La historia de nuestro planeta desgraciadamente nos muestra con mucha frecuencia que hay muy poco respeto por el valor de la vida individual. En muchas ocasiones, los intereses egoístas de unos pocos que tenían poder, o de muchos que procuraban tenerlo, trajeron como resultado la denigración y destrucción de quienes fueron usados para promover esos intereses o de quienes se interpusieron.
Algunas veces, la destrucción fue tremenda. Por ejemplo, al escribir sobre los males del mercado de esclavos africanos, el autor Richard Wright calcula que más de catorce millones de negros fueron traídos a la fuerza al Nuevo Mundo entre los siglos diecisiete y diecinueve, y que tal vez el cuádruple de esa cantidad perecieron al cruzar el Atlántico. En su libro 12 Million Black Voices (12 millones de voces negras), el Sr. Wright dice algo que parece resumir el insensible desinterés por la vida y dignidad individual que era característico del mercado de esclavos. Escribe: “... cuando nos enfermábamos, nos arrojaban vivos al mar, y el capitán, peregrino del progreso, hacía una cuidadosa entrada en el diario de navegación con lo que suscintamente saldaba todas las cuentas terrenas: ‘carga echada al mar’ ”. Ver 12 Million Black Voices (New York: The Viking Press, 1941), págs. 14–15.
Por supuesto, hoy en día pocos considerarían que tener esclavos es moralmente aceptable, aun cuando otras formas de esclavitud económica, tiranía política y egoísmo personal mantienen todavía a muchos en esclavitud. Además, hay ocasiones en que la gente se mantiene a sí misma atada por desesperados sentimientos de falta de mérito e insuficiencia.
Las cadenas forjadas por el egoísmo, el prejuicio, la ignorancia o el temor tienen que romperse. La única manera en que la humanidad puede hallar una libertad permanente es comprendiendo el valor espiritual de todo individuo; un valor que no tiene precio, un valor de inmensurable grandeza y bondad. La Ciencia Cristiana enseña que ese valor espiritual es establecido por Dios. Está mantenido mediante la eterna relación que existe entre Dios y el hombre, entre Dios como Padre-Madre, y el hombre como hijo amado. Entre Dios como Mente infinita, y el hombre como idea perfecta. Entre Dios como Vida y Amor divinos, y el hombre como reflejo espiritual. Cristo Jesús indicó ese mérito que tiene cada individuo cuando dijo: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos”. Lucas 12:6,7.
El hombre que Dios ha creado — su identidad e individualidad verdaderas — tiene valor infinito y eterno, porque el ser del hombre es esencial para el propósito y autoexpresión de Dios. Ciertamente Dios es supremo. Nada puede existir sin Su poder creador y sostenedor. No obstante, también es cierto que cada manifestación individual de la Vida divina es necesaria para la integridad de la creación divina. Sin usted, sin su ser verdadero y permanente, la creación sería incompleta, imperfecta y finalmente caótica.
¿Qué sería Dios sin el hombre, sin usted? ¿Qué sería el Padre-Madre sin el hijo? ¿Qué sería la Mente sin la idea? ¿Qué sería el Amor sin expresión? El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, se refiere directamente a este asunto cuando declara: “Dios, sin Su propia imagen y semejanza, no tendría entidad, sería una Mente inexpresada. No tendría testigo o prueba de Su naturaleza”.Ciencia y Salud, pág. 303. Y también declara: “Si Dios, quien es Vida, fuera separado por un momento de su reflejo, el hombre, durante ese momento no habría divinidad reflejada. El Ego quedaría inexpresado, y el Padre estaría sin hijos — no sería Padre”.Ibid., pág. 306.
El reconocer el valor espiritual del hombre nos trae una libertad maravillosa. También nos trae responsabilidades maravillosas. Si es verdad que cada individuo tiene un mérito infinito, entonces tenemos que actuar como si fuera verdad. (Y es verdad.) Tenemos que honrar y atesorar el valor de cada uno de los miembros de la familia con quienes vivimos, de aquellos con quienes trabajamos, y de aquellos que encontramos en nuestro diario camino. No deberíamos dejar pasar oportunidad alguna sin expresar amor por el verdadero valor de nuestro prójimo como hijo de Dios. Y tenemos que apreciar ese valor en nosotros mismos también.
Hay un gran poder sanador y redentor en la visión espiritual acerca del verdadero mérito del hombre. Nos da una base cristianamente científica para vencer el pecado y la enfermedad en la vida humana, como lo hizo Jesús en su ministerio sanador. El hombre, quien es digno del amor de Dios, no es digno de enfermedad. El hombre creado por Dios no es un pecador desamparado o incorregible. La manifestación pura de la Vida divina no lleva consigo la impureza de la enfermedad o del pecado, pues la enfermedad y el mal de toda clase no son creaciones de un Dios bueno y omnipotente. Jesús demostró esto cuando sanaba el pecado y “toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. Mateo 4:23. Esas cosas jamás provienen de Dios, y, por lo tanto, no tienen causa real para estar en el hombre. Como seguidores de Jesús, también nosotros podemos demostrar, en mayor medida, la gracia sanadora y salvadora de Dios cuando comprendemos y amamos más el verdadero mérito del hombre.
A medida que el mundo despierte para vislumbrar más el valor inapreciable de cada individuo, una libertad renovada comenzará a arraigarse en el pensamiento de hombres y mujeres de todas partes. La dignidad, el propósito y los derechos individuales, la vida misma, ya no se considerarán como una mera carga que puede ser arrojada descuidadamente cuando es conveniente. Pero no tenemos por qué esperar a que el mundo despierte. La libertad espiritual, con el poder de amar y sanar, puede percibirse ahora mismo en nuestro corazón. Y puede demostrarse.
