Tú habías puesto la mesa, Señor,
preparando una fiesta
para todos Tus hijos.
Me invitaste a mí,
peregrino errante, a detenerme.
Me convidaste
con el vino del Amor,
el pan de la Verdad,
el fruto del Espíritu.
Dejé el desierto
reanimada y alimentada,
llena de alabanzas
por Tu presente glorioso.
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