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Un camino en la selva

Del número de enero de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


— Cuéntame un cuento, — pidió Danielito subiéndose a las rodillas del tío Eduardo —. Cuéntame el cuento de Camboya.

El tío Eduardo había estado una vez en Camboya, un país de Asia. Su aventura allí era uno de los cuentos favoritos de Danielito.

— El último día en que estuve en Camboya, fui a Angkor, donde hay unos edificios hermosos y muy, muy antiguos, — comenzó el tío Eduardo —. Fui allí en un taxi de tres ruedas. El chófer y yo no hablábamos el mismo idioma, por eso no podíamos conversar. Pero un señor en el hotel le había dicho al chófer que me condujera a las ruinas de Angkor.

— Entramos por una calle donde no había nadie, sólo una hilera de grandes estatuas. Luego dimos vuelta en la esquina, y por todos lados era sólo selva.

— El chófer paró y me hizo señas para que me bajara, indicándome un camino. Pude entender que tenía que seguir por ese camino a través de la selva y que él me iba a esperar del otro lado. Empezaba a anochecer, pero me bajé del taxi.

— Anochecer quiere decir que está oscureciendo, pero que todavía no está oscuro, — dijo Danielito.

— Así es, — contestó el tío Eduardo —. El cielo estaba todavía rosado por la puesta del sol. Pero la selva a ambos lados del camino tapaba la luz. Me sorprendió la profunda oscuridad que reinaba mientras avanzaba por el camino. Muy pronto llegué a un claro, y allí había un edificio muy antiguo y vacío. Lo contemplé por un rato y después me dispuse a regresar.

— Estaba demasiado oscuro para atravesar el edificio a fin de encontrarme con el chófer. Decidí caminar alrededor del edificio, pero cuando llegué a un costado, lo único que vi fue la espesa selva.

— Me dije, muy bien, seguramente habrá un camino del otro lado; pero allí tampoco había ningún camino.

— La luz del sol estaba desapareciendo aun en el claro, y yo tenía que llegar al taxi. Me apresuré a volver al primero de los lados del edificio y otra vez busqué un camino. Pero no había ninguno.

— Después de todo, quizás tendría que atravesar el edificio. Entré, pero estaba oscuro como boca de lobo. Pensé: tal vez haya víboras allí adentro, y entonces golpeé fuertemente con los pies para asustarlas.

Danielito daba fuertes palmadas como si fuesen pisadas fuertes.

— En lugar de eso — continuó el tío Eduardo — de repente, una nube de murciélagos me pasó por encima de la cabeza.

— Pero no te lastimaron, — dijo Danielito.

— No, pero en ese momento tuve la seguridad de que no quería atravesar el edificio. Salí y corrí de un lado a otro del edificio buscando un camino. Estaba cada vez más oscuro, y yo más asustado.

— Entonces, cuando más miedo tenía, tuve un pensamiento angelical.

— Un pensamiento de Dios — dijo Danielito —. El había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana lo que Mary Baker Eddy dice acerca de los ángeles que son “pensamientos de Dios que vienen al hombre”.Ciencia y Salud, pág. 581.

— Eso mismo, — dijo el tío Eduardo —. Y el pensamiento angelical fue que me quedara tranquilo, que no siguiera corriendo de un lado a otro. Después me vino otro pensamiento, algo de la Biblia: “No temas, porque yo estoy contigo”. Isa. 41:10.

— Esto me recordó que Dios está en todas partes. Por tanto, El estaba allí mismo, conmigo. Yo no estaba solo. Podía confiar en Dios para que me mostrara qué debía hacer. No tenía por qué tener miedo.

— Entonces tuve la idea de volver a uno de los lados del edificio y buscar de nuevo. No era necesario correr. Caminé hasta donde empezaba la selva y esta vez aparté la maleza. Y allí mismo, enfrente de mí, había un camino, una débil huella a través de la selva. Había estado allí todo el tiempo, pero yo estaba demasiado ocupado corriendo de aquí para allá y no la había visto. Cuando dejé de sentir miedo y traté de escuchar a Dios, encontré lo que necesitaba.

— Di gracias a Dios, y seguí el camino alrededor del edificio, a través de la selva.

— Entonces encontré otro camino y lo seguí, dejando atrás el edificio. Al final de este camino me esperaba el chófer con el taxi, tal como me lo había indicado.

— Lo que aprendí ese día, Danielito, es que Dios está siempre presente con nosotros, estemos donde estemos.


— Ya lo sé, — dijo Danielito —. Es por eso que me gusta tanto este cuento.

Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;
enséñame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, y enséñame,
porque tú eres el Dios de mi salvación;
en ti he esperado todo el día.

Salmo 25:4, 5

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