La felicidad como condición de agradable placer que depende de definiciones personales y variables, es muy prominente en el pensamiento humano hoy en día. Mucha gente estaría de acuerdo en que tal felicidad es de naturaleza un poco efímera, que se asemeja a la “niebla de la mañana” y “el rocío de la madrugada” que pronto se desvanecen, como nos dice el profeta Oseas. Oseas 13:3. Pero todavía es más o menos febrilmente buscada.
La Sra. Eddy nos advierte contra el deseo de la egoísta búsqueda de placeres en estas palabras sabias: “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, y alcanzaríamos la felicidad más fácilmente y la conservaríamos con mayor seguridad si la buscásemos en el Alma. Sólo los goces más elevados pueden satisfacer los anhelos del hombre inmortal. No podemos circunscribir la felicidad dentro de los límites del sentido personal. Los sentidos no proporcionan goces verdaderos”.Ciencia y Salud, págs. 60–61.
En su sentido más elevado, la felicidad es un estado de consciencia espiritual. A menos que lo que llamamos felicidad descanse en esta base, no puede ser experimentada confiadamente en la vida diaria. Proporcionalmente a nuestra habilidad para considerar la felicidad sobre bases espirituales, empezaremos a reconocer lo que realmente promueve la felicidad permanente, y, a la inversa, lo que es meramente una quimera, un objeto engañoso de deseo que puede seducir a su perseguidor a entrar en los brumosos pantanos de la frustración y la miseria.
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