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“Como un grano de mostaza”

Del número de septiembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nos dice Mateo que, una vez, cuando los discípulos de Jesús no pudieron curar un caso que les fue traído para sanar, Jesús reprendió su incredulidad diciendo: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. Mateo 17:20. ¿Hubieran tenido sus palabras la misma importancia si, en lugar de “un grano de mostaza”, hubiera dicho “un grano de arena”? Ambos símiles podrían implicar que aun una diminuta cantidad de fe es suficiente para lograr grandes resultados. Pero su elección de un grano de mostaza, ¿no podría acaso estar relacionada con la calidad así como con la cantidad?

Es interesante considerar esa pregunta a la luz de la parábola en la cual Jesús habla del reino de Dios “como el grano de mostaza, que cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero, después de sembrado, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra”. Ver Marcos 4:30–32. Aquí tenemos una referencia, no sólo al diminuto tamaño del grano de mostaza, sino al hecho de que, en sí mismo, incluye el potencial de crecimiento, expansión y plenitud. Encierra todo el potencial de una planta que ha alcanzado su completo crecimiento.

¿Acaso no podría decirse que una semilla simboliza la fe con plena expectativa de los resultados? Un grano de arena, por otra parte, es inerte y no tiene potencial de desarrollo. Por tanto, tener fe como un grano de arena sería muy diferente a tener fe como un grano de mostaza.

La clase de fe requerida para mover montañas (para hacer lo que parecería humanamente imposible) debe incluir, en sí misma, una expectativa de los resultados, como es evidente en estas palabras de Jesús: “Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Marcos 11:23, 24.

¿No es acaso ésta la clase de fe que Jesús alabó en su obra sanadora? Cuando, por ejemplo, le dijo a alguien que había sido sanado: “Tu fe te ha hecho salva”, Ver, p. ej., Marcos 5:25–34; Marcos 10:46–52; Lucas 17:12–19. lo que parece haber alabado fue el profundo sentimiento de expectativa del individuo en que su encuentro con el Maestro resultaría en curación. Esta fe era más que una creencia positiva o una esperanza ciega. No era la clase de fe que descansa en la letra muerta o en el mero dogma, equivalente a la arena sin vida. ¡Qué fútil sería regar un grano de arena, esperando que milagrosamente pudiera brotar en algo maravilloso! Un cristiano con fe sólo como un grano de arena, caería en la trampa de la cual se nos advierte en la Epístola de Santiago cuando escribió: “La fe sin obras es muerta”. Sant. 2:20.

Pero, ¿cómo obtenemos esa fe viviente que tenía Jesús? ¿Cómo se desarrolla un grano de mostaza hasta alcanzar su pleno crecimiento como hortaliza? Una semilla crece en una especie determinada de planta debido a que esa identidad es inherente a la semilla y se expresa de manera natural. Entonces, hablando de la creación espiritual descrita en el primer capítulo del Génesis, la Sra. Eddy escribe: “El árbol y la hierba dan fruto no porque tengan algún poder propagativo propio, sino porque reflejan la Mente que lo incluye todo”.Ciencia y Salud, pág. 507.

El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, representa esta “Mente que lo incluye todo”. Identificándonos correctamente como linaje de Dios, y no como mortales pecadores, y nutriendo, mediante la oración y una vida espiritual, esta semilla de identificación espiritual verdadera, veremos nuestra fe en Dios y en Su creación desarrollarse y extenderse como un árbol de mostaza.

Por ejemplo, el reconocimiento de que el hombre es la imagen de Dios, el Amor, acompañado de la expectativa de ver este origen divino manifestado en la experiencia, puede romper los lazos inamovibles del odio, y traer armonía a las relaciones discordantes. Un entendimiento del origen del hombre como espiritual, procedente de Dios y no de un óvulo mortal — entendimiento que incluye plena expectativa de desarrollo espiritual— puede resultar en la curación completa y permanente de enfermedades físicas, por medios espirituales solamente. Ese es el método sanador de la Ciencia Cristiana. ¿Acaso no son estas experiencias el resultado de tener “fe como un grano de mostaza”?

Con una fe así, ejemplos de curación cristiana (y otras experiencias semejantes a la de mover montañas) dejan de parecer milagrosas y se comprenden como resultado natural de la Ciencia divina. La semilla de fe, nutrida en la tierra de la espiritualidad, inevitablemente da buen fruto. La Sra. Eddy escribe: “La vida de Cristo Jesús no fue milagrosa, sino inherente a su espiritualidad — la buena tierra, donde la semilla de la Verdad nace y lleva mucho fruto”.Ibid., págs. 270–271.

Tal vez en este momento usted sienta que su fe es pequeña, y que apenas vislumbra las posibilidades del poder espiritual; pero por medio del estudio y la oración, y siguiendo las enseñanzas de Cristo Jesús, puede crecer en entendimiento y esperanza.

Cuando los apóstoles dijeron a Jesús: “Auméntanos la fe”, el Maestro respondió comenzando con estas palabras: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza...” Lucas 17:5, 6. Fe que aumenta. Tal fe está disponible para todos nosotros. En realidad, es una cualidad de pensamiento derivada de Dios. A medida que cedamos a la ley de Dios, la Vida, aceptemos el alimento del Amor siempre presente, y manifestemos esta presencia divina en nuestros pensamientos, palabras y acciones, veremos el grano de fe crecer, desarrollarse y dar fruto en nuestra propia vida.

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