombre, Como hijo de Dios, no puede experimentar ningún tipo de discordancia o carencia; pero esto debe ser demostrado paso a paso.

Por supuesto que estas declaraciones de la realidad desafían el pensamiento humano, sobre todo, las teorías médicas. La falsa educación basada en la creencia de que la materia es sustancia, es, a menudo, el primer obstáculo que debe vencer quien busca la Verdad y la curación espiritual. Tiene que acallar los sentidos físicos para poder oír el mensaje de la verdad proveniente de Dios. Y esto no es tarea difícil cuando se encara bajo la luz de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.

En algunos casos, el dominio que da la oración sobre una situación discordante tal como una enfermedad puede lograrse rápida y hasta instantáneamente. Pero muchos problemas no ceden a la primera declaración que hacemos de la Verdad. Las palabras, por sí mismas, no tienen poder sanador. El ceder a la Verdad tiene que llevarse a cabo en nuestro propio pensamiento. De manera que cuando la curación demora en manifestarse, los Científicos Cristianos se han dado cuenta de que es importante profundizar lógicamente en la Biblia y en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en busca de las realidades espirituales del ser. Estas verdades nos ayudan a eliminar el temor, las mentiras y las falsas creencias que hemos aceptado del mundo.

Cuando tenía unos diecinueve años, tuve una experiencia que resultó en una curación, además de enseñarme innumerables lecciones. Durante un viaje lejos de casa, me hospedé por una noche en una pensión, y poco después de acostarme comencé a sentir náuseas y síntomas de indigestión. Pronto se acentuaron, y empecé a sentir miedo. Con desesperación, aparté mi pensamiento del problema y del malestar de estómago, y lo dirigí hacia algo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Recordé que me habían enseñado que el hombre no es corpóreo, que no vive dentro de una forma material, sino que es la idea espiritual de Dios. Pensé sobre la incongruencia que existe en la suposición de que un cuerpo físico pueda ser el hijo de Dios, el Espíritu. En ese momento, sané. Instantáneamente me sentí tranquilo y en paz, gozosamente asombrado.

Durante largas horas esa noche, me quedé meditando, admirado, sobre el poder de Dios del que acababa de ser testigo. Sentí que, por primera vez, había visto lo que es en realidad la materia, o, más bien, lo que no es. No es sustancia sólida, como el mundo la considera, sino que es una creencia mortal objetivada, como la Sra. Eddy la define en sus obras. En cuanto a lo que había sucedido con la comida que supuestamente no había digerido, me di cuenta de que un concepto material y falso, llamándose indigestión, había cedido a un concepto mental más elevado de armonía. La comida, de por sí, no tenía poder para ayudar o dañar.

Es conveniente que aquí explique algo que por años me había dejado perplejo y había dado lugar a varias preguntas sobre la explicación de semejante curación. Puesto que había sido un alumno mediocre en las Escuelas Dominicales de la Ciencia Cristiana, estoy seguro de haber sido un problema para mis maestros. Asistía a las clases porque mi madre esperaba que así lo hiciera, y no porque me sintiera atraído por las enseñanzas espirituales de la Ciencia Cristiana. En realidad, ni siquiera una sola vez en todos los años que concurrí a la Escuela Dominical pensé en aplicar estas enseñanzas religiosas en mi propia vida.

No obstante, después de esta curación, mi vida tomó un rumbo diferente. Me impresionó tanto lo que ocurrió en la pensión, que tuve la seguridad de que jamás podría volver a ser el mismo. Quería saber todo acerca de cómo había sanado y cómo practicar estas enseñanzas, porque ahora había visto que esta religión científica y cristiana, fundada por la Sra. Eddy, estaba, en verdad, basada en la misma Verdad que Cristo Jesús había enseñado y vivido. De manera que me hice miembro de La Iglesia Madre y de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y desde entonces, he estado activo durante años en el movimiento de la Ciencia Cristiana. La instrucción en clase fue un paso muy importante para mí.

Pero durante todo ese tiempo, algunas preguntas continuaban inquietándome: ¿Cómo pude haber tenido esta curación cuando no la había merecido? ¿Por qué las leyes de Dios me habían sido propicias si no me había preocupado por seguir las enseñanzas espirituales en la Escuela Dominical, y ni siquiera había pensado en practicarlas en la vida diaria? ¿Cómo podría un Padre, cuyas leyes expresan el Principio divino, cuidar de alguien que no estaba demostrando interés alguno por ser uno de Sus hijos?

Poco a poco, comencé a ver un poco de luz sobre estos interrogantes. Después de todo, conocemos a nuestro Padre como un Dios de gracia, y reconocemos que la palabra gracia no debe pesarse en la balanza del razonamiento humano. Es difícil para los mortales comprender cómo Dios, el Gobernante del universo, imparte Su bien tanto a los injustos como a los justos, como Jesús lo enseñó. Ver Mateo 5:45. Y recordé la parábola del Maestro sobre los trabajadores contratados a la hora undécima, a quienes les pagó la mismo cantidad que a los que habían sido contratados al comienzo del día. Ver Mateo 20:1–16.

Sin embargo, no encontré una respuesta satisfactoria hasta que me di cuenta del simple hecho de que, después de todo, durante esa noche en la pensión, había recurrido a Dios con todo mi corazón. En esa ocasión, la desesperación me había forzado a dar la espalda a la enseñanza mundana de que el cuerpo del hombre es material, y había ascendido un escalón en la comprensión de que los hijos de nuestro Padre están hechos a Su semejanza. Puesto que Dios es Espíritu, el hombre debe ser espiritual, no material; este discernimiento divino fue lo que me sanó.

Cuando un estudiante de la Ciencia Cristiana recurre a Dios en busca de ayuda, no es un acto ciego; ni tampoco es una admisión de que está desvalido. En cambio, es un reconocimiento de que los esfuerzos humanos han fracasado y que se requiere una ayuda más elevada. Deberíamos saber que Dios está siempre allí mismo donde nosotros, los suplicantes, estamos, y que nuestro Padre siempre responde a nuestras oraciones sinceras. La ley divina está siempre operando y, en realidad, la armonía es la única realidad en cualquier situación.

De hecho, el recurrir a Dios es lo que los Científicos Cristianos hacen continuamente cuando oran. Se apartan de los falsos cuadros de los cinco sentidos físicos y miran hacia el origen divino del hombre, la única Mente infinita, para que les revele las realidades del ser. Este proceso espiritualiza el pensamiento. Nos da una visión más correcta del hombre y el universo, y el resultado es un cambio de consciencia que trae curación.

Una de las lecciones que todos tenemos que aprender es la necesidad de perseverar al recurrir a Dios. Esto se aplica particularmente a los casos en que una curación parece efectuarse lentamente o cuando la enfermedad parece resistir obstinadamente. En tales ocasiones, nuestros esfuerzos constantes son más importantes. El propósito que el Padre tiene para nosotros es enteramente bueno, y Su ley impulsa nuestro progreso espiritual individual. Llegamos a demostrar este hecho a medida que aumentamos nuestros esfuerzos y tratamos sinceramente de alcanzar la meta establecida por el Apóstol Pablo: la “del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filip. 3:14.

Hay algo que jamás debiéramos olvidar: Siempre estamos apoyados por la ley divina cuando nos esforzamos, con perseverancia y humildad, en dejar que la Verdad y el Amor transformen nuestro carácter y lo hagan a la semejanza del Cristo. La Sra. Eddy escribe: “Tened buen ánimo; la lucha con una mismo es grandiosa; nos da bastante empleo, y el Principio divino obra con nosotros — y la obediencia corona el esfuerzo persistente con la victoria eterna”.Escritos Misceláneos, pág. 118.

No hay límites para esta regla de progreso. A pesar de lo que creamos que haya sido nuestro pasado, siempre podemos arrepentirnos y elegir lo bueno. Podemos dejar de buscar satisfacción en el mundo de la materia y en sus creencias irreales y encontrar la seguridad — y curación — en la realidad espiritual. Dios es por siempre el Gobernante de Su universo, y nos movemos en la dirección correcta cuando con humildad recurrimos a El.

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