Hasta ahora, jamás pareció haber una mayor necesidad de integridad individual tanto en la esfera pública como en la privada. Sin embargo, todavía hay presiones que inducen a ignorar la Regla de Oro o guardar silencio aun cuando la conciencia pide a gritos que adoptemos una actitud moral. ¿Estamos en estos tiempos realmente tan solos como nos parece estar, o hay una ayuda divina que nos da la fortaleza para reconocer y hacer lo correcto? La experiencia que sigue ofrece algunas respuestas dignas de consideración. El autor, que es Científico Cristiano, estuvo empleado hasta hace poco en el campo de actividades públicas; debido a la naturaleza delicada de esta experiencia, nos ha pedido que sea omitado su nombre.
Un funcionario de gobierno de alto rango, para quien trabajé, había sido criticado incorrecta e injustamente en un comentario periodístico que había sido firmado por el autor. Como parte de mi trabajo consistía en preparar discursos y artículos para este funcionario, era lógico que me tocara a mí elaborar el bosquejo de una respuesta para aclarar las cosas.
No obstante, me vi frente a un dilema. Mis instrucciones eran escribir una respuesta que fuera más allá de los asuntos en cuestión. Tenía que ridiculizar personalmente al crítico y “despedazarlo”. Sentí que se me estaba obligando a dar un tipo de respuesta que se ha usado últimamente muy a menudo en la confrontación de ideas que ocurre en debates públicos.
Los insultos que debía escribir iban a ser publicados. Como no deseaba intervenir en una variación verbal de “ojo por ojo, y diente por diente”, Mateo 5:38; ver también Deut. 19:21. recurrí a Dios, como aprendí en la Ciencia Cristiana, pidiendo que se me mostrara qué hacer. Me dio fuerzas el hecho de que mi motivo era cumplir con lo que la Biblia dice que es mi deber hacer: “El que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”. Sant. 1:25. Tenía que hacer algo, y quería que fuera una acción que bendijera.
Cuando me senté frente a mi computadora esa noche, comencé a pensar en algo que había leído en el Manual de La Iglesia Madre, que la Sra. Eddy escribió para la Iglesia que fundó. El Estatuto en que pensé se refería al Comité de Publicación. Obviamente mi tarea no estaba relacionada con la iglesia, pero me di cuenta de que, tal vez, había albergado un concepto demasiado limitado y legalista de mi fidelidad al Manual de la Iglesia. Vi que este conjunto de reglas podía fomentar el crecimiento espiritual del individuo, servir como defensa de la integridad espiritual si se quiere, así como proporcionar dirección, protección y fomentar el desarrollo de la Ciencia del Cristo que la Sra. Eddy había descubierto.
El Manual dice del Comité de Publicación: “Será deber del Comité de Publicación corregir de una manera cristiana las falsas informaciones que se difundan al público con referencia a la Ciencia Cristiana, y las injusticias de que sea objeto la Sra. Eddy o los miembros de esta Iglesia por parte de la prensa diaria, las publicaciones periódicas o cualquier clase de literatura puesta en circulación”.Man., Art. XXXIII, Sec. 2.
Puse especial atención a las palabras “falsas informaciones que se difundan al público” y “corregir de una manera cristiana”. Sabía que podía aceptar este consejo espiritual y práctico, y aplicarlo a mi propia situación. Estaba convencido de que lo que se decía acerca de mi jefe había sido aseverado erróneamente, y que los motivos equivocados que se le atribuían tenían que ser corregidos públicamente. Pero además sabía que no podía descender al mismo nivel de las manifestaciones de su acusador. Lo que tenía que entender, y luego lograr, era preparar una respuesta de una manera cristiana. Sentí que de ninguna manera esto debía ridiculizar la persona del autor, ya que se podían corregir totalmente los errores sin utilizar ese recurso. Se hizo claro el curso de acción que debía tomar, y tuve la seguridad de que no tendría que hacer frente a un cargo de insubordinación por el tipo de respuesta que elaborara.
Me vino otro pensamiento. Se presentó en las conocidas palabras iniciales del Evangelio según San Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Juan 1:1. Cuando pensaba en este versículo de la Biblia, recordé la declaración en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy que dice: “La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea, el hombre”.Ciencia y Salud, págs. 284–285. Razoné que mientras me aferrara firmemente a esta realidad metafísica, sabiendo que Dios no comunica más que Sus propias ideas, podría ver más allá de la escena humana en que voluntades personales entran en conflicto público. Comencé a sentirme confiado en que esta situación podía sanarse.
Al día siguiente, pude ver en el trabajo que la curación había empezado a manifestarse. Sin que yo solicitara un cambio, y aunque iba a ser el autor principal de la respuesta, mis superiores decidieron que la versión final la debía escribir otra persona, quien también la iba a firmar. Como resultado, mi nombre no iba a aparecer en una declaración que podía poner en ridículo a otra persona. Si bien sentí gratitud ante esta primera señal de una solución, tuve la certeza de que la oración inspirada no me iba a librar sólo a mí de tomar parte en un “asesinato verbal”. Continué orando, esperando que el motivo y la inspiración para llegar a una solución armoniosa se hiciera evidente a los que estaban vinculados con esta experiencia.
Cuando la versión final de la respuesta se terminó, se firmó y se envió para ser publicada, vi que había tres referencias innecesarias; cada una tenía la clara intención de ser un ataque personal. Las gestiones con el redactor del periódico que había publicado originalmente los cargos, quedaron en mis manos. En las conversaciones que tuvimos, él dijo bien claro que le agradaba mucho nuestra respuesta oficial y quería publicarla, pero le preocupaba el carácter de algunas de nuestras observaciones, y dijo que si excluíamos tres referencias específicas — las mismas tres que yo deseaba eliminar — nos permitiría duplicar la cantidad de espacio disponible para nuestra respuesta. Inmediatamente asentí, y usé el espacio adicional para presentar completa y exactamente los hechos según los conocíamos, corrigiendo las falsas acusaciones iniciales y presentando pruebas que ampliaban nuestra posición original.
Cuando tratamos sinceramente de apoyar las exigencias legítimas de nuestros jefes no es necesario que seamos llevados a comprometer nuestros motivos. Ya sea que actuemos en el ámbito público, por más tumultuoso que éste pueda ser, o en la privacidad de la conciencia individual, por más confusa que ésta pueda parecer en ocasiones, nada puede quitarnos nuestra capacidad para expresar un motivo divinamente inspirado. En lugar de creer que nos encontramos atrapados entre voluntades en conflicto, públicas o privadas, es preciso que dirijamos nuestra mirada hacia el amor de Dios, que se apoya y expresa a sí mismo. No hay otra realidad. No puede haber una mayor seguridad para actuar correctamente.
