Me interesé en la Ciencia Cristiana cuando estaba próxima a cumplir veinte años y vivía en el extranjero. Estaba sumida en una total pobreza, sin ninguna posibilidad de aparente mejoría. Al pasar frente a la vitrina de una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana donde se exhibía literatura, entré y hablé con la bibliotecaria, que fue muy amable. Poco después, empecé a concurrir a una iglesia filial en donde fui alumna visitante de la Escuela Dominical. Mi disposición de ánimo mejoró totalmente. Encontré empleo, y, más tarde, pude recomenzar mis estudios, que había tenido que interrumpir.
Pero al volver a mi país, mi familia me instó a asistir a una iglesia de otra religión a la que ellos concurrían. Allí había muchas cosas que me agradaban, y me convertí en un miembro fiel y activo sin darme cuenta de lo que había perdido.
Muchos años después, y a pesar de haberme casado con un hombre excelente, miembro sincero de esa religión, empecé a sentirme cada vez más insatisfecha con las enseñanzas de esa iglesia. Así pues, comenzó para mí una intensa búsqueda de otra religión, pero no encontré nada que recompensara mis esfuerzos.
Entonces, la Ciencia Cristiana volvió a mi vida por medio de una amistad casual que se transformó en una larga amistad de familia. Empecé a estudiar Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y a leer las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Todo lo que leía parecía responder exactamente a lo que había buscado con tanto afán.
Mi primera curación fue la de una cojera de mucho tiempo supuestamente causada por una lesión mientras bailaba danzas folklóricas. Había recibido diferentes tipos de tratamiento médico para este problema, pero el último médico que consulté me dijo que no era mucho lo que se podía hacer al respecto. De modo que me había resignado a soportar esa condición, y la consecuente inactividad a la que me forzaba.
Por medio del estudio y de mis propios esfuerzos por aplicar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana sané por completo. A partir de ese entonces, he subido castillos y monumentos, he caminado por donde debía o quería hacerlo, y he podido estar parada durante horas, cuando las circunstancias lo requerían. Una de las verdades sobre la que medité específicamente para resolver mi problema se encuentra en Isaías (40:31): “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.
Ha habido otras curaciones a través de los años: disentería, una hemorragia en un ojo, lo que parecía ser un disco desplazado y muchas otras dolencias.
Hoy estoy llena de gozo porque la oportunidad de elegir la Ciencia Cristiana se presentó por segunda vez a mi vida. Estoy profundamente agradecida a Dios.
Banjara Hills, Hyderabad, India
