Antes de su ascensión — antes de desaparecer a la vista humana, luego de haber padecido persecución y muerte a causa de que el mundo no comprendió su mensaje de salvación — Jesús nos dio una idea del gran amor que Dios tiene para con nosotros. Al hablar del Cristo, la naturaleza divina que él había demostrado para toda la humanidad, declaró: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días...” Mateo 28:20. Dijo estas palabras de consuelo sin rencor, sin un átomo de resentimiento, a pesar de haber sido abandonado, momentáneamente, hasta por sus discípulos. El demostró Vida eterna presentándose ante sus discípulos físicamente inalterado luego de su crucifixión. Con gran amor y ternura les dejó aquel maravilloso mensaje: el Cristo, la Verdad, está con nosotros todos los días.
¿Cómo podemos realizar esta promesa del Cristo en nosotros, que nos resucita a la buena y verdadera vida? ¿Cómo podemos percibir el bien en nuestra propia vida?
Pongamos atención a lo que dice el libro de Isaías cuando describe al siervo de Jehová, o sea, al Mesías o Cristo, quien es nuestro modelo de ternura y de fortaleza moral y espiritual: “No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oir en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia”. Isa. 42:2, 3.
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