Me interesé en la Ciencia Cristiana cuando estaba próxima a cumplir veinte años y vivía en el extranjero. Estaba sumida en una total pobreza, sin ninguna posibilidad de aparente mejoría. Al pasar frente a la vitrina de una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana donde se exhibía literatura, entré y hablé con la bibliotecaria, que fue muy amable. Poco después, empecé a concurrir a una iglesia filial en donde fui alumna visitante de la Escuela Dominical. Mi disposición de ánimo mejoró totalmente. Encontré empleo, y, más tarde, pude recomenzar mis estudios, que había tenido que interrumpir.
Pero al volver a mi país, mi familia me instó a asistir a una iglesia de otra religión a la que ellos concurrían. Allí había muchas cosas que me agradaban, y me convertí en un miembro fiel y activo sin darme cuenta de lo que había perdido.
Muchos años después, y a pesar de haberme casado con un hombre excelente, miembro sincero de esa religión, empecé a sentirme cada vez más insatisfecha con las enseñanzas de esa iglesia. Así pues, comenzó para mí una intensa búsqueda de otra religión, pero no encontré nada que recompensara mis esfuerzos.
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