Hasta ahora, jamás pareció haber una mayor necesidad de integridad individual tanto en la esfera pública como en la privada. Sin embargo, todavía hay presiones que inducen a ignorar la Regla de Oro o guardar silencio aun cuando la conciencia pide a gritos que adoptemos una actitud moral. ¿Estamos en estos tiempos realmente tan solos como nos parece estar, o hay una ayuda divina que nos da la fortaleza para reconocer y hacer lo correcto? La experiencia que sigue ofrece algunas respuestas dignas de consideración. El autor, que es Científico Cristiano, estuvo empleado hasta hace poco en el campo de actividades públicas; debido a la naturaleza delicada de esta experiencia, nos ha pedido que sea omitado su nombre.
Un funcionario de gobierno de alto rango, para quien trabajé, había sido criticado incorrecta e injustamente en un comentario periodístico que había sido firmado por el autor. Como parte de mi trabajo consistía en preparar discursos y artículos para este funcionario, era lógico que me tocara a mí elaborar el bosquejo de una respuesta para aclarar las cosas.
No obstante, me vi frente a un dilema. Mis instrucciones eran escribir una respuesta que fuera más allá de los asuntos en cuestión. Tenía que ridiculizar personalmente al crítico y “despedazarlo”. Sentí que se me estaba obligando a dar un tipo de respuesta que se ha usado últimamente muy a menudo en la confrontación de ideas que ocurre en debates públicos.
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