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La oración del amor

Del número de septiembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un amigo mío tenía un trabajo que incluía la nueva decoración de una clínica. El proyecto requería extenso trabajo en un pabellón de la clínica donde vivían hombres y mujeres quienes, ante toda apariencia humana, habían caído en una severa senilidad.

A todos los trabajadores les pareció ésta una difícil situación en la que trabajar cerca de los pacientes exigía mucho cuidado y gran atención. Una mañana mi amigo, que es Científico Cristiano, estaba pensando en las palabras de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana:

La colina, di, Pastor,
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar...Himnario, N.° 304.

Poco tiempo después, tuvo que hacer unas reparaciones en un lugar cerca de un paciente que era conocido por ene amenazas y comentarios obscenos que hacía a quienes estaban cerca de él. El paciente lo amenazó con matarlo. El Científico Cristiano se quedó callado por unos momentos; estaba literalmente de rodillas haciendo una reparación, y, figurativamente “de rodillas” en oración. En esos momentos, empezó a alborear en su pensamiento una profunda convicción de la rectitud y dignidad del hombre como hijo de Dios.

El Científico Cristiano se dirigió al hombre y le habló del amor infalible de Dios. Le aseguró que ninguno de los dos era capaz de hacerle daño al otro porque eran hermanos bajo la protección de Dios. En pocos momentos siguió una conversación normal que duró casi cuarenta y cinco minutos. Fue sólo un poco después, cuando una de las supervisoras de enfermeras pasó por ahí, que el Científico Cristiano supo que ésa era la primera vez, que ella recordara, que el paciente había actuado calmado y normal.

Hubo una época, en que yo luchaba con una pesada carga de tareas en la universidad, y temía que las muchas responsabilidades que tenía fueran demasiado para mí. A pesar de la dedicación con que me aplicaba a los varios proyectos de investigación, seguía atrasándome. En medio de todo esto, otra amiga que era Científica Cristiana, me habló del amor de Dios hacia mí, y me aseguró que yo podía hacer todo lo que Dios requería de mí. Me ofreció que oraría conmigo y por mí. Dos o tres días después, llegué a un momento crítico, pero luego todo cambió, la severa tensión se disipó, se resolvieron varias dificultades, y pude cumplir con todas las responsabilidades que tenía.

Ejemplos como el anterior ilustran algo más que palabras humanamente tranquilizadoras. Como escribe la Sra. Eddy: “La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto. Orar significa utilizar el amor con el que Dios nos ama. La oración engendra un deseo vivo de ser buenos y de hacer el bien”.No y Sí, pág. 39.

¡Qué concepto tan profundo de la oración! Aprender a amar y “a incluir a todo el género humano en un solo afecto”. En esto está el secreto a voces del tratamiento en la Ciencia Cristiana. Este tratamiento no es el supuesto poder de la mente humana para controlar fenómenos físicos. Tampoco es el supuesto poder de una mente humana sobre otra. Esta diferencia metafísica entre la oración y la voluntad humana fue, para la Sra. Eddy, una de las cosas más difíciles de explicar a muchos de sus estudiantes y a quienes trataban de analizar cómo sana la Ciencia Cristiana. La mente humana, al creer en la realidad y poder de la materia, se sorprende cuando, por medio de la oración, la Ciencia Cristiana sana y acalla la discordia y la inarmonía. Ante tales circunstancias, uno puede hasta apresurarse a aprender el “procedimiento” del tratamiento mental en la Ciencia Cristiana. Pero el poder real y restaurador de la Ciencia Cristiana es su poder espiritualmente mental para restituir a un hombre y a una mujer un conocimiento profundo de las cosas espirituales de Dios.

Estas cosas espirituales de Dios incluyen amor y sabiduría, y la capacidad espiritual para sentir la presencia y el poder del Amor divino. Así las cosas espirituales se pueden reconocer cuando sentimos que nos estamos liberando de la ambición mundana, del temor, la envidia, el desaliento, y de la creencia general de que la materia forma las condiciones inalterables en la vida de una persona. Esta libertad viene cuando anhelamos más las cosas espirituales de Dios, que las cosas materiales del mundo.

La Ciencia Cristiana es realmente muy sencilla. La Sra. Eddy sintió que un niño podía aprender lo suficiente como para curar. Pero ella también era realista, aunque al principio con renuencia, pues podía darse cuenta de que la fe de un adulto en la realidad de la materia, la opinión humana y la fuerza de voluntad no se abandonan fácilmente. Aunque, por lo general, estamos dispuestos a abandonar lo que causa el sufrimiento físico, la mente mortal se comporta de tal manera que si un anodino o un llamado calmante puede mitigar el sentido de sufrimiento, el adulto abandona el deseo de reformarse.

Sin embargo, lo prometedor es que el mensaje de la gracia de Dios — es decir, el Cristo infalible — actúa en la consciencia humana como un factor de cambio y transformación. El Cristo, la Verdad, transforma la naturaleza misma de la consciencia humana hasta que lo carnal, que se opone a lo espiritual, es realmente neutralizado, y el hombre como hijo de Dios empieza a aparecer como la identidad verdadera de cada uno de nosotros.

Este es el propósito del Amor divino al alborear en nuestro pensamiento. Al principio, aparece como un deseo por el bien, aunque a veces parezca que este deseo no es correspondido. Pero, finalmente, cuando Cristo o la Verdad leuda la masa del pensamiento individual, todo lo que es mortal y material, todo lo que es materialmente obstinado, es acallado. La profunda fe cristiana en este proceso regenerador coincidirá entonces con la curación espiritual y la gracia y misericordia divinas e infalibles.

Dios nos ama con amor eterno, y ese amor perdura hasta que todo lo que es mortal y material en la consciencia humana es finalmente vencido por la verdad espiritual del ser del hombre como la imagen y semejanza de Dios. Contemplemos esta promesa, mantengámosla en nuestra vida diaria. Así aparecerá la alborada del reino de Dios en la tierra.

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