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We Knew Mary Baker Eddy

Esta serie de artículos es una selección de las memorias de uno de los primeros trabajadores en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Estos relatos de fuentes originales que se han tomado del libro We Knew Mary Baker Eddy 1, nos dan una perspectiva de la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana durante esos años en que se estaba fundando la Iglesia de Cristo, Científico.

Mis atesorados recuerdos de Mary Baker Eddy

[continuación]

Del número de septiembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo vivía con Joseph Mann y su hermana en Boston, antes que ellos se mudaran a Pleasant View, Joseph me contó su primera curación en la Ciencia Cristiana. Debido a que esa experiencia fue de tanto valor para mí como evidencia del poder de la Verdad, y por el interés personal que mostró la Sra. Eddy en el caso, paso a relatarlo a continuación:

En esa época, esta curación fue ampliamente conocida, pues fue presentada ante una audiencia legislativa en oportunidad en que la Comisión de Médicos y Farmacéuticos intentaba, mediante el poder legislativo, impedir la práctica de la curación en la Ciencia Cristiana. La Liga Nacional de Libertades Constitucionales de Boston y Nueva York, publicó un folleto que incluía: “El caso de la Ciencia Cristiana” como lo presentara el Juez Septimus J. Hanna, a la sazón Redactor del The Christian Science Journal. En dicho informe se presentaba el testimonio de Joseph Mann como se relata a continuación:

“AFIDAVIT “

Commonwealth de Massachusetts, Condado de Suffolk. } ss.

“Joseph G. Mann, habiendo prestado juramento declara:

“En noviembre de 1886, accidentalmente fui herido por un disparo de pistola calibre treinta y dos y la bala penetró en el lado izquierdo del pecho cerca de la tetilla. Inmediatamente perdí el conocimiento y fui llevado a casa y colocado sobre el lecho más cercano. Al llegar nuestro médico, informó a la familia que yo había recibido una herida fatal; tan grave consideró el médico el caso que no quiso asumir él solo toda la responsabilidad. Por lo tanto, se requirió con urgencia la presencia de tres muy conocidos y eminentes médicos. Uno de ellos era considerado un hábil cirujano en la ciudad de su residencia. Estos cuatro facultativos continúan ejerciendo hoy día y su reputación en el círculo médico es considerada tan buena como la de cualquier otro médico, y en la comunidad en que viven se les conoce como hombres íntegros. Examinaron atenta y cuidadosamente la herida, y llegaron a la conclusión de que sería inútil tratar de extraer la bala porque al hacerlo, o moverme de cualquier modo, moriría en sus manos. Finalmente dijeron que, a juzgar por la excesiva hemorragia, tanto interna como externa, y por el color peculiar de la sangre, la bala había tocado el corazón y probablemente se había localizado en el pericardio.

“Los médicos informaron a la familia que no podían contener la hemorragia, y que aun cuando intentaran detenerla externamente, yo continuaría sangrando internamente, por lo que moriría desangrado.

“Pocas horas más tarde se reunieron en consulta en una habitación adyacente, después de lo cual comunicaron a la familia que no había esperanza, diciendo a mi padre: 'Lo lamentamos, Sr. Mann, pero nada podemos hacer por su hijo'. En su pena y desesperación mi padre les imploró que recurrieran a todos los medios, sin reparar en gastos, y que solicitaran cualquier auxilio que pudiera ofrecer alguna esperanza, pero ellos contestaron que sería inútil.

“Habiendo dado su veredicto, los tres médicos se retiraron. Nuestro médico de familia permaneció en la casa e informó a mi familia que me estaba muriendo poco a poco; mi cuerpo se iba enfriando y antes de que el médico abandonara la casa los ojos se estaban inmovilizando y el sudor de la muerte se había hecho visible sobre la frente. Al salir dijo a nuestros apenados amigos que la muerte estaba tan cerca que el pulso apenas era perceptible. Toda ayuda humana había desaparecido y con ello la última esperanza de la familia. Tan seguros de mi fallecimiento estaban los médicos que ellos mismos dijeron a nuestros amigos y parientes que no me verían ya con vida. Se prepararon y dispusieron telegramas para notificar mi muerte.

“En este último instante la Ciencia Cristiana fue providencialmente traída a nuestra casa. La familia nunca había oído hablar de este método de curación nuevo para ellos, y se negó a admitir al Científico Cristiano porque, como dijeron, no querían que nadie experimentara con el moribundo a quien los médicos habían desahuciado.

“Se aseguró, sin embargo, que no se tocaría al paciente ni se le administraría medicina y que, 'la necesidad del hombre es la oportunidad de Dios'. Unos quince minutos después que la Ciencia Cristiana fue admitida en nuestro hogar, comencé repentinamente a recuperar el calor del cuerpo bajo ese tratamiento. Se activó la respiración hasta hacerse normal. Recuperé el sentido, abrí los ojos y supe que no moriría, sino que viviría. Esa misma tarde me incorporé en la cama y comí un poco de carne y pan tostado. El intenso dolor que había sentido en los intervalos en que recobraba el sentido mientras me hallaba moribundo había desaparecido completamente e iba recuperando, constante y rápidamente, mi vigor y bienestar. A pesar de la gran pérdida de sangre, estaba lo suficientemente fuerte al día siguiente como para permitir que mis ropas empapadas en sangre (que se habían secado durante la noche y que hubo que cortar para poder sacarlas) fueran cambiadas por otras limpias. Fuera de lavarme la herida y el cuerpo para quitar la sangre, ninguna otra atención se le prestó. Los médicos, al saber que no había muerto, predijeron que se presentarían gangrena y otras complicaciones, especialmente debido a la gran hemorragia interna, lo que ciertamente produciría la muerte. Sin embargo, continué mejorando. El mismo poder que me había traído esta recuperación previno también los malos resultados que los médicos esperaban. Al segundo día abandoné el lecho y me vestí, permaneciendo así gran parte del tiempo, y al tercer día me levanté bien temprano y me reuní con la familia como si el accidente nunca hubiera ocurrido.

“Que nuestro lamento se había tornado en gozo es en verdad muy cierto, y para demostrar a mis muchos visitantes que estaba realmente sano y que había vuelto a ser el mismo de antes en tan poco tiempo, canté junto con mi familia los himnos familiares de nuestra iglesia, y todos estuvieron de acuerdo en que mi voz era fuerte y firme. Los parientes que habían venido para asistir al funeral en lugar de ello se regocijaron conmigo. La herida sanó interna y externamente, sin ninguna aparente inflamación, hinchazón o supuración, y al mismo tiempo, desde el cuarto día, salí a la calle a visitar a mis amigos, acompañé a la familia en coche y trineo sobre malos caminos y en todo estado de tiempo, sin sufrir el más mínimo daño.

“La Ciencia Cristiana no sólo me sanó perfectamente después que los médicos hubieron fracasado y me hubieron desahuciado, sino que gracias al entendimiento que he obtenido me he mantenido sano desde entonces. Las primeras semanas después de mi curación me sentí algo adolorido, pero esto desapareció pronto y completamente, y desde entonces la herida no me ha molestado para nada.

“En la localidad en que obtuve mi curación tiene su residencia mi padre, John F. Mann, quien ha vivido allí por más de cuarenta años. No dudo que él, o cualquier otro ciudadano honesto de Broad Brook, pueblo de East Windsor, Condado de Hartford, estado de Connecticut, donde ocurrió mi curación, darán testimonio de ello a cualquier lector que deseare mayores pruebas aparte de mi declaración.

“Quienquiera que desee informarse personalmente sobre el caso queda cordialmente invitado a visitarme en mi domicilio en la Avenida Columbus 418, Boston, Massachusetts.

“Joseph G. Mann.

“Suscrito y juramentado ante mí a los veintisiete días del mes de febrero, A.D., de 1894.

(Sello)

“Walter L. Church, Notario Público”

El Sr. Mann tenía veintidós años de edad cuando se efectuó la curación que se relata en el mencionado afidávit. Cuando los médicos dieron su veredicto de que su muerte era inevitable, el desconsuelo de la familia era más intenso por haber sido un cuñado quien había disparado el tiro accidentalmente, cuando los dos jóvenes estaban practicando tiro al blanco con revólveres de calibre treinta y dos. Cuando él recobró la vida, el gozo de la familia fue, con mucha razón, muy grande, y muy profunda la gratitud de todos por esta curación en la Ciencia Cristiana. Como resultado de esto, tres de sus hermanos y dos hermanas mostraron gran interés en la Ciencia Cristiana.

Lo primero que dijo Joseph Mann cuando volvió en sí fue: “¿Es esto algo que yo puedo aprender, y hacer por los demás?”

De inmediato, comenzó a estudiar el libro de texto de la Ciencia Cristiana, y muchos, al enterarse de su curación, acudieron a él en busca de ayuda, y él los sanó.

Cuando la Sra. Eddy fue informada de la labor de curación realizada por Joseph Mann, ella lo invitó a que concurriera a su clase, y él asistió en 1888. Poco tiempo después, estableció su práctica en Boston, y su hermana Pauline se mudó con él para atenderle la casa. Diez años más tarde, al enterarse de que la Sra. Eddy necesitaba una persona que supervisara su propiedad de Pleasant View, él ofreció sus servicios y dejó su creciente práctica con el objeto de ayudarla. Ese mismo año, la Sra. Eddy lo invitó a participar en la última clase que ella dictaría, su muy conocida “clase de los setenta”.

Un día en que la Sra. Eddy estaba conversando con Joseph Mann, le preguntó con detalles respecto a su notable experiencia y, en especial, acerca de la regeneración operada en él cuando se hallaba en el umbral de la muerte, experiencia que podría compararse con haber muerto y luego resucitado.

Me dijeron que la Sra. Eddy resumió este incidente más o menos en estas palabras: “Joseph, usted tuvo una maravillosa experiencia; fue violentamente arrojado fuera de la morada, y allí se levantó; no vuelva a entrar en ella”.

Comencé a trabajar para la Sra. Eddy como encargado de hacer las compras, tanto para ella como para el personal de su casa. Pronto me confió la entrega de mensajes para su Junta Directiva en Boston. Más adelante, serví como Ayudante de dicha Junta. Ese trabajo me dio posteriormente la oportunidad, bajo la dirección de la Sra. Eddy, de encontrar y recomendar a Científicos Cristianos que pudieran trabajar en la casa de la Sra. Eddy. En 1901, nuestra Guía me nombró Primer Miembro. (En 1903, cambió el nombre de “Primer Miembro” por el de “Miembro Ejecutivo” hasta que ese cuerpo ejecutivo fue disuelto en 1908.) En 1902, por voto unánime de La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana, fui nombrado Superintendente de la Escuela Dominical de La Iglesia Madre, cargo que ocupé por espacio de catorce años. En diciembre de ese mismo año, y recomendado por la Sra. Eddy, los Directores me nombraron miembro del Comité de Finanzas de La Iglesia Madre. Trabajé para este comité durante casi cuarenta años.

Las ocupaciones de la Sra. Eddy eran tantas que, a menudo, necesitaba varios secretarios para ocuparse de la correspondencia. Y debido a secretarios y demás empleados que vivían con ella, se necesitaba un numeroso personal de servicio. Quienes hacían el trabajo de cocineras, mozos de servicio, mucamas, lavanderas, costureras y camareras personales tenían que ser Científicos Cristianos sinceros y abnegados. Todos los que eran llamados a Pleasant View y que obtenían empleo eran trabajadores de experiencia en la Ciencia Cristiana. Muchos habían sido Lectores en sus iglesias filiales, y algunos eran maestros y practicistas. Se consideraba un gran privilegio vivir en Pleasant View y estar bajo la instrucción y supervisión de su Guía. La Sra. Eddy escribió, al respecto, en el Christian Science Sentinel del 25 de abril de 1903: “Es verdad que los Científicos Cristianos leales, llamados a la casa de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, pueden adquirir en un año la Ciencia que, de otro modo, les llevaría medio siglo para lograrlo” (Miscellany, pág. 229).

No obstante, era un continuo problema para la Sra. Eddy conservar el personal que necesitaba. Algunos comenzaban su labor con inspiración, pero después les era difícil mantener el regocijo y la visión espiritual, especialmente si lo que se les asignaba era trabajo doméstico. Otros no podían continuar debido a sus propios lazos familiares o por otras razones personales.

Durante más de dos años tuve la sola tarea de encontrar ayudantes para Pleasant View. Luego, se formó una comisión para este propósito, de la cual fui integrante.

En relación con esta tarea, la Sra. Eddy me dijo que debía tratar de emplear trabajadores, en primer lugar, entre sus propios alumnos, es decir, aquellos que habían recibido instrucción en clase con ella. Dijo que si éstos estaban físicamente capacitados, eran los apropiados para servir en su hogar, porque ella sabía lo que Dios había plantado en sus pensamientos por medio de sus enseñanzas, y que, a su debido tiempo, ella podía despertar eso y utilizarlo. Dijo: “Busca a quien ame trabajar por la Causa y que esté deseoso de tomar la cruz por la Causa, como lo he hecho yo”. Yo sabía que las cualidades que la Sra. Eddy necesitaba en el pensamiento de su personal incluían amor, orden, actividad, vigilancia, exactitud, veracidad, fidelidad, consagración y humildad. La Sra. Eddy apreció mi comentario cuando, durante una de mis entrevistas con ella, dije: “Madre, cuando busco a alguien que pueda servirle, no trato de encontrar una personalidad agradable, sino que busco cualidades de pensamiento que reflejen la gran revelación que usted ha dado al mundo”. En sus entrevistas personales con los posibles trabajadores, supe de muchos casos en que ella discernía claramente el pensamiento y el carácter en la primera entrevista. Esto evidenciaba su comprensión de la Mente divina. La Sra. Eddy sabía de inmediato si una persona reunía los requisitos para formar parte de su personal. No había ninguna duda al respecto. Me di cuenta de que ella siempre tenía razón, independientemente de lo que yo podía pensar acerca del sentido de adaptación de un candidato. Después de observar en innumerables oportunidades su gran intuición y sabiduría, me convencí de que su percepción era lo más cercano a la perfección que se podía pedir en este mundo.

Un día, mientras yo estaba con la Sra. Eddy, ella llamó a su mucama personal y le pidió que le trajera un artículo. La mucama volvió, trayendo algo totalmente distinto de lo que ella le había pedido. La Sra. Eddy la miró intensamente y dijo: “Querida, eso no es lo que te pedí que me trajeras. Te dije que me trajeras [nombró el artículo] y te dije dónde lo encontrarías. Por favor, traémelo”.

Dirigiéndose a mí, la Sra. Eddy comentó, según recuerdo: “Eso es lo que hace el magnetismo animal con el personal de mi casa, y luego dicen: '¡Madre a veces se olvida!' ” Poco después, una vez más se vio la capacidad de la Sra. Eddy para leer el pensamiento con certeza, pues tan pronto como salí de la presencia de ella, me encontré con la misma mucama en el vestíbulo quien me dijo: “¡Madre a veces se olvida lo que pide!”

En una carta que la Sra. Eddy me escribió, decía: “Nunca podemos saber quién es, en realidad, un Científico Cristiano, hasta que esa persona es puesta a prueba de fuego; luego, lo que queda son harapos inservibles hasta que son purgados y purificados, o bien son cualidades que el mal no puede destruir, y son preservadas por el poder de Dios”. Y continuó explicando que en algunos casos el residuo era meramente la voluntad humana, sensual, ciega a sus propios errores mientras que lo diametralmente opuesto a esto constituye el individuo, con más razón el Científico Cristiano.

En una ocasión la Sra. Eddy me dijo, en sustancia: “Lo primero que hago en la mañana al despertarme es declarar que no tendré ninguna otra mente delante de la Mente divina, y estar plenamente consciente de ello, y mantenerme así durante todo el día, entonces el mal no puede tocarme”. Muchas veces me dijo: “Todas mis horas le pertenecen a El”.

Revelando la gloria de su descubrimiento, me dijo en una carta con fecha 2 de agosto de 1906:

Pleasant View,
Concord, N. H.
2 de agosto de 1906

Muy querido de la Madre:

Si supiera quién es, también sabría por qué es así. Su amable carta me da fuerzas. Estoy pasando por la experiencia que usted menciona, pero sobre una base totalmente distinta. “Cuando conocí al Señor por primera vez”, estuve muy segura de la Verdad, mi fe era tan fuerte en la Ciencia Cristiana como cuando la descubrí, no tenía que enfrentarme a ninguna lucha, sino que me planté en la altura de su gloria como monarca coronado y triunfante sobre el pecado y la muerte. Pero, ¡míreme ahora lavando ese entendimiento espiritual con mis lágrimas! Aprendiendo poco a poco la totalidad de la Mente Omnipotente, y la nada de la materia, sí, la nada absoluta de la nada y la sustancialidad infinita del TODO. Deme su apoyo, querido, hasta que yo alcance la altura, la profundidad, la luz del Horeb de la Vida divina, el Amor divino, la salud divina, la santidad y la inmortalidad. El camino parece no solamente largo, sino muy estrecho y angosto. Afectuosamente en Cristo, y hasta siempre.

Mary Baker Eddy

La cuarta parte de este artículo por Calvin C. Hill continuará en el próximo número.

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